Rocío Cruces es profesora de Ciencias Naturales y dirige Buena Cabra, un proyecto que utiliza cabras para crear cortafuegos naturales y proteger los ecosistemas rurales. Junto a su pareja, Víctor Faúndez, ha implementado un enfoque innovador que no solo combate los incendios forestales, sino que también promueve la regeneración del entorno y beneficia a la comunidad.
El verano de 2023 quedó marcado por los incendios forestales que arrasaron Santa Juana y sus alrededores, dejando un saldo devastador: 13 muertos, 1.200 damnificados y alrededor de 70 mil hectáreas consumidas por el fuego. Sin embargo, en medio de ese desolador escenario, hubo un lugar que logró resistir: un proyecto de ecoturismo ubicado en el sector de Chacay, en la ruta que conecta Santa Juana con Nacimiento, creado por Rocío Cruces, profesora de Ciencias Naturales, y Víctor Faúndez, ingeniero forestal. Su predio se convirtió en un símbolo de resistencia frente a la fuerza de las llamas: un cortafuegos verde que, además, alcanzó para proteger a sus vecinos.
Esta resistencia no fue producto del azar, sino el fruto de una estrategia innovadora. Inspirados por experiencias internacionales y saberes ancestrales, Rocío y su pareja implementaron un sistema de pastoreo estratégico con cabras para crear cortafuegos naturales. Buena Cabra fue el nombre que le dieron.
En una zona extremadamente vulnerable
En 2016, Rocío y Víctor iniciaron su emprendimiento en un terreno ubicado en el kilómetro 67 de la Ruta de la Madera, para preservar y revitalizar el ecosistema mediante un enfoque sostenible. Así nació Bosques de Chacay, una iniciativa de ecoturismo que incluía un parque para ciclismo, actividades al aire libre y educación ambiental. Su objetivo era conectar a las personas con la naturaleza y favorecer los lazos de los visitantes con la comunidad rural.
“Al año de habernos instalado, en el verano de 2017, nos vimos amenazados por un incendio forestal que estuvo a pocos kilómetros de llegar a nuestro predio”, recuerda Rocío. A raíz de esa experiencia, explica, se dieron cuenta del grave riesgo que corría su proyecto al estar ubicado en una zona rural, seca y rodeada de terrenos forestales, lo que los hacía extremadamente vulnerables a los incendios.
En busca de soluciones para este problema, surgió la idea de utilizar el pastoreo estratégico para eliminar material vegetal inflamable. Una metodología que se utilizaba bastante en España, Portugal, Canadá y Australia. La idea era simple pero poderosa: las cabras, mediante un pastoreo controlado, eliminan material vegetal inflamable como zarzas y retamillas, creando cortafuegos naturales. Además, su actividad enriquece el suelo, promoviendo su regeneración, pues las cabras, al digerir la vegetación, generan abono que mejora la fertilidad del terreno y su capacidad de retener agua, creando un ciclo virtuoso que combate la erosión y fortalece el ecosistema.
“El primer desafío fue aprender a criar cabras y adaptarlas al modelo”, comenta. Comenzaron con 16 cabras que trajeron desde Lonquimay. “Eran de distintas edades que lograron reproducirse y formar un rebaño saludable. Fue un proceso de ensayo y error. Tuvimos que delimitar zonas, proteger especies nativas y trabajar en equipo para que el pastoreo cumpliera su función”, rememora.
Una tragedia les dio la razón
En su proyecto, la experiencia de sus vecinos sobre la crianza de estos animales fue fundamental para dar continuidad al emprendimiento. Por ello, también entendieron que necesitaban implementar estrategias que les ayudaran a crear un paisaje más resistente a los incendios.
“Además de la metodología con las cabras, hemos tomado varias medidas clave, como la poda de árboles y la selección de plantas más resistentes al fuego. También trabajamos en la creación de senderos para andar en bicicleta entre los árboles, lo que genera ‘curvas de nivel’, que ayudan a retener el agua de lluvia, proporcionando mayor humedad al terreno. Estas estrategias, junto con la creación de zonas de seguridad, nos han permitido enfrentar de manera más efectiva el desafío de los incendios”, indica.
Con Buena Cabra ya funcionando, postularon dos veces a proyectos Corfo, sin éxito. “Pensamos que era un modelo que podíamos replicar y aportar. Lamentablemente, fue con el incendio de 2023 cuando demostramos que nuestro pastoreo estratégico funcionaba”. No solo lograron evitar que el fuego alcanzara su terreno, sino que también protegieron a sus vecinos, unas 30 personas que vivían en 10 casas cercanas.
Sin embargo, el incendio causó grandes pérdidas: “Entre las víctimas de la tragedia de Santa Juana, al menos cuatro eran de nuestra zona, y muchos de nuestros vecinos lo perdieron todo”. En el caso de Bosques de Chacay, aunque recibían las pavesas que dispersaba el viento, estas no lograban propagarse, ya que no había vegetación de altura. “Solo teníamos pasto seco y corto, típico de febrero”. En ese instante, agrega, supieron que su estrategia funcionaba, que la teoría y las experiencias internacionales podían adaptarse y ser efectivas en el contexto chileno, incluso en condiciones tan extremas y vulnerables como las que enfrentaron ese verano de 2023.
Los desafíos
A pesar de los logros, Buen Cabra sigue enfrentándose a la falta de financiamiento estable. “Hasta el día de hoy somos nosotros los que golpeamos las puertas. Y seguimos haciéndolo porque queremos que esto se propague”. A lo largo de este tiempo, han postulado a todas las ayudas posibles para seguir adelante y también han buscado alianzas con empresas privadas. “En especial, hemos tenido reuniones con diversas empresas forestales, quienes nos han visitado para conocer nuestro modelo y comprobar que realmente funciona”.
Les han mostrado, dice, cómo este enfoque puede ser una solución viable para ellas. “Un ejemplo de esto es que la Universidad de Concepción fue la primera organización en contratarnos para realizar cortafuegos utilizando nuestras cabras para limpiar áreas vulnerables. Esto no solo evita el riesgo de incendio, sino que también contribuye a la prevención de accidentes laborales. Las cabras tienen una habilidad especial para moverse en terrenos inclinados y laderas, lo que las convierte en una herramienta muy efectiva en este tipo de tareas que podrían ser peligrosas para las personas”.
Salvo este caso, las conversaciones no han dado frutos inmediatos. Sin embargo, no desisten y siguen intentando sensibilizar sobre los beneficios de invertir en soluciones basadas en la naturaleza. “Somos un emprendimiento local con más de 200 cabras, lo que nos permitiría formar cuadrillas para proyectos más grandes. Además, si las empresas se suman, como lo hizo la Universidad de Concepción, podríamos ofrecer protección en áreas clave, como las fajas de transmisión eléctrica. Esto permitiría involucrar a pequeños ganaderos, revitalizar la economía local y crear un modelo resiliente para enfrentar futuras crisis”, concluye.