País, moscatel, cinsault. La tierra, el mar, el aire y el sol. Todos únicos aquí en este valle. Es el origen del vino. La inspiración de todos los que más tarde pusieron fichas en su producción. Pasaron los años negros y ahora florece para entregar más productos, desarrollo y la conservación de un patrimonio de más de cuatro siglos. Prepárese a levantar su copa y hacer un brindis por la larga vida que viene para la vinicultura local.
Por Carola Venegas V.
Un suizo, un alemán, un penquista. En ese mismo orden están sentados alrededor de una mesa, en Bulnes, metiendo sus narices donde deben: en las copas, olfateando y saboreando el cuerpo frutoso de un chardonnay y preguntándose cómo se las ingenian para mostrar al mundo lo que mejor saben hacer: el vino.
Y no es cualquier vino. Ellos son parte de la historia reciente de una tradición de casi cinco siglos. El Valle del Itata, que gloriosamente dio la partida a la viticultura chilena, de a poco vuelve a ponerse en el sitial que le corresponde. Como dice el exitoso sommelier penquista Héctor Riquelme, “por mucho tiempo al Valle del Itata se le miró por debajo del hombro, pero ahora las cosas han cambiado porque la gente quiere reconocer y beber un cuento, una historia detrás del vino”.
Cuento corto. En el Valle del Itata se plantaron las primeras viñas en Chile bajo el concepto de volumen. La producción se enviaba a todo el país y al extranjero desde el puerto de Tomé. Era el sitio ideal para el cultivo de la vid por ser un territorio lluvioso y soleado, y aunque por muchos años se dieron las condiciones ideales, terremotos y otras catástrofes aplacaron su apogeo. Al mismo tiempo el valle central comenzó a imponer su auge gracias a las tecnologías de riego y el Itata, de capa caída, se dedicó a ser proveedor de viñas que más adelante llegaron a recibir una miseria por el kilo de uva. Los viñateros empobrecieron, se hartaron y vendieron sus tierras a precio de huevo. Y los pocos que quedaron inventaron la forma de mantener en forma austera el trabajo que por siglos mantuvieron sus antepasados.
Es sábado y los titulares del día dan cuenta de una hazaña mundial. El dorado cristalino chardonnay, Los Patricios, de la viña Pandolfi Price, hace el anuncio de su medalla en el concurso Decanter World Wine Awards, de Londres. Están allí los propietarios de la viña, encabezado por Enzo Pandolfi hijo, sus padres y Héctor Riquelme, sommelier que se pasea por todo el mundo haciendo gala de sus conocimientos. Disfruta diciendo a la audiencia que este chardonnay tiene un gustillo similar al que deja la pólvora después de que explosiona… Y los comunes y silvestres, sólo se atreven a responder que en verdad el vino es maravilloso, que es de esos sabores que dejan una marca registrada en el cerebro.
“Logré mover vino desde aquí hacia el mundo y nos alegra hacernos un nombre con el trabajo de todos. Este vino se merece los pergaminos que tiene. Yo lo mandé con un poco de miedo, porque nos podía ‘desilusionar’ el proyecto, nos podía bajar los ánimos… Hasta que me llegó un correo desde Londres. Allá se nos informó del oro que obtenía Los Patricios. Quedamos súper contentos con este galardón, sabiendo el tipo y nivel de concurso que es. Y el resultado es muy importante para nosotros, como también lo es para la difusión del Valle (del Itata, donde ellos tienen sus viñedos, en el sector Rucapequén)”, explica Enzo Pandolfi.
Enzo asegura que ha sido un proceso súper largo de aprender, equivocarse y seguir aprendiendo. Él, ingeniero químico de profesión, decidió tomar esta apuesta porque se convenció de que hay que fortalecer la cultura del sector, recuperar la tradición y creer en el emprendimiento.
Y en eso se traduce el Itata. Hay condiciones naturales tan exclusivas y también una historia de porfía de la gente que quiso mantener sus viñedos, que hay que proteger y cuidar.
Claudio Barría, enólogo, es una de las piedras angulares del renacer del Valle del Itata en materia vinícola. Señala que hace bastante tiempo él y un grupo de enólogos estaban tratando de dar un mayor auge a la zona. Su visión los llevó a formar este año la Asociación Gremial de Enólogos, Productores y profesionales del Vino del Valle del Itata.
“La idea parte en el año 2009, cuando hicimos las primeras plantaciones para sacar espumante. La meta inicial era preservar la agricultura tradicional del Valle. Era importante, pues se estaba perdiendo esa tradición centenaria de los viñedos antiguos que estaban sometidos a un cruel sistema de venta de uva. Para la cosecha los camiones iban, pagaban y no volvían más. Los productores se quedaban con los míseros precios que les daban y no más que eso. Muchos años pagaron 40 pesos por kilo de uva. Así muchas de las personas desistieron de mantener los viñedos y fueron colocando bosques, pues vendieron sus terrenos a la industria forestal”, precisó.
Barría continúa explicando que el valle itateño era suelo barato, pues no había mucha demanda. “La gente que se quedó con viñedos eran personas que tenían problemas de sucesión, sus tierras eran difíciles de legalizar y otros que tenían pequeños ingresos a través del vino, mantenían clientes con pequeñas bodegas y preferían ganar poco a mudarse a un pueblo. Es gente que ama la tierra y quiere vivir y morir ahí. De alguna manera se las arreglaba con abejas, con frutas y con programas de desarrollo, fundamentalmente de Indap. Si esos programas no hubiesen existido probablemente esa gente de allí hubiera muerto de hambre, porque tenía muy poco ingreso”, indica el profesional.
Dando frutos
Las cifras de exportación de vinos en la Región siguen bajo el 0.4 % del total país. Sin embargo, la tendencia es alentadora. Si en 2011 Biobío exportó una cifra equivalente al millón de dólares, en 2013 ya se empinó a los 8 millones de dólares.
Ese escenario, cruzado con el interés de las viñas emblemáticas como De Martino o Miguel Torres por trabajar con las cepas de estos lares, pinta un gran panorama y futuro. De hecho, Miguel Torres compró 230 hectáreas para comenzar a producir directamente las cepas del valle. Aunque ya se encuentran trabajando con uva autóctona hace un tiempo.
Omar Fuentealba Risopatrón es enólogo y productor. Le vendió su cosecha 2013 a Miguel Torres. Sus viñas están en Guarilihue y son el resultado del trabajo de sus padres, abuelos y los padres de sus abuelos. Explica que este renacer de la producción vitivinícola del sector es el resorte de la innovación y la gestión, pero también del peso que tiene la tradición del vino local. “Trabajo en el programa Prodesal de la Municipalidad de Coelemu, donde casi todos son productores viñateros. Con ellos planificamos una gira y nos contactamos con la viña Miguel Torres para conocer la experiencia del vino espumante. En ese viaje llevamos una muestra de vino cinsault. En esa oportunidad, comentamos que en su mayoría somos productores de moscatel y de cinsault y nos señalaron su interés de tener uva moscatel nacida un poco más a la costa, porque ellos se habían comprado de los sectores más provenientes de Quillón y Cerro Negro y querían una uva más marina, más expuesta al Pacífico”, puntualiza el enólogo. Los productores formaron una empresa y comercializaron la uva moscatel de 2013. Están felices pues están viendo el fruto de perseverar y mantenerse creyendo en la tierra y su trabajo. Apuestan con todo que el valle va a dar que hablar en materia de vid y vinos y se están preparando para ello.
“Ya sea por el cambio climático o por cualquier otro factor, este lugar se acomoda más a la producción de la uva, con vinos más livianos, más frutales y mostrando un equilibrio de todas esas cosas, permite un cabernet diferente, único… La variedad moscatel está teniendo mucha demanda en Estados Unidos, sobre todo si es espumante. Son variedades de mucha historia y que por generaciones han estado vigentes. En la zona donde yo estoy la viticultura se hace de secano, sin riego, y la mayoría de la gente tiene más de 50 años y la producción la manejan en forma artesanal, no hay mucha tecnología”, comenta Fuentealba.
Los viñedos de Omar se ubican a 22 kilómetros de la costa en Guarilihue. De esa misma zona es la Viña de Neira. Su propietario, Yamil Neira, cuenta que sus tierras están a 17 kilómetros lineales del mar, a 400 metros de altura y que atesora allí una tradición de más de 150 años. “Aquí hay plantas que tienen más de 300 años, que se mantienen de la Colonia. Mi familia viene produciendo vinos del año 30, en el 1900 mis abuelos ya estaban produciendo y fueron los primeros que trajeron vinos de ese sector al sector de Guarilihue Alto”.
El late harvest del bandido Neira es un festín y su cinsault es aplaudido por los principales medios nacionales que le otorgaron el primer premio a la Innovación Zona Sur en 2012. “En el Valle del Itata están los primeros productores de vinos y es un orgullo seguir esa tradición. Los tiempos hoy exigen un vino que tenga una característica principal en cuanto a bouquet, frescura, aroma, mineralidad. Le hemos puesto principal empeño hace unos 10 años a las cepas que están insertas en nuestro propio valle, como país, moscatel y el cinsault, y estamos felices con los resultados”.
La cepa cinsault o cargadora es muy buena para producir espumantes, los cuales son un éxito en el público femenino. “Estamos vendiendo en todo el país, en Brasil, a Alemania y en lo personal estoy muy satisfecho de estar haciendo vinos de esta categoría, pues el Valle del Itata pasó por una crisis tremenda. Innovábamos o moríamos. Pero diría que se marcó un antes y después con el trabajo que están haciendo los enólogos nacionales, sommeliers y otros profesionales del vino. Uno se maravilla con todo lo que hay que mostrar, pues a 40 kilómetros de Concepción está la toscana chilena y vale la pena que se conozca. Haremos un trabajo bien ensamblado con el turismo para dar una identidad y que la gente llegue a reconocer cuando bebe un vino de los nuestros, que diga que desde su copa está degustando el terroir del Valle del Itata”.
Después de la crisis
Claudio Barría cuenta que pagar 40 pesos por el kilo de uva, cuando el puro trabajo supera los 60 pesos, era un desastre. Era sólo perder y perder trabajo. Ante esa realidad de que se estaba destruyendo el patrimonio vitivinícola en Chile, la Asociación de Enólogos quiso reaccionar. Dice que también por inquietud personal activó la idea. “Compré uva, empezamos a buscar productos que pudieran elevar el valor agregado, es decir, que uno pudiera comprar con satisfacción para salir del pipeño que se estaba produciendo hasta entonces. En esos momentos el pipeño tenía una reputación muy mala y poco precio. Por eso hicimos unos ensayos de espumante y de vino dulce en la zona de Portezuelo y de Ránquil. Compramos la uva a 100 pesos, y llevamos unas muestras a la Asociación de Enólogos, en ese tiempo el presidente era Hernán Amenábar y él dijo: ´Quiero comprar 300 mil litros del Valle del Itata como vino base`, comenta. Eso significó comprar 500 mil kilos. Después llevó las muestras a Errázuriz Domínguez y de allí a Valdivieso y se aumentó el volumen del pedido a 1 millón de litros. Se elevó la demanda y subió el precio, pues el kilo se pagaba a 110 pesos”.
Y es un logro. Hace tres años que se está pagando sobre los 110 pesos gracias a la demanda que se generó por el moscatel. La Asociación de Enólogos también ha invitado a mucha gente a el Valle del Itata financiado conjuntamente con ProChile. “Es distinto cuando a un enólogo le llega un vino moscatel del Itata y se lo vienen a mostrar a su oficina, que cuando conoce a la gente y la historia que hay… Dice que no puede pagar 200 pesos. Parte al tiro pensando que esa gente debe seguir viviendo ahí y paga 400 pesos… Hay un despertar de la conciencia, que se consiguió con la visita de los enólogos en un recorrido de Santiago al Itata. Eduato Bretahuer, de la revista Wines Magazine, empezó a escribir artículos sobre el Itata y a dar cuenta sobre las miles de historias que hay en la zona, todas con la misma inspiración y la necesidad de apoyar la preservación de este patrimonio que es realmente precioso”, acota el enólogo.
Pero había que hacer algo en el valle, e Indap les dio una mano muy buena con los productores de Ránquil. “Se nos aprobó un proyecto para producir espumante in situ. Todo eso los tenemos en un carrito, en un trailer que va a circular de productor en productor y van a poder ellos tener su espumante, su vino seco. Con eso se va a asegurar un ingreso por las visitas y el turismo que se está generando para poder probar la botella, mirar el paisaje, comprar la botella, la miel y lo que tenga el productor. Le estamos llevando el cliente a su viña para que las personas conozcan el Chile real de la vitivinicultura. Ese Chile real es el que estamos promocionando. Aquí no llegas en helicóptero ni en carruaje ni ninguna de esas pomadas. Aquí tenemos la viejita arrugada que te recibe con un cariño que te conmueve. Eso es lo que se hizo con Itata profundo, profundo porque viene de las raíces”.
La raíz de la vitivinicultura nacional
Cuando hablamos de una vitivinicultura de volumen, la primera zona vitivinícola en Chile fue en el Valle del Itata. Eso fue a fines del siglo 18 y floreció en el 19. Los viñedos en el Maipo y cerca de Santiago se instalaron en 1850, cuando ese valle se comenzó a regar. En ese lugar el producto de la vid es distinto, pues tiene un suelo de piedra y no hay lluvia. En cambio acá en el Itata el suelo es una esponja. Llueve lo suficiente para que dé vida al fruto y el sol le otorga el complemento perfecto.
En el Itata prácticamente está todo el cinsault que hay en Chile. Ésa es su cepa emblemática y no la cepa país como se cree.
“En el mundo del vino se viene privilegiando lo natural, lo orgánico, lo auténtico y lo que tiene historia, por eso yo digo que el mejor vino del Itata se toma en el Itata”, asegura Claudio Barría. Y lo recalcó también Héctor Riquelme. “El Valle del Itata es parte del futuro, es parte de la diversidad que Chile tiene que mostrar en el mundo entero. Es diferente, distinto. Cuando uno lo aprecia, dice que no parece Chile, porque no somos el sector industrial del Valle Central, somos un Chile distinto, llamado a recoger una historia que tiene más de 400 años. Cuando alguien ve estos viñedos con laderas escarpadas con el mar al final, surge el deseo de ganarle la batalla al pino y al eucaliptus, tenemos que asegurar la batalla a los viñateros industriales y a la reconversión”, agrega el sommelier.
El otro Itata
En el valle o entre cordilleras del Itata (que es distinto al Itata profundo) hay un suelo distinto al de la costa, que es de origen volcánico con una gran fertilidad, con mucha materia orgánica, lo cual permite que el maíz pueda crecer cuatro metros. El clima es privilegiado para la producción de sauvignones, porque es una planta de gran vigor y necesita mucho nitrógeno. Se adapta muy bien y se logran aromas intensos y de excelente acidez, aunque el suelo es más difícil de trabajar. Pero se consiguen productos excelentes de variaciones de maduración temprana, como el pinot noir, por ejemplo. El malbec y el merlot también son dos variedades que se dan muy bien. O el chardonnay, como el de Pandolfi, que ha logrado desarrollar un vino extraordinario y muy elegante.
Sandra Ibáñez, la directora regional de ProChile, aplaude a los Pandolfi Price ese sábado de anuncios e interviene ratificando que seguirán los apoyos para este sector. Hay que mejorar las cifras, eso sí. “Como Región del Biobío estar vendiendo 8 millones de dólares de los mil ochocientos que vende Chile es muy poco, siendo que tiene un potencial gigante. Queremos seguir ayudando en todo este terreno, creo que esta instancia de reconocimiento a un vino de la zona del Itata en el concurso más importante del mundo del vino, abre posibilidades a esta viña, pero también a otras. La recomendación es que los productores se asocien, acá falta mayor organización, y que entiendan este proceso para poder generar sinergia, generar mejores resultados y también para internacionalizar el vino. Chile exporta vino a muchos países, siendo los que representan un mercado más grande el estadounidense, Japón, Reino Unido, pero también Dinamarca, Brasil, Holanda y hay mercados que están creciendo fuertemente como el japonés y el chino, que en 2013 crecieron sobre un 23 % y en Rusia tuvo un crecimiento en este mismo período por sobre un 10 %”, aclaró.
En eso están Yamil Neira, Rudolf Ruesch (de Viña Chillán) y Heinrich Männle, que siguen en la mesa de Bulnes de la bodega Männle. Hablan del futuro, del turismo, de llevar gente para que viva la experiencia de beber un vino distinto y auténtico. Sus productos ya son conocidos en Alemania, China, México, Estados Unidos, Brasil y en todo Chile. Así como los pioneros españoles trajeron sus cepas para hacer vinos de misa, ellos piensan en hacer negocios pero ponerle un color y sabor a la nueva historia del Valle del Itata. Ponerle pasión y matemáticas a este cuento que parece florecer después de tanto tiempo sesgado y mal mirado. Es el momento para levantar las copas y hacer sonar las botellas. La tradición inspira y madura a paso lento como el vino en la barrica, pero se confía en un resultado feliz, que haga desarrollar el sector y perpetúe su patrimonio.