Alcanzaron metas relevantes en ocupaciones donde los hombres suelen llevar la delantera, ganando espacios a puro esfuerzo y una tremenda cuota de dedicación. Su éxito también ha implicado renuncias y costos personales, que para nada las han amilanado en su afán de desarrollarse en lo que les gusta hacer.
Y aunque entre ellas no se conozcan, la jueza del caso Matute, la directora del Hospital Las Higueras, la subcomisario Cea y la única mujer supervisora de redes de Essbio comparten una férrea vocación que se ha transformado en el combustible que las impulsa a todo evento.
Por Pamela Rivero/Fotografías Gino Zavala.
CAROLA RIVAS, LA JUEZA DEL CASO MATUTE
Es la ministra más joven de la Corte de Apelaciones de Concepción. Cumplió hace poco 45 años y lleva 27 en el Poder Judicial, al que ingresó cuando cursaba el tercer año de su carrera. Sucedió cuando un profesor suyo, ministro de la corte, ofreció una suplencia para algún alumno interesado en el área. Ella, que había dejado su natal Rancagua para estudiar Derecho en la Universidad Católica, postuló y consiguió el puesto. De ahí en adelante nunca más se alejó del solemne mundo de los tribunales de justicia. Apenas titulada se convirtió en relatora de la Corte de Apelaciones de Santiago, mismo cargo que a temprana edad también ocupó en la Corte Suprema.
A Concepción llegó por una vacante en el tercer juzgado civil, donde estuvo hasta que en mayo de 2014 fue designada como ministra del máximo tribunal penquista. Ese mismo año, la vida de la magistrado Carola Rivas Vargas dio un vuelco que en un primer momento ni ella fue capaz de avizorar. En julio de 2014 se convirtió en la cuarta ministra en visita que investigaría la desaparición y muerte de Jorge Matute Johns, uno de los casos más emblemáticos del país que, a esas alturas, se había transformado en una piedra en el zapato para el sistema judicial chileno.
15 años de investigación resumidos en un expediente de más de 20 mil fojas y la pesada mochila de que otros tres jueces no habían dado con la verdad fue el panorama que esperaba a la joven magistrado que en sus primeras apariciones en los medios de comunicación se mostraba orgullosa por el nombramiento y absolutamente optimista de lo que lograría su investigación. “Siempre me planteé casi como un hecho cierto que obtendría un resultado positivo para entregar tranquilidad a una familia y, especialmente, a una madre, a quien me gustaría poder decir, esto fue lo que sucedió, de ahora en adelante va a poder seguir su vida con una respuesta”.
Se impuso un plazo de un año para cerrar la indagación e imprimió un particular sello a su investigación, con diligencias secretas y harto trabajo en terreno para hallar un nuevo hilo conductor. Ya estableció que la causa de muerte del estudiante fue intoxicación por pentobarbital, y que en ella hubo intervención de terceros, hechos que pudo determinar tras descartar la supuesta golpiza que habría recibido “Coke” y que fue la base de las hipótesis que intentaron demostrar sus antecesores.
Pero estos avances para ella han tenido grandes costos personales. El caso cambió su vida y, de paso, la de sus hijos de 23, 15 y de 6 años. “Todo este tiempo he vivido para esta investigación, dedicándole muchas horas y muchos fines de semana, lo que ha dejado en un segundo plano a mi familia. Un costo que para este tipo de responsabilidades debemos pagar las mujeres, mientras que los hombres en similares circunstancias tienen a una esposa que atiende a la familia para que él se dedique tranquilo a sus obligaciones. Afortunadamente tengo el apoyo de mi hija mayor, quien se convitió en una segunda mamá para sus hermanos. Sin su ayuda no habría podido concentrarme en mi trabajo”.
Después de varios meses, en enero pasado se tomó vacaciones, pero la primera semana la destinó para organizar diligencias de la causa que tenía que dejar encaminada antes de iniciar su descanso. “En este último año y medio nunca me he desconectado, y menos lo voy a hacer ahora donde la presión es más porque pasa el tiempo y ya superamos los plazos que me impuse. Lamentablemente las cosas no anduvieron a la velocidad que esperaba, porque tuve que revivir diligencias de hace 15 años. Hoy me tengo que resignar a que la velocidad que yo pretendo imprimirle se podrá truncar con situaciones que dependen de terceros”.
-¿Y no se ha impuesto nuevos plazos? “Trato de no hacerlo, por lo menos no públicamente para que no me vengan a pedir explicaciones cuando éstos no se cumplen”.
PATRICIA SÁNCHEZ, DOCTORA DEL DOLOR
Hace 20 años, la anestesióloga Patricia Sánchez puso en marcha la primera Unidad de Alivio del Dolor y de Cuidados Paliativos de un establecimiento de salud de alta complejidad de Biobío. Recién había regresado al Hospital Las Higueras luego de haber realizado su especialidad en Santiago, y partía con esta iniciativa, cuyo fin eran los pacientes en etapa terminal y aquellos que sufrían dolor crónico, los que hasta ese entonces no conseguían una atención especializada para su padecimiento dentro de la red pública. “Eran los grandes abandonados de la medicina, por eso asumir este desafío se transformó para mí en un reto personal. Trabajamos con muchas ganas, rápidamente fuimos mostrando resultados y, a poco andar, esta unidad se fue ganando el respeto de todos mis colegas”. Hoy es una de las especialistas que más sabe del tema en el país, y ha desarrollado una reconocida trayectoria tanto en el área pública como en la privada, en las que incluye visitas domiciliarias que desde hace 15 años realiza sagradamente todos los fines de semana para asegurar el tratamiento de sus pacientes, aún cuando ellos no puedan costear ese servicio. “El acompañamiento de pacientes terminales ha sido mi gran motivación en el ejercicio de mi carrera. Morir solo, con dolor y más encima pobre es espantoso, por eso es importante estar a su lado y ayudarles a tener una muerte digna, algo que de todos modos hace una tremenda diferencia en una situación que de por sí involucra sufrimiento para la persona y su familia”.
En noviembre del año pasado, la doctora Sánchez marcó un nuevo precedente, al transformarse en la primera mujer en asumir la dirección del Hospital Las Higueras y ser una de las pocas en Chile a cargo de un centro de alta complejidad. A ella llegó en carácter de subrogante, y estará en funciones hasta que el proceso de Alta Dirección Pública seleccione a un director titular.
Antes, había sido subjefa de la Unidad de Pabellón y jefe de Anestesiología en el mismo hospital, requisitos que coincidían con el perfil que para el cargo buscaba el director del Servicio de Salud de Talcahuano, Mauricio Jara. “Él quería a alguien que conociera a cabalidad la realidad de Las Higueras. Yo había llegado a este establecimiento para hacer mis rotaciones siendo alumna de la Universidad de Concepción, también había sido interna y realizado toda mi trayectoria en este lugar. Además, se daba la contingencia que en esa fecha era presidente del Capítulo Médico, y al venir del mundo gremial era conocida por sus más de 2 mil funcionarios”.
Aceptó con cierto temor, pues no tenía más experiencia en el área administrativa que la que le habían dado las jefaturas de servicio, “pero cuando te ofrece esta responsabilidad alguien que habla con tanto entusiasmo de lo que puedes hacer, no queda otra que recoger el guante”. Varios le advirtieron que se estaba metiendo en camisa de once varas, entre ellas su hija, de 21 años, que temía que llevara los problemas de directora a la casa. “Soy mamá soltera y para ella no había sido fácil tener una mamá doctora que hizo turno durante 20 años, de ahí que le preocupara tanto los problemas que podría tener”. Pero finalmente la apoyó, tal como lo han hecho sus padres y hermanos, que saben lo que le apasiona su carrera, por lo cual siempre se han mantenido a su lado y han colaborado en la crianza de su hija para que no viva con culpa el desarollo exitoso de su carrera, como suele sucederle a las mujeres.
Su partida en el cargo fue difícil. Apenas asumió le tocó enfrentar el caso de la mamá a quien los tribunales apartaron de su hija recién nacida por haberse declarado consumidora de cannabis. “Fue complicado, sobre todo para mi personal, que había respetado los protocoles establecidos y se veía enjuiciado públicamente sin poder defenderse por respetar la confidencialidad del paciente. Salimos de esto con la tranquilidad de que habíamos obrado bien y, sobre todo, responsablemente”. Ya lejanos de ese capítulo, hoy el equipo de Las Higueras, liderado por la doctora Sánchez, trabaja por implementar un sello distintivo que asegurará un trato eficiente pero también digno y cuidadoso para los pacientes que llegan hasta él en busca de atención de salud. “Quiero dejar ese sello, que refleja mi forma de trabajar pero, sobre todo, la mística que ha caracterizado a este importante hospital de Talcahuano”.
IRIS SÁEZ, BENDITA ENTRE LOS HOMBRES
“Si al abrir la llave el agua sale con algún problema, o al tirar la cadena ésta se devuelve quiere decir que no estoy haciendo bien mi pega”, explica Iris Sáez, la única mujer supervisora de redes que ha tenido Essbio y que actualmente es la responsable de garantizar la operatividad del servicio para 47.253 clientes de Lota y de Coronel.
Se trata de un trabajo pesado, sin horarios fijos, que requiere de mucha experiencia para dar prontas y efectivas respuestas ante cualquier falla que afecte la entrega del vital elemento.
Pero ella es trabajólica y tan aperrada, cuentan en la compañía, que si le toca enfrentar una emergencia complicada no se mueve del lado de sus “viejos”, como llama a quienes integran su equipo, así tenga que estar 24 horas de punto fijo para solucionar el problema. “Mi gente me echa para la casa cuando el asunto está casi resuelto. Pocas veces les hago caso, pues creo en el trabajo de equipo y si se queda uno, nos quedemos todos”. Y ellos no la contradicen, porque conocen su porfía, la misma que cuando era una estudiante de Construcción Civil la llevó a delinear su futuro en el mundo del agua. “Hice mi práctica en una empresa que estaba construyendo un estanque de agua para Essbio en Talcahuano. Me gustó mucho el trabajo así es que le pedí a mi jefe que me dejara trabajando el resto del año. Él no quería porque, según su experiencia, por trabajar los estudiantes se retrasaban en sus carreras. Pero insistí tanto que al final accedió, con el compromiso de que mantendría mis buenas notas. Si las bajaba, me tenía que ir”. Y no le falló, terminó su último semestre, hizo su memoria paralelamente y se tituló en el tiempo indicado. En esa empresa pasó varios años. Lejos quedaron sus sueños de construir casas y edificios, y el tema sanitario comenzó a fascinarle cada vez más. Desempeñó diferentes funciones, mayoritariamente en empresas contratistas de Essbio, lo que la ayudó bastante porque cuando llegó a la compañía ya era una persona conocida en el área. “Creo que eso les dio confianza de la pega que venía a hacer esta mujer en ese mundo de hombres”.
Ese brío que demuestra en su trabajo dice que lo heredó de su padre, Alberto, un panadero que diariamente se levantaba a las cuatro de la mañana para cumplir con sus clientes, mientras que la alegría y la risa contagiosa que permite reconocerla desde lejos provienen de su madre, Rosa, una mujer esforzada que crió cinco hijos y que se las arreglaba para tener tiempo para la casa y para apoyar en el negocio de su marido.
Igual como actualmente lo hace ella con sus hijos de 15 y de 14 años, Javiera y Sebastián, a quienes, cuenta entre risas, monitorea todo el día a través del teléfono para asegurarse de que se porten bien. Es la única forma, Iris es separada y sola se hace cargo de la casa y de los niños.
“Soy la menor de mis hermanos, fui bien regalona, pero criada a la antigua. Recuerdo, por ejemplo, que cuando no me alcanzó el puntaje de la Prueba para lo que yo quería, mi papá me respondió: ‘mire mijita, o se busca algo que estudiar o se queda en la panadería’. Me dejó clarito que tenía una sola oportunidad y que tenía que aprovecharla. Así lo he hecho en mi trabajo y lo mismo trato de inculcar a mis hijos”.
Y lo ha demostrado. En Essbio le tocó enfrentar situaciones complejas para estabilizar la calidad del servicio en Lota y en Coronel, lo que implicó muchísimas horas laborales y un permanente contacto con la comunidad. “Dijimos que íbamos a mejorar, y hemos avanzado hasta cumplir todo lo que prometimos”, dice orgullosa. Por ello fue reconocida por los coronelinos en la conmemoración del aniversario de la comuna. “Fue una tremenda inyección de fuerza para seguir poniendo todo mi empeño en hacer bien las cosas en beneficio de las personas. Quizás no todos lo entienden, pero trabajar por la calidad de un servicio vital es una pega distinta, a la que hay que ponerle mucho esfuerzo, pues es una tremenda responsabilidad”.
JOCELYN CEA, LA OLIVIA BENSON PENQUISTA
La subcomisario de la Brigada de Delitos Sexuales y Menores (Brisexme), Yocelyn Cea, es lo menos parecida a las mujeres policías desaliñadas y poco femeninas que aparecen en las series de la televisión nacional. Ella es una mujer atractiva, que luce unas vistosas mechas rubias y trajes oscuros que siempre se preocupa de combinar con accesorios. Hace unos meses fue mamá, pero no tomó los seis meses de posnatal porque cedió las últimas semanas a su marido, colega suyo, para aclimatarse a su ritmo de trabajo y porque considera que en la crianza de los hijos tanto el hombre como la mujer deben involucrarse por igual.
Lleva 18 años de servicio en la institución y 14 en la Brisexme. Es la más antigua de esta brigada en Concepción. Desde su entorno la definen como una de las oficiales más “secas” de la policía civil penquista y la comparan con la detective de la Unidad de Víctimas Especiales, Olivia Benson, de la serie La Ley y el Orden UVE, que representa a una de las mejores especialistas en la investigación de delitos de índole sexual.
Lejanas a las razones que llevaron a Olivia Benson a relacionarse con esta actividad, para Yocelyn Cea su elección se basa en una profunda vocación de servicio público que apenas salió de cuarto medio la hizo optar por esta profesión. No es si no ese espíritu el que la motivó a especializarse en delitos sexuales y a permanecer tanto tiempo trabajando en esta unidad donde todos los días es testigo de historias terribles, protagonizadas por el dolor de las víctimas y por el comportamiento enfermo de quienes se aprovechan de la indefensión y fragilidad de otros. Cuenta que en toda su carrera ha sido testigo de realidades que resultan imposibles de creer, “que indignan y conmueven, pero que nos obligan a desdoblarnos para comportarnos dulces y compresivas con las víctimas y, a la vez, firmes y no flaquear ante los agresores para lograr su confesión”.
Así y todo, en su trabajo no queda espacio para quedarse pegada en el dolor, pues aunque se siente -dice-, hay que intentar sacudirse de él, porque hay que estar bien para una nueva misión. “Muchos me preguntan cómo puedo convivir con esta realidad, si tengo familia y una hija, pero yo les respondo que con mi trabajo me siento útil, porque tengo resultados. Puedo, por ejemplo, intervenir para que un niño abusado sea alejado de un ambiente donde le causan daño o llevar a juicio a abusadores y violadores”.
En agosto de 2013, ya casada y en plena “campaña” para convertirse en mamá, tomó su maleta y partió por un año a Haití en misión de paz, para trabajar como consejera técnica de la policía de ese país. Instalada en Cabo Haití, la segunda ciudad más importante de esa nación, por su experiencia y su fluido dominio del inglés y del francés llegó a ser Comandante Regional de la policía, posición que nunca antes había ocupado una mujer y que la convirtió en líder de las tropas civiles de esa región.
Por ocho meses estuvo a cargo de un equipo de 34 policías de Naciones Unidas provenientes de Canadá, Jordania, Norteamérica, entre otros países. Fue una tremenda experiencia profesional que la hizo dar un giro en términos personales. “Experimentar hambre, frío, no tener ni siquiera una oportunidad de bañarme con agua caliente, y ver tanta pobreza a mi alrededor me hizo replantear mis prioridades. Hoy vivo con lo justo, me preocupo de cuidar mi salud y trato de disfrutar al máximo cada momento”. Pero también señala que ocupar ese cargo le permitió darse cuenta de que la policía chilena está en un nivel muy alto. “Me tocó competir con rumanos, africanos y con canadienses para llegar a ser Comandante Regional. Era difícil, sobre todo porque los canadienses están considerados como uno de los mejores del mundo, pero les ganó la mujer, la chilena, y eso fue por algo”, dice.