La crisis sanitaria provocada por el Coronavirus nos golpeó duro, obligándonos a cambiar nuestras rutinas y a quedarnos en casa. Sin darnos tiempo para entender lo que ocurría, nuestra vida se revolucionó y debimos adaptarnos a un nuevo estilo de funcionamiento que implicaba estudiar y trabajar desde nuestros hogares, y alejarnos de nuestra familia y amigos.
Sin embargo, durante las últimas semanas, y tras varios meses de encierro preventivo, múltiples comunas de nuestro país han ido avanzado hacia un desconfinamiento gradual y nosotros, hacia una menor restricción de nuestras actividades.
Es en este punto que aparece el denominado “Síndrome de la cabaña”, cuyo principal síntoma es el miedo a salir de nuestros hogares, aquellos espacios protegidos que nos han albergado durante los últimos meses, y a enfrentarnos nuevamente a la rutina, exponiéndonos a un eventual contagio. Es decir, quien lo padece tiene temor de salir a la calle, utilizar el transporte público o reunirse con otras personas, a lo que se suma el tener que enfrentar que la “normalidad” previa a la cuarentena ya no existe, por lo que debemos aprender a convivir con el Coronavirus fuera de nuestro espacio seguro.
A pesar de no encontrarse tipificado en los manuales diagnósticos utilizados en la práctica clínica, el Síndrome de la Cabaña ha sido observado desde hace años en situaciones similares a las que experimentamos actualmente, cuando se debe transitar de aquel espacio considerado seguro a otro que nos llena de inquietudes.
Es relevante diferenciar este fenómeno de lo que en salud mental denominamos “Agorafobia”, que corresponde a una patología establecida, enmarcada dentro de los trastornos ansiosos y que involucra miedo a las multitudes o a estar solo en espacios exteriores sin la posibilidad de escapar o recibir ayuda. Esta fobia provoca que a quienes la padecen se les dificulte el salir de su hogar sin compañía.
Volviendo al Síndrome de la Cabaña, este puede presentarse con distintos síntomas, tales como alteraciones del sueño, afectación del estado de ánimo o disminución de la energía e irritabilidad. Asimismo, puede verse acompañado por sintomatología física, que incluye taquicardia, sudoración o dificultad respiratoria, signos que se traducen en un obstáculo para retomar nuestros contactos sociales y rutinas.
Para disminuir la posibilidad de que estos síntomas aparezcan, existen diversas estrategias que pueden implementarse, siendo la más importante la de planificar las salidas, aumentando gradualmente su frecuencia, con el objetivo de retomar lentamente el dominio de la situación. También es fundamental no olvidar mantener las medidas preventivas establecidas, lo que contribuirá a darnos cierta sensación de control sobre nuestra seguridad y bienestar.
De igual modo, es relevante diseñar una nueva rutina, acorde a nuestras expectativas, en la que debería incorporarse el ejercicio físico y la costumbre de mantener contacto social, aunque sea de forma virtual, pues eso favorecerá el reconocer y expresar las emociones.
No obstante, a medida que pase el tiempo, los síntomas debiesen ir disminuyendo gradualmente. Ahora bien, si no ceden durante el primer mes post desconfinamiento, y siguen provocando un malestar significativo que le impide a la persona realizar sus actividades, es importante buscar la atención de un especialista en salud mental. Una buena alternativa, al menos al inicio, sería optar a una consulta de telemedicina.
Sabemos que no será sencillo retornar a la vida fuera de casa, y que deberemos esforzarnos por adaptarnos a esta nueva realidad. Es ahora que nos damos cuenta de que estar “encerrados” no fue tan malo, porque pudimos dejar de correr todo el día, descubrir una vida interior desconocida y tomarle el gusto a la vida familiar.
Pero es momento de volver al mundo. Démosle un sentido a las dificultades experimentadas en los últimos meses y tratemos de conservar los nuevos hábitos que hemos adquirido, como darnos el tiempo de cocinar, mantener el contacto con la familia y amigos, o disfrutar lo que nos gusta hacer.
Veamos esta salida de la seguridad que nos brindan nuestros hogares como una oportunidad de reinventarnos, de fortalecer nuestros lazos y de crecer, abiertos a las posibilidades que esta nueva realidad nos ofrece.