Dr. Jorge Maluenda Albornoz
Doctor en Psicología
Psicólogo Educacional
Académico Investigador USS Concepción.
Una de las grandes interrogantes de muchas madres, padres y apoderados durante los últimos meses ha sido cómo facilitar el retorno a clases presenciales de sus hijos, y cómo lograr que -en vez de un escenario perjudicial- esta sea una edificante experiencia de desarrollo.
Lo primero es poner atención a las presiones y expectativas que nosotros, los adultos, imponemos a los niños. Es muy relevante entender que aquello que deseamos los adultos, ya sean padres o docentes, demanda y exige a los estudiantes. Hay que entender que no estamos regresando a la “normalidad”. Estamos emprendiendo un rumbo nuevo en un entorno desconocido y lleno de incertidumbre. Es importante ser conscientes de esto, y avanzar en conjunto con los niños para encontrar un nivel de demanda apropiado y progresivo.
En segundo lugar, recordemos que durante un tiempo prolongado nuestros hijos han estado sumergidos en una rutina con otras características, sin el ritmo y sistematicidad del régimen escolar. Muchos, no tuvieron contacto con sus pares y, menos aún, con la autoridad docente o la cultura escolar. Por lo tanto, es de esperar que tome un tiempo
considerable el reajuste de los estudiantes -o el aprendizaje desde cero, en el caso de los más pequeños- al sistema educativo.
En este sentido, es clave que estemos atentos a señales de desajuste, desgaste, angustia u otros, para lo cual es necesario observarlos, y mantener una conversación fluida y permanente con ellos. Se debe poner especial atención a signos de desadaptación social, como falta de lazos con sus pares y docentes, soledad, apatía, baja participación, conducta disruptiva, conflictos con otros; desadaptación académica, cuando el niño está “perdido” en las actividades y deberes, o su rendimiento ha disminuido. O cuando lo vemos cansado, con sueño, intranquilo, angustiado o con desajustes alimenticios.
Estar atentos no solo nos va a permitir apoyarlos emocionalmente y guiarlos para enfrentar los eventos que surjan, sino que también posibilitará trabajar en alianza con los docentes y especialistas disponibles para, así, resolverlos del mejor modo y de forma oportuna.
“La investigación muestra
que uno de los factores
más importantes para
la generación de la
violencia es la existencia
de una cultura que
valora, acepta o, al
menos, no sanciona la
violencia como un acto
relacional inválido entre
sus miembros”.
Últimamente, han surgido dudas respecto de si existe relación entre estos desajustes y los
actuales episodios de violencia en las escuelas. ¿Son eventos producto del período de “latencia social” que todos vivimos durante la pandemia? Podríamos contestar: Parcialmente.
Es que en este período de transición a una nueva situación escolar existe estrés sobre todo el sistema educativo, que vive una maratón llena de exigencias de los organismos educativos y sanitarios. Ello genera presión sobre los docentes y profesionales del sistema educacional, y sobre los propios estudiantes. Si a eso le sumamos que los chicos han vivido al menos dos años con falta de una interacción social entre pares, con sus docentes y la autoridad escolar y, por cierto, sin un trabajo académico sistemático, tenemos un escenario que fomenta la generación de eventos de todo tipo impulsados por el estrés, la angustia y la desazón, y agravados por la falta de herramientas para enfrentarlos.
Sin embargo, es importante no confundirnos. No se puede soslayar que la violencia en el sistema educativo es un fenómeno presente en Chile desde hace varios años. Ya antes de la pandemia observamos que esa violencia física y simbólica iba en aumento, especialmente en sistemas educativos desorientados. Este último punto es extremadamente importante. La investigación muestra que uno de los factores más importantes para la generación de violencia es la existencia de una cultura que valora, acepta o, al menos, no sanciona la violencia como un acto relacional inválido entre sus miembros. En sistemas de este tipo, no solo aparecen más eventos de violencia física y simbólica, sino que los eventos son de mayor intensidad y frecuencia.
La cultura permea de forma explícita e implícita los discursos y las formas de actuar tanto de estudiantes como de docentes e, incluso, afecta las políticas internas, la gestión y los protocolos de abordaje, entre otros.
Debemos tener presente que nosotros, en tanto directivos, docentes, profesionales de la educación, padres, madres o estudiantes, somos parte activa de la cultura educativa. Seamos responsables e intentemos promover buenos valores con base en el respeto, la tolerancia y la convivencia, y no solo a través del discurso, sino también de nuestras acciones.