No es fácil pensar que un cáncer o una depresión tengan otro origen que no sea el cuerpo o la mente. ¿Que vengan del alma? Eso es lo que plantea este educador, historiador, informático y médico. El lenguaje del cuerpo no es sólo externo. Habla en la sangre, en los órganos, en cada una de las partes que conforman este universo complejo y cercano, que vale la pena saber explorar.
Rebeca Ghigliotto dijo este nombre en televisión: “Wilson Araya”. La habían desahuciado. Le habían dicho que ya no más, que quizás unas semanas o meses le quedaban de vida. Su cáncer ganó terreno en su cuerpo, en su mente y no había mucho más que esperar el final. Pero conoció a ese hombre moreno, de pelo cano, de formación renacentista y su historia clínica cambió. Rebeca Ghigliotto murió el 20 de septiembre de 2003, años después del terrible diagnóstico y aceptando de otra forma el mal que se la llevó.
Wilson Araya está de frente a su audiencia en la Universidad de Concepción. Es día de uno de sus talleres que imparte junto al programa Liderarte de Kraakman Couching. Hay cerca de 40 personas, entre profesionales del área de la salud, educadores, comunicadores y profesionales varios que se van asombrando de lo que Araya expone. Asienten. “Es que los médicos estamos acostumbrados a ver a los pacientes por presas”, explica comentando que la medicina que él cultiva hace más de 20 años tiene que ver con todo y con todos. Él le llama Medicina Holística y la clave del concepto es que enfermamos, pues nuestro cuerpo reacciona a las carencias, a las abundancias, a las inquietudes de nuestra alma.
A todos los asistentes al taller les han pedido exámenes bioquímicos completos y así, como si fuera un libro abierto, Araya va leyendo el estado de las cosas, los secretos que escondemos en los índices de glucosa, bilirrubina, ácidos, grasa, uremia y cuántos otros que aparecen en las estadísticas individuales.
“Lo que hemos hecho en este rato es decir cuál es la equivalencia entre la bioquímica y el alma. Es como leer el tarot bioquímico. Y es tan mágico, porque tú ves los números y te preguntas cómo esas cifras pueden hablarte de algo tan profundo como es el alma humana”, explica el profesional.
La combinación de todos estos índices sugiere al doctor qué pasa con el paciente. Lo ve desde una perspectiva integral, intentando conocer qué ha confabulado para que se produzca una enfermedad.
“Un cáncer de mama, por ejemplo, indica la pérdida de algo importante. Quizás se fue tu pareja o un hijo. Es la forma en que el cuerpo reclama atención y compensa ese sentimiento de vacío. Hace que te ocupes de algo distinto a esa otra pérdida”, sentencia.
Pero cómo llegó este hombre a desarrollar esta teoría y visón holística de la salud. Su formación es impresionante. Tiene tres carreras cursadas en Europa. Su primera profesión universitaria es Licenciatura en Historia Germana, con mención en Pedagogía. “Entonces vino la pregunta. A quién voy a enseñar Historia Germana en Latinoamérica. Era mediado de los 70 y la época en la que comenzaba a nacer la Informática, los primeros procesadores de información y discos duros. Las memorias eran unas tarjetas que tenían unos hoyitos. Entonces me decidí a estudiar Ingeniería en Computación”, puntualiza.
Y una vez egresado tuvo la suerte de trabajar, a fines de los 70, en un proyecto de investigación de Inteligencia Artificial en Berlín. “Investigamos las probabilidades de un software capaz de diagnosticar enfermedades. Fue un rotundo fracaso, porque los médicos alemanes se sentían amenazados por la posibilidad de que existiera un programa que les hiciera el trabajo diagnóstico. Y por otra parte, los informáticos no tenían idea de Medicina. Éste era un programa de la Organización Mundial de la Salud, entonces para que el fracaso no fuera tan estruendoso, el gobierno alemán propuso becar a médicos para que estudien ingeniería en computación y a ingenieros para que estudiasen Medicina”, explica.
Y como el sueño de Wilson era estudiar Medicina, lo hizo. Por eso es hoy Licenciado en Historia, mención Pedagogía, ingeniero informático y médico.
“La Historia me permitió dejar de ver estados y visualizar procesos. Todo está en movimiento, todo está cambiando. Lo que éramos hace medio segundo ya no lo somos. La salud no es la misma. La enfermedad que antes tenía, a esta altura cambió. La Historia me permite ver las cosas globalmente. Eso me facilita ver al ser humano como una totalidad. Los procesos de la historia en sí también son interesantes, porque son circulares y se van repitiendo. Pareciera ser que independiente a la sociedad a la que pertenecemos, cada una va viviendo procesos similares. Evolucionan y desarrollan los mismos problemas que otros ya tuvieron y también toman salidas similares”, asegura.
En su exposición combina todas las ciencias y las artes que domina. La audiencia lo sigue, le pregunta por sus casos personales. Las respuestas parecen alocadas de pronto, más que lógicas a ratos. Increíbles también. Y él habla de bits, que en computación puede ser una imagen, puede ser un sonido, puede ser un color. “Depende del contexto de ese bit es como tú lo percibes. Pero es la misma información que está en tu disco duro. No es que un sonido sea un sonido en sí, sino que son un grupo de bit o unidades de información que se mueven de una manera determinada y que estimulan el aparato acústico, pero en un disco duro no existen bits de música y otros de matemática. Todo es equivalente”, anuncia.
¿Pero para qué sirve saber todo esto? Simple. Para captar que nuestro cuerpo es tan complejo como el universo. Que las células, moléculas, átomos que componen ese mundo invisible y abstracto es la misma que se repite infinitamente en ti. Sí, en ti.
“Te das cuenta que hay congruencia, porque ser ingeniero, un matemático, a mí me ha servido para dejar atrás ideas como que el sonido es sonido. O que el color es color. En la informática, cualquier cosa puede ser cualquier cosa. Cuando estudié, no tenía idea para qué me iba a servir este conocimiento y hasta hoy día, ya viejo, sigo siendo de los médicos que siguen como en la punta pensando en el desafío de buscar una explicación integral a la salud. Somos pocos los que nos atrevemos a preguntarnos por la coherencia, ente aspectos tan diferentes de la existencia humana”, enfatiza el especialista.
Esta visión de la salud y la enfermedad puede conmover y despertar escepticismo a la vez. “Yo comencé con este desafío de estudio hace 23 años y al comienzo me moría de susto de que me echaran del Colegio Médico o de las universidades. Que me creyeran loco. Nada de eso sucedió. He participado también en la formación de un par de decenas de médicos y lo que he inculcado en ellos es el pensamiento holístico en la Medicina. No concuerdo con el concepto de Medicina alternativa, porque eso alude a elegir entre un tratamiento u otro. Esto es ciencia”, agrega el doctor.
Araya comenta que la mayoría de sus pacientes son oncológicos y, curiosamente, son derivados por una clínica que depende de una universidad. “Una vez me llamaron para darme a conocer un trabajo de investigación que había desarrollado esa clínica con los pacientes oncológicos que no eran compartidos conmigo versus pacientes que ellos me habían derivado. Habían medido sin que yo lo supiera. Lo cierto es que los pacientes que compartíamos tenían un 120 por ciento más de expectativa de vida que aquellos pacientes que no se trataban conmigo”.
Dice que esa información para él fue fuerte, que le dio más convicción. Volviendo al caso de Rebeca Ghigliotto, cuando ella lo mencionó en pantalla, su agenda se llenó por dos años.
A ver, quién es el doctor
Wilson me advierte que tiene problemas con las profundidades de campo, que lo espere un poco al bajar del auditorio, porque la escalera lo complica. Sufrió un accidente vascular hace un tiempo. Tiene sus años y parece mucho más joven.“La vida es algo muy complejo y las manifestaciones de las enfermedades son parte de la vida. Y la vida, como el alma de cada persona, es diferente a la de otra. Por lo tanto, estoy convencido de que lo importante es cómo el médico ve al paciente, cómo lo escucha, cómo descubre de dónde provienen sus males”. Esa cita la dijo Araya hace un año en una publicación donde explicaba el manejo holístico de su profesión.
La comprensión de lo que llamamos salud no tiene que ver sólo con factores externos, sino que tiene que ver con la manera de cómo el paciente vive su vida y la enjuicia. Ésa es una responsabilidad que la mayoría de los doctores no están en condiciones de que el paciente se haga cargo. “A nosotros los médicos nos encanta el poder. Por ejemplo, aún quedan médicos que hacen callar al paciente cuando pregunta algo. Nosotros mismos no promovemos la autoconciencia ni el autocuidado. A nosotros los médicos aún nos conviene mantenernos en esta posición de poder. Cuando yo entrego demasiada información de tu salud, entonces tú podrías sanarte… y significa perder un cliente”, puntualiza.
Y las personas enfermas también tienen que preocuparse por entender que la salud no está en manos de un profesional. “Es que los pacientes no han recibido ni en el jardín, ni en el colegio, ni en la universidad esta otra mirada, de que lo que le sucede tiene que ver con él mismo. Las dos cosas se suman. Muy frecuentemente yo recibo a pacientes que vienen súper, requeterrecomendados por otro. Entonces llegan a mí pidiendo ayuda, pero vienen prácticamente pidiendo que los sane con las manos. Y no es así. Esto lo que implica, en cuanto al desafío de desarrollar este pensamiento holístico, es la responsabilidad de generar conciencia en el ser humano, de quiénes somos, qué herramientas tenemos para la transformación”.
La observación es lo que permite acercarse a los parámetros. La tarea de investigar qué nos pasa es la belleza misma y al mismo tiempo el aburrimiento mismo. Pero hay que intentarlo. Por eso Araya hace estos talleres grupales hace seis años. Antes todo había sido investigación, ensayo y error, durante una década. “Cuando tú logras conocer la relación que hay entre los procesos bioquímicos y el alma puedes por ejemplo derivar a cosas súper específicas, cada vez se va haciendo más fácil. Y uno se llena de preguntas interesantes. Los médicos no sabemos preguntar, sólo sabemos responder”, acota con humor.
Y así sigue hablando de la Fosfatasa alcalina y la Lactato deshidrogenasa que, según él, son dos tipos de moléculas que describen un proceso que ya se cumplió, son enzimas desecho… O de las proteínas totales y las albúminas, que identifican la capacidad humana para reconstruirse haciendo cosas nuevas.
Y mucho más. Es prácticamente un mapa que confirma que nuestro cuerpo es un sistema tan complejo más allá de lo físico, tan pequeño y tan inmenso como el universo mismo.
Wilson Araya comenta que uno de los procesos sanatorios para sus pacientes lo realiza la máquina de Estimulación Magnética Transcraneal Repetitiva (rTMS), tecnología que cuenta con todas las aprobaciones sanitarias para su uso en Estados Unidos. Funciona particularmente con depresivos y todos aquellos que sufren trastornos originados en desajustes del sistema nervioso central.
“Lo que hace la máquina es enviar pulsos magnéticos hacia el cerebro. Un pulso magnético genera un pulso eléctrico que a su vez desarrolla una actividad celular a nivel neuronal y la neurona. Este procedimiento genera nuevas sinapsis. Es decir, las neuronas que antes no estaban funcionando se ponen a funcionar y se genera una red entre ellas. Una depresión desde el punto de vista químico se caracteriza por una hipofuncionalidad neuronal y es, simplemente, porque las neuronas no hacen contacto. Lo que sucede con un tumor también es estimular ciertas zonas cerebrales a través de marcadores bioquímicos que se llaman marcadores tumorales y se frena su crecimiento”, enfatiza el doctor.
Todo lo que evoca el doctor Araya parece resumirse en que los síntomas son el lenguaje del cuerpo, que él y otros con una formación parecida están dispuestos a escucharlo. Y cierra: “Ésa es la tarea de mi vida de aquí para adelante. Lo que yo enseño a mis pacientes es a modular el efecto de los medicamentos. En el caso de los oncológicos, a hacerse amigo de la quimioterapia. Si ellos hacen amistad con el tratamiento, entonces el efecto será mucho mejor. Los resultados son increíbles y, bueno, quiero aportar a la salud dejando claro que el bienestar de la persona es la armonía del todo. Aunque me sorprendo de que en la medida que se abren espacios de conocimiento, se abren espacio de desconocimiento. Entre más sabemos, menos sabemos”, finaliza.