El Cerro Cornou en Talcahuano fue refugio de miles de porteños, después de que la tierra se sacudiera, como lo hizo, ese 27 de febrero de 2010: a 8,8 grados Richter. Desde lo alto observaron con desesperación y horror cómo “la mar” se recogía una y otra vez, para luego arrasar el plano del puerto con una fuerza infernal y olas de hasta 10 metros de altura. El comercio, las industrias, miles de viviendas, los puertos, la Base Naval y Asmar quedaron destruidos. Lo poco y nada que quedó en pie lo derribaron enseguida contenedores, botes y buques pesqueros que arrasaron con todo lo que hallaban a su paso.
A ocho meses de la tragedia, desde el Cornou la vista de Talcahuano ya no es tan dramática como la dantesca imagen de los primeros meses post 27/F. No hay escombros en las calles; los contenedores y buques que quedaron anclados en medio de la ciudad fueron retirados, la conectividad mejoró y las avenidas se abrieron para el tránsito vehicular. A pesar de todo, en el ambiente se siente la desesperanza y el descontento de su gente. Tienen razón, desde el cerro Cornou aún se aprecia lo mucho que queda por hacer para recuperar la olvidada Zona Cero.
El comercio menos dañado ya abrió sus puertas. Las empresas de servicios repararon sus locales o arrendaron otros y comenzó la demolición de edificios emblemáticos, partiendo con el Palacio de los Deportes. A esto se sumaron anuncios como la recuperación del borde costero (por 300 millones de dólares), de financiamiento para reconstrucción de establecimientos educacionales, de recursos para remozar la Plaza de Armas, la atracción de inversión a la zona y la promesa del Gobierno que en dos años las 2.500 familias que hoy viven en mediaguas tendrán sus viviendas definitivas.
La noticia de que las instalaciones provisorias para el mercado porteño estarán terminadas en enero de 2011 alivió a los locatarios de este histórico centro comercial del puerto. Algunos de ellos se instalaron en la Plaza de Armas Arturo Prat. Pero un importante grupo -sobre todo adultos mayores- , como explica la dirigente de la agrupación Nancy Jara, no tuvo el capital disponible para hacerlo. Un centenar de personas quedó cesante.
Las instalaciones provisorias -20 cocinerías y 84 locales comerciales – no implicarán ningún costo para los comerciantes. Las ubicarán frente a las ruinas del antiguo mercado. Les prometieron que en dos años se levantaría el nuevo centro comercial, con el aporte de privados.
Menos esperanzador es el clima que se vive en el Puerto Pesquero Artesanal de Talcahuano. El terremoto dejó “mala la mar”, cuentan algunos de los buzos mariscadores y dueños de embarcaciones, quienes sólo por rutina acuden a diario al lugar. No hay mariscos y tampoco hay demanda que justifique el trabajo semanal. Se perdió la mayoría de las 28 embarcaciones que allí operaban. Las que se salvaron tuvieron serios daños y obligaron a sus propietarios a endeudarse. El lugar funciona a media máquina y acusan estar abandonados por las autoridades. “Antes nos dábamos el lujo de trabajar hasta cinco días a la semana; hoy con suerte podemos hacerlo un día”, reclama Andrés Ortega, cuyo bote yace abandonado en la orilla sin esperanzas de ser recuperado. No tiene equipos para trabajar. Se los robaron durante los saqueos. “Antes cambiábamos los trajes de buzo cada tres meses. Ahora no sé qué voy a hacer cuando los únicos que tenemos se rompan”, reflexiona, mientras espera que su hijo regrese de la faena diaria. Con suerte traerá 20 cajas de piures contra las 65 que extraía antes del tsunami.
Los vecinos de caleta El Morro sabían que un terremoto de magnitud 8.8 despertaría la bravura del mar. Por eso subieron cuanto antes al cerro del mismo nombre e ignoraron a los desconocidos personajes movilizados en camionetas que los instaban a bajar porque “la alarma de tsunami estaba descartada”.
La caleta quedó bajo el agua y las casas ribereñas del canal El Morro que no fueron destruidas por el cataclismo, sufrieron el embate de los barcos pesqueros que entraron a toda velocidad por sus estrechas calles.
Hoy, 500 personas de ese sector viven en mediaguas de 18 metros cuadrados en un sitio contiguo al estadio El Morro. Algunos vecinos han hecho “mejoras” con recursos propios. Han pintado las fachadas, instalado lavaderos y hasta pequeñas terracitas para que los niños tengan adónde jugar. Las mediaguas están pegadas unas con otras y los pasajes son estrechos. No hay privacidad, por eso sus residentes establecieron ciertos tratos para asegurar una buena convivencia: nada de ruidos molestos ni de fiestas hasta la madrugada.
En medio del campamento funciona una sede social -donada por una institución- donde se hacen reuniones, talleres laborales y un médico los visita cada miércoles. Su presencia corre de boca a oreja antes que la vocera, una vecina, recorra casa por casa. Casi ninguno de los residentes de la caleta tenía título de dominio y por eso no pueden optar a los beneficios para reconstruir sus hogares. Les prometieron que en dos años saldrían del campamento.
La primera ola llegó a la caleta Tumbes apenas media hora de ocurrido el terremoto. Se estrelló contra el muelle y dio tiempo a sus habitantes para refugiarse en los cerros. “Parecía que el mar seguía nuestras pisadas”, relatan algunas mujeres. Luego vinieron otras tres que arrasaron con la mayoría de las viviendas de la costanera, habitada por familias de pescadores que, además, perdieron sus embarcaciones o “chatas”, como les llaman a los pequeños botes.
Un fenómeno inexplicable permitió salvar gran parte de las lanchas pesqueras que fueron arrastradas por la corriente hacia el sector conocido como El buey. El mismo 27 los pescadores se lanzaron al mar en su búsqueda. Sólo desde el Puerto Nuevo hasta el final de la calle principal (costanera) se perdieron 39 casas, en su mayoría de dos pisos, y construidas recientemente. Sus reisdentes no quisieron abandonar sus sitios ubicados a escasos metros del mar por miedo a que les quitaran sus terrenos. Algunas mineras donaron embarcaciones a los pescadores de la caleta, pero todavía hay quienes esperan ser beneficiados. Aunque para ellos ninguna ayuda les permitirá recuperar el estándar de sus viviendas conseguidas tras años de trabajo en ese mismo mar que caprichosamente, el pasado el 27/F los obligó a partir desde cero.