Ha sido una luchadora incansable por los derechos de las trabajadoras en la pesca artesanal. A lo largo de los años, logró transformar su comunidad, liderando la creación del primer sindicato de mujeres de la pesca en Chile, abogando por su inclusión en las decisiones pesqueras y por una ley que les garantizara representación. Hoy, como presidenta de la Corporación Nacional de Mujeres de la Pesca Artesanal, sigue trabajando por la dignidad laboral y la seguridad social de sus compañeras en este sector.
Sara Garrido pasó su infancia en Dichato, en una casa donde el mar no solo se veía desde las ventanas, sino que también definía el día a día de su familia. Vivía con su madre -que vendía productos marinos- y tres hermanos, que desde pequeños entendieron que todos debían colaborar para sacar adelante ese hogar.
Con solo 10 años, Sara ya se metía al mar en busca de pelillo, un alga que crece a varios metros de profundidad. Subía a un bote, se lanzaba al agua sin más equipo que sus pulmones y recolectaba lo que podían aguantando la respiración. Para Sara, era una mezcla de trabajo y juego, algo que le parecía natural en ese entonces.
Recuerda que siempre estuvo rodeada de mujeres que trabajaban en la pesca. Las veía recolectando algas, pero también afuera del mar, fileteando pescado, encarnando anzuelos o reparando redes. “Estábamos en todas partes, éramos parte fundamental de esas faenas, pero a la hora de tomar decisiones relacionadas con nuestros trabajos, no teníamos ninguna capacidad de intervención. Todo lo decidían los hombres. Tampoco éramos parte del Registro de Pescadores Artesanales de Sernapesca, entonces, como no existíamos, las políticas públicas no nos consideraban”.
Para ella, esa era la dinámica habitual, sin imaginar que un día desafiaría esas costumbres y llegaría a liderar a las mujeres de la pesca artesanal del país para alcanzar reconocimiento y derechos.
“Dimos la pelea por nuestra área de manejo”
A los 17 años, se casó con un pescador artesanal y se fue a vivir a a Coliumo, muy cerca del hogar materno. “Allí también se trabajaba en familia: la mamá, el papá y los hijos. La diferencia estaba en el alga que recolectábamos, la chicoria de mar, y en los aparejos que utilizábamos”, recuerda.
En 1997, las alarmas comenzaron a sonar: la chicoria de mar estaba siendo sobreexplotada. Coliumo dependía económicamente de este recurso, pero no había regulaciones ni una administración pesquera que asegurara su sostenibilidad. Entonces, surgió un conflicto entre los buzos y las algueras. “Si nosotros sacábamos 100 kilos, ellos sacaban 800. Fue ahí cuando empezamos a preguntarnos: ¿por qué no solicitar un área de manejo para las algueras, como ya estaban haciendo los pescadores?”, cuenta. Ese mismo año, iniciaron los trámites.
Lideradas por Sara Garrido, las algueras de Coliumo, formaron el primer sindicato de mujeres de la pesca artesanal que consiguió un área de manejo en Chile, “una que hasta hoy sigue siendo sustentable”, recalca con orgullo. Sin embargo, el proceso para alcanzar este logro estuvo lleno de trabas producto de la desconfianza de sus pares hombres y de la misma autoridad. “La tramitación normalmente tomaba un año o 18 meses, pero para nosotras fueron cuatro largos años.
_¿Por qué?: “Creo que porque éramos mujeres. Nos preguntaban qué íbamos a hacer allí, si seríamos capaces de administrar el área. Nos veían como recolectoras, no como gestoras”.
También recuerda los desplantes de algunas autoridades: “Había veces en que iba a hablar con el director zonal de pesca en Talcahuano, y me dejaban esperando hasta tres horas en una oficina, y después se iba, ‘a algo urgente’, y no me atendía”.
A pesar de todo, no se rindieron. “Dimos la pelea. Pasamos por discriminación y humillaciones, pero lo logramos. En 2004, finalmente nos entregaron la resolución del área de manejo, y eso marcó un antes y un después para las mujeres de la caleta”.
La ley que les dio poder decisión
“Nos costó mucho que nuestros compañeros hombres entendieran nuestra lucha. Incluso algunas compañeras abandonaron el sindicato para no contrariar a sus esposos. Me acuerdo de que realizábamos reuniones en una sede pequeñita ubicada al lado de la iglesia católica. Por lo general, nos reuníamos los sábados, pero luego pasamos a los domingos al mediodía, así nuestras socias le decían a los maridos que iban a misa, aunque en realidad iban a nuestras reuniones”, recuerda. Ella por su parte, agradece el apoyo que siempre tuvo del suyo y, luego, el de sus hijos.
En 2012, Sara viajó a Uganda, invitada por la FAO, para desarrollar directrices globales de pesca. “Durante ese proceso, descubrí un artículo que resaltaba la importancia de la participación de las mujeres en la toma de decisiones en políticas pesqueras”. Aquello la marcó: “No somos ya teníamos permisos, éramos parte del registro de pescadores, pero en los espacios de decisión, estábamos en la última fila o sirviendo café. No estábamos sentadas en la mesa con derecho a voz y voto. Me di cuenta de que eso tenía que cambiar. Si la FAO reconocía la importancia del enfoque de género, yo no estaba equivocada en mi lucha”.
En 2014, Chile ratificó las directrices de la FAO, pero su implementación quedó sujeta a la voluntad política. En 2015 y 2016, Sara solicitó a la subsecretaría de Pesca que adoptaran estas recomendaciones, “pero siempre obtuve respuestas evasivas. Fue entonces cuando entendí que la única solución real sería impulsar una ley”. A esa altura, otras caletas habían creado sus sindicatos de mujeres y ya se habían conformado agrupaciones regionales.
Con ese objetivo, llevaron su causa al Congreso. En 2017 comenzaron a trabajar con parlamentarias de diversas regiones, exponiéndoles la necesidad de una legislación que garantizara la participación de las mujeres pescadoras en espacios de decisión y que reconociera las actividades conexas de la pesca artesanal realizadas por mujeres, como las ahumadoras, las encarnadoras, las fileteadoras de pescado o las rederas presentes en todas las caletas del país.
Finalmente, en 2021 se promulgó la Ley 21.370, que significó un cambio trascendental: se incorporó el enfoque de género y generó cuotas de participación femenina en todos estos espacios de participación, como en los consejos zonales de pesca, en la comisión regional de uso de bordes costeros o en los comités de manejo y se reconoció a las mujeres que trabajan fuera del mar, realizando faenas conexas.
“Buscamos dignidad”
Otra de las luchas que dio Sara junto a sus compañeras fueron las modificaciones a la legislación sobre infraestructura portuaria. “Cuando el ministerio de Obras Públicas (MOP), a través de la Dirección de Obras Portuarias, construye caletas e invierte millones de pesos, históricamente no ha considerado las necesidades de las mujeres. En esas obras no se contemplan ni siquiera baños y vestidores para nosotras. Tampoco jamás se ha pensado en una sala cuna, a pesar de que muchas trabajadoras tienen hijos pequeños”. Y agrega: “Lo que buscamos es dignidad”. Las condiciones laborales actuales son indignas, como ocurre con las fileteadoras de Caleta Portales, quienes trabajan sentadas en el suelo, sin instalaciones adecuadas.
En el 2021, Sara Garrido asumió la presidencia de la Corporación Nacional de Mujeres de la Pesca Artesanal de Chile, organización que reúne a cerca de 10.000 socias, incluidas trabajadoras de actividades conexas. Desde la corporación, han logrado involucrarse en debates fundamentales, como la discusión sobre la Ley de Pesca, para garantizar que los avances alcanzados no retrocedan y que se sigan promoviendo temas claves para ella. ¿El próximo desafío? La seguridad social, responde Sara.