Lo que para unos es fuente de nutrientes para otros es veneno. Así de drástica es la relación que tienen ciertos pacientes con los alimentos. Celíacos, autistas, asmáticos y varios más deben desterrar de sus mesas el gluten o la caseína y otros compuestos que juegan un revés a sus sistemas inmunológicos. En el caso de los celíacos es una necesidad de vida o muerte. Para otros, hacer dieta es una aventura que les llena de esperanza de encontrar una sanación.
Son las tres de la mañana. Un video Youtube me emociona hasta las lágrimas. Es la historia de Vicente, un niño que poco después de los dos años comenzó a evidenciar signos de un Trastorno Generalizado del Desarrollo. Las esperanzas de una recuperación eran tan escasas como su intención de comunicarse con el mundo. Al final del video, se muestra a un preadolescente feliz, locuaz y con ganas de contarle a todos sus inquietudes y habilidades.
Y hay conexión con la historia de Giorgio Montalbetti, conocido periodista que hace unos años compartió sus vivencias de ser celíaco en el reportaje “Pan (sin gluten) de cada día”. En ambos casos, los alimentos juegan un rol fundamental en la enfermedad que padecen y la cura que encontraron. El primero, gracias a la tenacidad de su familia, en especial de su mamá, se sumió en la intervención biomédica que revirtió su autismo. Giorgio, en una batalla más solitaria, aprendió que para sentirse bien debía desterrar todo alimento con gluten de su mesa y de su vida, porque ella depende de sacar de plano el veneno que éste provoca en su intestino. Él padece, como otros 70 mil chilenos, enfermedad celíaca.
Somos lo que comemos. Y cada vez lo hacemos peor. La nutricionista de la Universidad Mayor, Ana Vidaurre, especialista en intervención biomédica, explica, tajante, que hay un montón de patologías que mejoran sólo modificando la dieta. Aparte de los celíacos, que son diagnosticados como intolerantes al gluten, la ingesta de comidas derivadas del trigo, de la cebada, avena y centeno, combinados con la caseína (que es una de las proteínas de la leche) tendría también relación en problemas como el asma, hiperactividad, déficit atencional, alergias al ambiente o alergias respiratorias, y también espectro autista. Todos estos tienen un denominador común y es que su origen estaría a nivel intestinal.
“Después de años de estudio, uno se da cuenta que hay una industria de los alimentos que es súper venenosa, que te venden cosas baratas, pero que a la larga resultan muy caras para la personas y que tienen que ver con los males que sufres: enfermedades de los huesos, alergias, dolores de cabeza o la fatiga”, acota Ana Vidaurre, quien hace sólo pocas semanas mantiene su consulta en Concepción. Actualmente vive en Chillán y también viaja a Santiago para atender a sus pacientes de allá.
Sin pan ni pedazo
Según estudios, los chilenos ingerimos en promedio 98 kilos de pan al año per cápita. Somos los segundos consumidores de este producto en el mundo, superado sólo por los alemanes ¿Se imagina sacarlo de nuestra mesa? Eso es lo que tuvo que hacer Giorgio Montalbetti para dejar atrás las molestias que provoca el gluten en su organismo. Y no sólo eso, sino que apartó de sus comidas todo lo que contiene trigo, avena, centeno y cebada.
“Para los celíacos el gluten funciona como una toxina”, señala Marcelo Fernández, nutricionista egresado de la Universidad de Concepción y hoy secretario académico de la carrera Nutrición y Dietética de la Universidad Andrés Bello, en Concepción.
Y explica lo que ya hemos adelantado: que el gluten es un componente que se encuentra en algunos alimentos, principalmente el trigo, avena, cebada y centeno, pero recalca que si bien es una condición que siempre ha existido “actualmente hay mucho más conocimiento de la enfermedad celíaca, pues ahora se diagnostica tempranamente y se sabe con más precisión qué la que provoca”.
El facultativo comenta que esta alteración a nivel intestinal, generalmente se presenta con alguna sintomatología como diarrea, muy profusa pérdida de peso, fatiga y mal aspecto en la piel debido a la mala absorción de los nutrientes.
“A nivel intestinal hay unas vellosidades que ayudan a absorber los nutrientes, en el caso de las personas que son celíacas se ha descubierto que por alguna razón el gluten atrofia esta capacidad de absorción alterando la superficie intestinal. Se convierte en una sustancia tóxica que también daña el sistema inmunitario”, recalcó Fernández.
Insiste en que la celiaquía es uno de los síndromes digestivos más complejos, ya que el resto de las patologías, como por ejemplo, la intolerancia a la lactosa, no pasan de causar molestias que no comprometen la vida de una persona. En el caso de los celiacos, sí. Los signos se hacen evidentes después de la lactancia, cuando comienza la ingesta de otros alimentos. Pero pueden pasar años antes que se diagnostique la celiaquía. De hecho, algunas madres consultan por los trastornos digestivos y el médico los trata al comienzo como eso: una diarrea, estitiquez u otro. No es hasta que se realiza el examen de biopsia intestinal, donde se extrae una mínima porción de intestino, cuando se ve en definitiva si la superficie del intestino está aplanada o no.
“Las personas no deben consumir ningún producto con gluten de por vida. Al desintoxicar el organismo de gluten, el intestino de los celíacos vuelve a tener un aspecto normal, pero bastaría una pequeña cantidad nuevamente en el organismo para que comience el ciclo de las molestias y la baja del sistema inmunitario”, advierte el nutricionista.
Sobre la experiencia de comer diferente, las incomprensiones, las tentaciones y las recaídas, Giorgio Montalbetti es un experto. A sus treintaytantos, da por asumida su condición. Y como comer es un acto social, la pregunta es si su enfermedad o alergia (como algunos postulan) incidió en sus relaciones en sociedad: “No creo que haya habido algo más que incomodidad (en ciertas ocasiones) con mi condición celíaca más que un impacto en las relaciones sociales. Si me perdí de muchas tallarinatas o cosas por el estilo, nunca supe. Pero tal como lo puse en el reportaje (en Revista Mujer), la mayor lata era incomodar o sorprender a las mamás de los amigos o sentirse, a veces, un cacho porque no podía comer lo que comían todos. Yo hago mi vida lo más normal posible. Como lo mío es desde chico estoy acostumbrado a vivir sin pan, queques, galletas y demases y mi desayuno es completamente distinto al de una persona normal porque… no desayuno, y cuando lo hago éste consiste en un plato de cornflakes. A veces compro o me compran pan especial, pero como poco en realidad porque no tengo la costumbre. Ergo, mi canasta familiar no incluye muchos alimentos para celíacos porque soy re bueno para el arroz y las papas y todas las cosas que no tienen gluten”, destaca.
No comer y curar
“No. No está probado científicamente”, dice Ana Vidaurre al referirse a la terapia biomédica. Pero arremete: “Cuando ves varias madres al día que te muestran los cambios y los avances de sus hijos entonces te impulsa a seguir adelante con esta intervención”.
Desde su época de estudiante Ana Vidaurre se interesó por la nutrición de una forma menos convencional, como es el asunto de contar calorías y las dietas. “Conocí a una siquiatra que trabajaba en un centro de medicina integral. Ahí me relacioné con otros profesionales médicos que complementan sus tratamientos con técnicas como homeopatía, Flores de Bach, psicología, con la utilización de alimentos como medicina y acupuntura, es decir, lo que se llama medicina integrativa. Me invitaron a participar, pues iban a comenzar a trabajar con una intervención biomédica con un equipo interdisciplinario”, comenta, a la vez que sugiere que entre los casos exitosos tras esta intervención hay pacientes con hiperactividad, déficit atencional, asma y alergias.
Ana se preparó en Chile y partió a conocer más detalles de esta terapia en el Autism Research Institute, que es la institución que impulsó la intervención biomédica. Es una asociación de padres y médicos que se unió para promover la investigación científica del autismo y su tratamiento. Lo inició un siquiatra y padre de un niño autista que no se quedó conforme con suministrarle un medicamento y buscó más allá. En definitiva se dio cuenta que los niños del espectro autista comparten muchas condiciones más allá del tema conductual.
“Son pacientes que en general pueden tener problemas digestivos, alérgicos o de inmunidad. Después de muchos estudios postuló que el gran porcentaje de las manifestaciones conductuales que ellos tienen se deben a desequilibrios bioquímicos moleculares que pueden ser modificados a través de la alimentación. Son niños que presentan incapacidad de digerir bien ciertas proteínas o componentes químicos en los alimentos”, dice Ana.
Y a qué se debe este desequilibrio: fundamentalmente a la contaminación a la que estamos expuestos hoy y a la carga de metales pesados que captamos del ambiente, incluso, cuando nos inoculamos, ya que las vacunas que se utilizan al menos en Chile contienen altas dosis de mercurio en forma del compuesto Timerosal***.
En Chile no hay estudios de cuántos niños específicamente con Trastorno Generalizado del Desarrollo existen. Pero en países que sí los hay se dice que si hace 10 años había un niño en 1.000, ahora hay uno en 91. Su crecimiento es alarmante. Los estudios demuestran que sí hay gatillantes relacionados al entorno. “No es que sea la vacuna la que produce el trastorno, sino la carga tóxica, en la que la vacuna viene a ser el broche de una acumulación de estos componentes. En los organismos que no existe esa capacidad desintoxicadora acumulan este mercurio más otras cosas, se daña su sistema inmune y su sistema digestivo colapsa tras la agresión de estos químicos”, enfatiza Ana Vidaurre.
La intervención biomédica lo primero que hace es cambiar la dieta. Es eliminar de la alimentación el trigo, la leche, el azúcar y los químicos, pues algunas de sus proteínas no serían digeridas y se harían permeables en el intestino de estos pacientes causando un efecto opioide en sus cerebros. Vale decir, estos pacientes parecen estar bajo el efecto de morfina cuando consumen gluten (trigo) o caseína (leche).
En algunos niños los cambios son drásticos. Ciertos pacientes están prácticamente recuperados. Quizás uno de los casos más notorios y hermosos es el de Lucca Dániel, protagonista del libro Lucca (Editorial Ocholibros), cuya recuperación es increíble. “Acostúmbrense, su hijo será un mueble”, dice su madre, Pilar Palacios, que fue el diagnóstico de la neuróloga que lo trató por primera vez. Hoy el pequeño va al colegio como cualquier otro y su avance es esperanzador.
“Tampoco es que los niños hagan la dieta y se vayan a sanar, sino que es parte de un tratamiento en el que lo desintoxicas y eliminas los factores alimentarios que pueden estar influyendo en su condición. Luego hay que empezar a suplementar, pues se generan deficiencias de ciertos minerales, ácidos grasos. Finalmente viene una etapa de quelación, cuando los niños tienen acumulación de metales pesados en la sangre o en la orina. En esto consiste la intervención que, de hecho, está supervisada por médicos, porque tampoco es una postura tan alternativa, y es una opción para muchos niños. Llevo tres años trabajando en esto y he visto cambios y tremendos avances en el 70 por ciento de los pacientes”, enfatiza la nutricionista.
La especialista recalca que son muchas las patologías tratables con la intervención biomédica. Hay niños que se enfermaban de amigdalitis o de bronquitis y después de la intervención no se enfermaron más de esas patologías. O niños que no dormían, logran después conciliar mucho más fácil el sueño o niños que tenían diarreas crónicas o vómitos. Si todo eso se normaliza, entonces esto te habla de que hay una calidad de vida mucho mejor.
Sí se quiere de mucho compromiso, fuerza de voluntad y la participación de todos quienes rodean al paciente. “Aunque el paciente requiera dietas especiales es toda la familia la que se debe poner bajo las normas de la intervención. Igual que en los casos de pequeños con sobrepeso, no es sólo él quien debe ponerse las pilas para enfrentar la patología, sino todos en la casa. Los casos exitosos son mamás estrictas, que se lo toman a pecho, parten en el experimento y ven tan buenos cambios, que continúan. Esto se conversa en la consulta, pues hay que tratarlo con los hermanos, los profesores, los abuelos y las personas que están bajo su cuidado. Es una intervención súper potente en ese sentido”.
La desintoxicación, prosigue Ana, se nota bien a los tres meses de dieta, pero sus efectos pueden observarse ya a un par de semanas de intervención. “Quitas la leche, todo lo que tenga harina de trigo y sucede. Están una semana descompensadísimos, irritables, débiles, en un período que se llama de abstinencia. Después de esa semana se conectan, sonríen, la intención comunicativa es mucho mejor y el lenguaje que desarrollan es mucho mayor”.
Qué hay que hacer para conseguirlo: Inventar, cocinar mucho en casa, buscar recetas en internet y hacerse asesorar por especialistas que ayuden a suplementar los nutrientes que se dejan de lado. Hay harinas que no tienen gluten, como la harina de arroz, de maíz y muchas en el mercado con las cuales se puede cocinar. También hay que dejarse seducir por las verduras, frutas, granos, legumbres, semillas, huevos, carnes, pollo, pescados bajos en mercurio. Leer etiquetas y ojalá decirle chao a todo lo que tenga componentes químicos. Conseguir ollas de acero quirúrgico (un set bordea los $350 mil) y hacer que toda la familia enganche con esta aventura. No es barato, no es fácil. Pero la verdad es que los resultados inspiran a que muchas familias mantengan la dieta como complemento a las terapias que reciben: la alimentación es demasiado importante y la mejoría de los pacientes es esencial para continuar investigando sobre sus efectos.
***(Al cierre de esta edición el Senado dio plazo hasta el 29 de agosto para presentar indicaciones al proyecto que elimina las vacunas multidosis con Timerosal o compuestos organomercúricos. Cabe recordar que el proyecto busca prohibir la fabricación, importación, comercialización y distribución de todo tipo de vacuna que contenga Timerosal o compuestos organomercúricos; y además contempla la destrucción de las vacunas que contengan esos compuestos en un plazo de seis meses contados desde la publicación de la ley).