Antonio Machado decía que es propio de mentes medianas embestir contra todo aquello que no les entra en la cabeza. Una frase que representa la intolerancia que se ha gestado entre chilenas y chilenos frente a la última etapa de un proceso constituyente en el que tantos habían puesto sus esperanzas.
La crisis social de octubre del 2019 dio cuenta de la profunda fragmentación y polarización de la ciudadanía. Mientras que el acuerdo por la paz de noviembre de ese año fue una especie de válvula para descomprimir ese ambiente de crispación que nos separaba según nuestras opiniones y creencias. Se abrió la posibilidad de avanzar también hacia un pacto social que permitiese reconocernos y respetarnos a partir de nuestras diferencias para construir una mejor sociedad para todos y todas.
Sin embargo, a poco andar, la ideología exacerbada, el revanchismo, la intransigencia, la arrogancia y el fanatismo, impulsados muchas veces por quienes mayor protagonismo tenían en el momento, se fueron tomando este proceso. Un mal ambiente que fue amplificado en los foros que potencian ciertas redes sociales, donde, con un facilismo que admira, el discurso argumentativo y la correcta elección de los conceptos fueron bruscamente reemplazados por insultos y descalificaciones. Una muestra también del empobrecimiento del lenguaje que mina la capacidad de expresión “y achica el pensamiento”, como expresó un integrante de la Academia Argentina de Letras.
Se nos perdieron las palabras, y por eso la discusión y el debate fueron relegados por el insulto y las etiquetas hacia quienes no compartían preferencias. Hoy, en lugar de oír con respeto para comprender, nos desentendemos de las ideas de quienes piensan distinto.
Nos estamos enfermando de una intolerancia que lleva a mentir, a desacreditar, a ofender o a atacar para imponer nuestras posiciones. Y nadie se salva. Aquello ocurre en las conversaciones diarias, pero también a partir de los discursos de líderes políticos, sociales o de los “influencers” de la contingencia que saben muy bien qué tecla apretar para provocar encendidas y virulentas respuestas para apoyar su causa, algunos, y quizás los más, para aumentar su popularidad entre sus seguidores.
Extraviamos también la tolerancia para dar paso al reinado de la posverdad, donde los hechos objetivos, certeros y validados tienen menos peso en la opinión de la gente que sus creencias previas. A veces, estos sentimientos ni siquiera nos permiten escuchar una o varias opiniones contrarias, aunque sea para entender los puntos de vista de quienes las emiten o para analizarlas críticamente. El facilismo nos lleva a cancelar o denostar sin más, pues como dice Machado, en nuestras mentes no tienen cabida la diferencia y, por ello, embestimos, sin pensar, con aquello que no toleramos.
El comienzo del periodo de campaña para el plebiscito ratificatorio del 4 de septiembre puede tal vez exacerbar esta pérdida de convivencia que tanto nos resiente. Puede, porque apelando a la responsabilidad individual, cada uno puede hacer de este proceso una etapa fructífera de discusión y debate, sin tratar de anular al contrario para imponer posturas que no necesariamente son válidas para los demás. Las mentiras o las informaciones engañosas que podrán circular en este periodo no son los únicos enemigos para combatir: la intolerancia basada en sesgos que no nos dejan ver más allá de nuestras ideas también degrada la posibilidad de diálogo y nos aleja e impacta en nuestra sana convivencia, esa que tanto necesitamos.