¿Qué ocurre cuando los hechos objetivos son menos influyentes en la opinión pública que sus emociones y creencias personales? Según han concluido estudiosos de las ciencias sociales, lo que sucede en esos casos es que se da paso a la posverdad. Este es un concepto que se puso de “moda” durante la campaña presidencial que llevó a la Casa Blanca a Donald Trump pero que, sin duda, siempre ha estado presente en la historia. Post-truth es el término con el que los norteamericanos daban cuenta sobre cómo la identificación o, a veces, el fanatismo, de quienes respaldaban a Trump, hacía que acogieran como creíbles aquellas informaciones que coincidían con su punto de vista y que apoyaban a su candidato, en desmedro de las verdaderas pero que contradecían sus posturas. Podía ser una noticia absolutamente inverosímil y carente de argumento lógico, pero si confirmaba sus convicciones, no dudaban en aceptarla como cierta.
Esta reafirmación constante de las ideas personales provoca, como sostiene el español Marck Amoros, en su libro Fake News, la verdad de las noticias falsas, que las personas se vuelvan impermeables a la opinión contraria.
La posición de los antivacunas en esta pandemia es un ejemplo que hace patente este concepto. No importa el conocimiento de los científicos ni tampoco la evidencia de que quienes se han inoculado redujeron sus posibilidades de cursar un cuadro grave de Covid 19 o de requerir hospitalización en una unidad crítica. Nada los hace cambiar de posición, pues su pensamiento contrario a las vacunas pesa más que cualquier argumento certero.
La selección personalizada de información que como usuarios de redes sociales hoy podemos realizar, potencia el fenómeno de la posverdad. Los algoritmos que alimentan sus contenidos suelen entregarnos más de aquello que nos gusta ver o leer, con lo que sin que seamos conscientes, se refuerzan nuestros puntos de vista. Y nosotros también podemos hacerlo, al construir una especie de burbuja virtual en estas redes, donde solemos compartir con otros con los que tenemos pensamientos comunes. La reciente campaña presidencial en Chile y el trabajo de la convención encargada de elaborar una propuesta de constitución también nos encontró con el concepto de posverdad, donde un tweet con una opinión desinformada provocaba -y lo sigue haciendo- una cascada de respuestas pasionales, sin que la mayoría de los participantes en esa discusión se diera antes el trabajo de verificar ese contenido.
¿Se puede combatir la posverdad en una sociedad polarizada como la nuestra? La decisión está en cada uno, para entregarse a la tarea de aplicar el pensamiento crítico al consumo de información (de los medios tradicionales y de redes sociales), al que se llega a través de la reflexión y, por supuesto, del conocimiento. El acceso que hoy tenemos a un sinfín de contenidos no nos convierte en ciudadanos informados. Esta condición se logra con el estudio y el aprendizaje de los temas que nos importan, mediante una “dieta” informativa variada, la elección de fuentes expertas y confiables, y la decisión de salir de nuestra burbuja ideológica, para encontrarnos con aquellos que desafían nuestras creencias.