Cuenta la leyenda que hace miles y miles de años, en la Antigua Grecia, los humanos recurrían a los dioses del Olimpo para resolver sus conflictos. Ellos utilizaban el ´Espejo de la Verdad´ para resolverlos. Ubicaban ante el cristal a los involucrados y este reflejaba quién tenía la verdad. Así se solucionaron infinitos problemas, por mucho tiempo, hasta que algunos mortales codiciaron el poderoso artilugio, iniciándose altercados por apoderárselo. En una de esas disputas, el espejo se quebró en tantos pedazos como personas había. Los dioses, muy molestos, asignaron a cada persona solo un fragmento del espejo destruido. Desde entonces, los humanos estamos condenados a juntarnos, unir y conectar cada pieza rota del espejo para acceder a La Verdad.
Como plantea este mito, es razonable pensar que La Verdad se construye al aportar, entre todos, el fragmento del espejo concedido a cada uno de los humanos. Pero, ¿qué aportamos con este pedazo de cristal? Esa fracción de verdad que cada uno posee contiene experiencias personales, costumbres y tradiciones familiares, creencias y actitudes que hemos desarrollado a lo largo de los años. Asimismo, encierra vivencias emocionales, por ejemplo, asociadas a situaciones en que hemos sido víctimas de discriminación y que generan frustración o amargura, o bien, de cuando hemos sido favorecidos con ciertos privilegios que nos hacen sentir especiales y respetados.
Todo esto cimienta nuestra identidad y desarrolla una particular visión de mundo. Algunas veces, interpretado como injusto, desigual e indigno y, por lo tanto, necesario de refundar, o, por el contrario, uno justo y virtuoso que se busca mantener. Con su verdad, algunos abogan por liberar presos políticos y, otros, niegan su existencia tras el estallido social. Algunos aplauden el sistema de AFP, otros denuncian su estafa. Algunos claman por clases presenciales, otros exigen mantenerse online. Algunos anhelan la tercera dosis de la vacuna, otros rechazan inocularse. Algunos creen en la vida después de la muerte, otros se juegan todas sus cartas en la existencia terrenal.
¿Cómo lograr acuerdos con estas distintas verdades? En el experimento llamado “gorila invisible”, hecho por un grupo de psicólogos de Harvard, se exhibía un video de un partido de básquetbol, a un grupo de personas, por un minuto. Se les pedía contar la cantidad de pases que hacían solo los jugadores vestidos de blanco (ignorando a los deportistas de negro). Inmediatamente después de finalizar el video, se les preguntó sobre el número de pases contabilizados. Si bien la respuesta correcta era 34 pases, en realidad, no era lo importante. Interesaba otro evento.
En la mitad del video aparecía una persona disfrazada de gorila. Durante nueve segundos, el gorila se detenía entre los jugadores, miraba a la cámara, luego levantaba el pulgar y se iba. Junto con el número de pases, a los espectadores se les preguntaba: ¿Notó algo inusual mientras contaba los pases? ¿Vio algo que le llamara la atención? Con extrañeza, la mitad de ellos contestaba que no. No veían nada excepcional. Pero cuando volvieron a mirar el video, sin contar los pases, atónitos, vieron al gorila.
Este experimento se ha repetido muchas veces, bajo distintas condiciones, audiencias y países. Los resultados son los mismos. La atención concentrada en los pases, ciega a las personas a advertir lo inesperado, aun cuando sea algo prominente y extravagante como un gorila en la mitad de la cancha de un partido de básquetbol.
Hoy, Chile enfrenta grandes desafíos: el trabajo de la Convención Constituyente, las elecciones presidenciales, las consecuencias de la pandemia en educación, trabajo y salud, y los corolarios del interrumpido estallido social. Todos estos retos requieren de diálogo, de compartir perspectivas y de llegar a acuerdos. Suponen liderazgos capaces de salir de su propia porción (o vereda) de la verdad, para comprender la de otros. Dejar de poner excesiva atención a la propia historia, identidad y visión de mundo, para empatizar con otras vivencias.
Las personas, inconscientemente, tendemos a escuchar ideas que son más coherentes con las nuestras, en comparación con aquello que resulta desconocido o ajeno. Lo familiar y frecuente hace más sentido, alimentando, manteniendo y reforzando nuestra verdad. Si además estamos aferrados a mantener esa verdad, poniendo solo concentración y esfuerzo por defenderla, no veremos al gorila (tal como ocurrió en el experimento de Harvard). De la misma forma, no completaremos el “espejo de la verdad” ni alcanzaremos La Verdad, si no sumamos las partes de todos, tal como lo exigieron los dioses del Olimpo en el mito griego.
Para evitar esta ceguera atencional, debemos, intencionadamente, distraer la mirada y echar un vistazo hacia el lado. Escudriñar en aquello que no resulta tan comprensible. Obligarnos a leer y escuchar lo que no es familiar, lo que no hace sentido, lo que es opuesto a la visión de mundo que cada uno ha construido. Reflexionar sobre las opiniones distintas y lo informado en medios de prensa que están en las antípodas de nuestra corriente de pensamiento. De esta forma, podremos complementar, renovar o construir una nueva verdad. La verdad inclusiva que considera la diversidad de fragmentos de verdad de cada persona.
Así, y solo así, las nuevas decisiones y acuerdos que se tomen post pandemia y estallido social reflejarán La Verdad que integra distintos puntos de vista, y la que permite restablecer las confianzas requeridas para responder a las demandas y necesidades de la sociedad actual.