El carismático jurado de Estrellas sobre el Hielo obtuvo en Concepción su residencia chilena. Aquí conoció a una penquista, a la que embarcó en su vida errante para mostrar su arte en los espectáculos circenses. Acá también inició un pequeño negocio hasta que fue tentado por TVN. Hoy espera radicarse en Chile y está buscando oportunidades para formar atletas de alto rendimiento.
Ruslan Svitchi, el atleta ruso, patinador y jurado de Estrellas Sobre el Hielo parece un príncipe de cuento. Su apariencia es perfecta. No es muy alto, pero su físico es fuerte y atlético. Definitivamente la pantalla no es justa con sus facciones extrañamente toscas y armónicas.
“¿Eres Ruslan?” Le pregunta la gente en la calle, mientras aprovechan de comentar o reprocharle los resultados del programa del canal estatal. Otros simplemente no pueden creer que lo tengan en frente, en un lugar tan común como el mall penquista. ¿Qué hace él en Concepción? Se preguntan quienes no saben que este ruso de hablar enredado está muy ligado a esta ciudad. Aquí conoció a una penquista, se casó, nacieron sus hijos, emprendió un pequeño negocio y hasta hizo algunos talleres de piruetas en una universidad de la zona.
Su paso por Concepción
Curiosamente, fue en ese centro comercial donde este artista, proveniente de la República de Moldavia, debutó en Latinoamérica con el espectáculo de Tarzán sobre hielo. Era el año 2001 y Ruslan fue fichado como la estrella del circo de los hermanos Fuentes Gasca, junto a quienes inició una gira, después de haber trabajado en Europa en la crema de los espectáculos circenses, que son un lujo tanto por su montaje, como por las construcciones donde se realizan.
En una de las funciones vio entre el público a Lorena Vergara, una penquista estudiante de ingeniería, que llegó con sus amigas atraídas por las luces y por la historia de Tarzán. Quiso conocerla, salieron, se hicieron amigos, pololearon por teléfono, se casaron, partieron a recorrer el mundo y en estos siete años de matrimonio tienen dos hijos: Nikolai (6) y Antonia (1 año 3 meses). Superaron las barreras del idioma y hoy tienen un sueño juntos. Vivir del hielo, del patinaje y de la gimnasia artística. Escogieron Chile para comenzar a vivirlo, dicen. Por ahora basta de recorrer el mundo, ya que sus hijos necesitan la disciplina y el rigor de la educación, factores que son primordiales para Ruslan. Acaban de instalarse en Santiago, después de un breve asentamiento en Concepción. Incluso llegaron a montar un negocio en Colón 9000, un centro de eventos que se llamaba Circus y que contenía toda la magia del hábitat natural de Ruslan. Un lugar para los niños, sus juegos y los sabores más dulces.
Rigor soviético
Ruslan nació en Moldavia, una de las 17 repúblicas que constituyeron la ex Unión Soviética. Aunque fue un país con muchas proyecciones, luego de las transformaciones políticas, se quedó sin acceso al mar, lo que significó un fuerte impacto en sus habitantes. “Mi padre dice que Moldavia es un país de viudas, porque siempre ha sido un sitio estratégico para las guerras. Ya fuera de Rusia o Rumania, siempre pasaba algún contingente, ya que nuestra frontera está justo entre Ucrania y Rumania”, explica. Y si de guerras se trata fue justamente el conflicto bélico de Irak, país en que vivía a principios de los 80, lo que comenzó a forjar su camino al deporte. Estaba viviendo allá con su familia, cuando se desató la guerra con Irán y tuvo que volver rápidamente, sin su padre, a Moldavia.
“Tenía siete años, pero lo recuerdo bien. Una vez en Moldavia, entré al colegio y estaba muy entusiasmado en hacer natación. Pero por casualidad entré a una institución donde hacían gimnasia. Me hicieron una prueba y quedé. Allí aprendí a hacer varias cosas, desde bailes folclóricos, pintar y la disciplina de la gimnasia. Se separó temprano de sus padres por lo mismo. El rigor de la actividad gimnástica lo obligó a trasladarse a un internado para prepararse en un recinto donde entrenaban los mejores de cada república soviética. “Fue duro, pero sé que todo eso tiene un sentido. El sistema es extremadamente exigente. Hasta que tuve 17 años cada día fue igual. Te golpeaban la puerta en la mañana, horarios, tres lecciones de gimnasia, comer, más lecciones, cena, hacer tus tareas y temprano a la cama”, comenta.
Todo aquello para competir en certámenes dentro de los países del bloque soviético, porque no había oportunidades de salir a otras naciones democráticas. Aunque no seleccionó para juegos olímpicos, sí tuvo importantes triunfos deportivos dentro de su patria. “Fue una gran experiencia, aunque estuviera lejos de mis padres. Ellos siempre me apoyaron, porque esta formación me dio muchas cosas, desde la ropa a atención en muchas áreas. Claro que también fue duro. Por ejemplo, a veces había que hacer saltos mortales y uno, siendo muy pequeño, temía o dudaba. Entonces tu entrenador te decía: imagina que si fallas los fascistas van a matar a toda tu familia… Y uno, por una cosa de instinto, entonces lograba hacerlo”, recuerda, mientras agrega que a pesar de ese trato nunca se ha quejado, “porque todo esto me ha dado el pan”.
La era del hielo
Ruslan pasó de la gimnasia al trapecio, y luego del trapecio al hielo. Entremedio sucedieron un montón de otras experiencias. Fue chofer de ambulancias, ayudó a salvar vidas y presenció la muerte. Cuando un amigo le dijo que había dos cupos para trabajar en un circo, simplemente lo tomó como una “joda”. Pero allí comenzó todo. Ocupó el lugar de un trapecista que murió en una tragedia y no paró más. Llovían los contratos para recorrer Europa desafiando la gravedad y las alturas.
Fue en una de esas vueltas cuando tomó un par de patines. Estaba cansado ya de los números tan masivos y pensó que sería bueno probar un show que dependiera más de su propia destreza. Audicionó junto a una patinadora y calificaron para uno de los teatros más importantes del Viejo Mundo. Así se inició su era del hielo. Desde ahí lo contactaron para venir con el espectáculo del circo mexicano de los hermanos Fuentes Gasca.
“A veces me preguntan qué parte del mundo conozco y yo digo al revés. Qué parte del mundo no conozco, porque he estado en casi toda Europa, Latinoamérica y Norteamérica. Vivir viajando es hermoso, lleno de emociones, pero en realidad creo que es el momento de parar. No quiero que mis hijos lleven esta vida, sin identificarse con un lugar. Quiero que vayan al colegio y que practiquen deporte y ya es la edad para que ellos estén creciendo en una parte”.
Una estrella en la ciudad
A pesar de haber recorrido tantos sitios, no hay uno que le guste más para echar raíces.
“Conozco muchas ciudades bonitas, pero creo que el mejor sitio para vivir es aquel donde puedes estar tranquilo y tienes trabajo”, dice. Estrellas sobre el Hielo abrió la posibilidad de que, quizás, la ciudad ideal sea Santiago. Allá se mudaron hace pocos días a un departamento los Svitchi Vergara. Están a la espera de proyectos televisivos, quizás el patinaje en forma profesional o gimnasia.
“Yo no me explico cómo Chile que es un país con tanto potencial no tiene deportistas de competición. Uno va y presenta un proyecto, pero la respuesta siempre es muy similar… Que no, porque la idea es divertir y no competir. Así nunca van a llegar a ninguna parte”, reclama.
Proyectos hay muchos para Ruslan y sus colegas, pero aún golpean puertas. Incluso salió por ahí una propuesta al grupo Farkas, del que aún no tienen respuesta. La idea es hacer una pista de patinaje de hielo en la capital para enseñar, como se debe, este arte.
El moldavo también insiste que su pasión sería entrenar a un grupo de deportistas para poner por fin el nombre de Chile en un sitial aceptable dentro de la gimnasia mundial. “Me gustaría formar gimnastas chilenos de elite”, confiesa. Pero cuesta. No hay políticas que respalden sus inquietudes y son pocos los que han creído que las cosas pueden cambiar en cuanto al rendimiento deportivo. Pero la ilusión está y la energía también. Por eso Ruslan, el hombre que vino del frío, espera la oportunidad de mostrar lo que puede hacer. “Todo se aprende y todo se puede lograr”, enfatiza, sólo falta un poco de pasión para conseguir romper el hielo.