El científico y paleobotánico chileno, Marcelo Leppe, quien realizó gran parte de sus estudios universitarios en Concepción, lidera desde hace buen tiempo investigaciones que ratifican y dan sustento a la teoría de que en el continente blanco alguna vez existieron densos árboles, plantas y hasta dinosaurios. Con él conversamos a bordo del buque Aquiles, durante una expedición a este territorio sur austral, organizada por el Instituto Antártico Chileno (Inach). Éstos son los detalles de su trascendente indagación.
Por Natalia Messer.
La Antártida fue verde. La periferia del continente blanco estuvo dominada por árboles de una densa vegetación. Un paisaje hoy inimaginable, pero que se dio en la era del Cretácico, hace aproximadamente 80 millones de años, y que sólo los dinosaurios tuvieron la oportunidad de ver, porque los primeros homo sapiens aún no aparecían.
Por estos días, científicos de todo el mundo buscan esas huellas para estudiar mejor esta teoría que habla de su pasado verde. Entre estos investigadores se encuentra el científico y paleontólogo chileno, Marcelo Leppe, cuyas indagaciones se han centrado en la búsqueda y estudio de fósiles de nothofagus, que son una especie de árboles que un día se encontraron en los bordes antárticos.
Su nombre es reconocido entre la comunidad científica nacional y, especialmente, entre sus pares de Concepción, pues parte de su educación universitaria la realizó en la capital regional. Es licenciado en Biología de la Universidad de Concepción, formación que complementó con un Doctorado en Ciencias Biológicas, con especialización en Botánica.
Actualmente, Leppe se desempeña como paleobotánico del Instituto Antártico Chileno (Inach). Con el apoyo de esta institución, viajamos al continente blanco, embarcados en el buque Aquiles de la Armada, donde durante una extensa conversación, el Dr. Marcelo Leppe, también representante chileno en el Comité Científico para la Investigación en la Antártida (SCAR, por sus siglas en inglés), nos explicó cómo habría sido la Antártida del pasado, y las posibilidades de que ésta hubiese sido no sólo “verde”, sino que también hubiera estado conectada mediante un “puente terrestre” con la parte sur de América.
Bullying a Hooker
La idea de la Antártida verde más que nueva es desconocida. Para saber cómo se llegó a tal hipótesis, que nos habla de un continente con árboles frondosos, hay que recordar al científico inglés Joseph Dalton Hooker.
Era 1839. La tripulación inglesa de los buques Terror y Erebus partía destino a la Antártida. En la última embarcación viajaba Hooker, botánico y naturalista, también el más joven de la expedición.
Hooker observó la flora y recolectó algunos fósiles en el extremo austral. La aventura después los llevó a otros sitios: Tierra del Fuego, Nueva Caledonia, Nueva Zelanda, el sur de Tasmania y, finalmente, Europa.
Para cuando el científico se encontraba en su patria, estudiando sus colecciones tuvo una “revelación”: las plantas recolectadas en el sur de Sudamérica eran comunes con las de Tasmania, Nueva Caledonia y Nueva Zelanda. Había una conexión entre la Antártida y todos los otros destinos que Hooker visitó.
“Entonces él postuló algo que sonó un poco descabellado: dijo que la Antártida habría actuado como un puente y que eso se debió a tierras emergidas que luego la conectaron a otros continentes”, cuenta el Dr. Leppe.
Por esta idea, Hooker fue motivo de “bullying” de parte de la comunidad científica de la época. Tendrían que pasar años, más bien décadas, para que sus ideas se tomasen en serio.
Árboles antárticos
178 años han pasado desde la travesía de Hooker, y los fósiles antárticos siguen revelando datos increíbles.
A eso suma que el dañino fenómeno del calentamiento global ha permitido ver lugares que ningún otro científico antes pudo, porque lo que estaba cubierto de hielo hace 20 mil años, ahora, ya no lo está.
“Seguramente será la primera vez que ojos humanos miren un fósil hallado hoy en la Antártida, porque antes nadie lo pudo ver”, asegura el Dr. Leppe.
El mismo científico aprovecha esta ventaja. Marcelo Leppe es, también, un “buscador de oro”; en su caso, de fósiles de nothofagus, que son una serie de especies arbóreas originarias del hemisferio sur y que también habitaron en la periferia de la Antártida.
Actualmente, existen 31 especies de nothofagus por todo el mundo: 10 de ellas se encuentran en Sudamérica (Argentina y Chile). El resto se halla en Australia, Nueva Zelanda, Nueva Caledonia y el sur de Tasmania. Ejemplos de este tipo de árboles son las araucarias, el ruil, raulí, ñirre, coigüe, pellín y roble, entre otros. Algunas de estas especies hoy se encuentran en peligro de extinción.
La importancia de los estudios de estas especies radica en que, a través de ellos, se podría lograr entender la conexión o desconexión de los continentes y, este caso, saber si existió un puente con tierras emergidas entre la Antártida y Sudamérica.
La principal interrogante que se busca dilucidar viene del hecho de que si las semillas de estos árboles viven poco, si su capacidad de dispersión es baja (siempre por aire) y si necesitan de espacios terrestres para ir avanzando, porque son intolerantes al agua de mar, ¿cómo fue posible que hayan llegado a la Antártida?
El hallazgo
El Dr. Marcelo Leppe parece tener la respuesta a la pregunta anterior. El biólogo, junto a su equipo científico, encontró durante 2016, restos fósiles del nothofagus más antiguo del mundo, en la isla Nelson, perteneciente al archipiélago Shetland del Sur, en pleno continente antártico.
El fósil, que correspondía a una hoja de nothofagus, arrojó una antigüedad de 81 millones de años. O sea, existió en plena era del Cretácico cuando, supuestamente, la Antártida fue verde.
Este hallazgo, dice el investigador, podría generar un gran impacto a nivel científico. Ello, porque la especie arbórea más antigua de este tipo de la que se tenía registro se encontró en Sudamérica, pero la data fue de 68 millones de años.
Una arista del debate será saber si las primeras especies arbóreas ingresaron desde la Antártida a Sudamérica o viceversa.
“Nuestro descubrimiento podría significar que el centro de origen y diversificación de los nothofagus fue la Antártida y que, desde allí, colonizaron los otros continentes”, explica el científico.
Aunque lo anterior, por ahora, no desestima la idea de que los precursores del nothofagus podrían haber llegado al continente blanco por cualquier otra vía: “Tal vez por América, pero en este momento, y con nuestro hallazgo, el registro más antiguo está en la Antártida. No se ha encontrado otro de esa antigüedad”, señala Marcelo Leppe.
Lo más importante, agrega, es que con estos fósiles de árboles se refuerza esa idea que un día sonó un poco a locura: que la Antártida fue verde.
Aguas superficiales
Pero además del verdor de la Antártida, una de las teorías que podrían comprobarse con estos descubrimientos es que dicho continente tuvo comunicación con Sudamérica. Si bien por mucho tiempo se pensó que la conexión se dio por la tectónica de placas, es decir, porque un continente se “movió” hacia el otro, a la luz de sus hallazgos, para Marcelo Leppe, lo más lógico sería que el nivel del mar descendió para el Cretáctico tardío, debido a bruscos cambios de temperatura, permitiendo que emergieran esas tierras de las que Dalton Hooker un día habló, y que habrían conectado a la Antártida con el extremo sur de Sudamérica.
“Además, al descender el nivel del mar se permitió la entrada de nothofagus y de muchas otras especies acompañantes como, por ejemplo, los hadrosaurios”, explica el Dr. Leppe.
Los hadrosaurios fueron dinosaurios herbívoros cuadrúpedos y vivieron durante la última parte del período Cretácico. En islas de la península Antártica se han encontrado vestigios de la familia de estos dinosaurios.
Pero no sólo los hadrosaurios fueron habitantes antárticos y del extremo sur de Sudamérica, también los marsupiales, pero eso fue hace 85 millones de años.
“Los marsupiales son de Sudamérica. Salen de aquí, conquistan la Antártida y después Australia. Eso está demostrado y se publicó en 2010. Los australianos quedaron con depresión cuando supieron esta noticia”, cuenta entre risas el Dr. Leppe.
“Tropiantártida”
Los dinosaurios y los árboles necesitaron de un ambiente apto para sobrevivir. Por eso, estas mismas aguas someras fueron las que regularon el “termostato” de la Antártida hace 80 millones de años, porque al estar más bajo el nivel del mar se dio una especie de intercambio de calor con el resto de las aguas ecuatoriales.“La corriente marina no cerraba en circuito cerrado, como actualmente, sino que subía, y entraba hacia la línea ecuatorial y le transmitía calor a la Antártida”, explica el Dr. Leppe.
Hace 35 millones de años, a partir del Plioceno, comienza a profundizarse gradualmente la separación de la Antártida y Sudamérica. Y aunque no fue tanto lo que se distanciaron, las aguas que estaban entre estas dos masas continentales ya no fueron más superficiales y se volvieron profundas en varios miles de metros.
“Esto causó que el agua ya no saliera hacia el Ecuador a calentarse, sino que entrara en circuito cerrado y en vez de transmitirle calor a la Antártida, lo secuestra”, agrega.
Al ocurrir este fenómeno lo primero que se congela son las altas cumbres, después bajan los glaciares por los valles hasta la costa y, finalmente, termina congelándose el mar circundante de la Antártida.
Este congelamiento no ocurrió de un día para otro, si no que hace unos 35 millones de años. De ahí en adelante la temperatura bajó abruptamente y el continente terminó por congelarse hace aproximadamente unos 13 millones de años.
Paisaje Cretácico
Antes de este congelamiento antártico, y que hoy ha tenido estragos con los efectos del calentamiento global -porque los icebergs se derriten y las temperaturas se elevan- el paisaje era más o menos así: una Antártida dominada por densos árboles, helechos y coníferas -arbustos muy antiguos con ramas que se presentan en forma cónica-, y frutos que también tenían una estructura de cono.
Todas estas especies subsistían en un ambiente subtropical a templado cálido, con una temperatura media anual no menor a 18 grados Celsius, y un mínimo de 6.
Algo muy diferente a los -30 grados Celsius que se pueden sentir hoy en el continente blanco. Eso, al menos, en las zonas periféricas de la Antártida, porque al interior del continente el clima es mucho más hostil.
Hay que recordar también que en la Antártida se ha registrado la temperatura más baja de la historia, -89,4 grados Celsius, y también ostenta ser el lugar más ventoso del mundo, con rachas de hasta 304 kilómetros por hora.
Es probable que sus estaciones de hace 80 millones de años fueran sólo dos: invierno y verano. El invierno, como explica el científico, era oscuro, casi no había día, pero sí mucha nieve.
En aquel paisaje Cretácico también reinaban los animales, como el hadrosaurio, titanosaurio y anquilosaurio, que se paseaban libremente por estos bosques y se alimentaban de ellos.
Más tarde, con el fin de la era de los dinosaurios, comenzaría la conquista de otras especies en el continente más alto del planeta, cuyo promedio es de 2.300 metros sobre el nivel del mar.
“Aparecen principalmente mamíferos y aves, también una gran variedad de peces, erizos, bivalvos, incluso corales”, dice el paleobotánico.
Con el paso del tiempo las especies evolucionarían en fauna conocida y estudiada como, por ejemplo, los pingüinos.
“La Antártida actual es blanca, es cierto, pero la del pasado se asemeja al paisaje moderno del bosque valdiviano y aquellos propios del sur del Brasil. Si miras allá, entonces puedes ver la Antártida del pasado”, concluye el Dr. Leppe.