Los miles de porteños no sólo tuvieron que vivir el impacto del terremoto, sino un posterior tsumani que con olas que superaron los cinco metros destruyó gran parte del casco céntrico, instalaciones industriales, caletas y afectó seriamente a dependencias de la Armada y Asmar, y las instalaciones portuarias. Aquí, la reconstrucción, necesitará del mayor apoyo público y privado.
Fue la dramática crónica de una muerte anunciada. Los efectos del tsumani que devastaron a gran parte de Talcahuano fueron los mismos que estaban descritos en el repetido historial de esos fenómenos, cuando aún no había instrumentos para medirlos, como el ocurrido el año 1835. Y de acuerdo con testimonios de la época, los sectores descritos que fueron inundados fueron los mismos. Esa realidad no puede ser más desconocida y habrá que pensar seriamente en una reubicación de parte del puerto a zonas sin mayores riesgos, incluyendo las instalaciones de la Segunda Zona Naval y Asmar. Es un gran desafío que requerirá de una gran inversión pública y privada. No podemos esperar otro tsunami, con su ola de destrucción y muerte, para tomar esa determinación. Dado los costos tendrá que ser abordado de manera paulatina, pero lo prioritario es no reconstruir en los sectores costeros más cercanos al mar y que aparecen como los más expuestos. Este es un tema país y que tiene que ser enfrentado con la seriedad necesaria y con el aporte de las universidades y científicos, en la determinación de las áreas que están fuera de riesgo y vulnerables por fallas geológicas.
Esta vez no podemos volvernos a equivocar o actuar con desidia, ya que expertos de Estados Unidos y de Japón, que han visitado la zona de Talcahuano, han sido enfáticos en señalar que no es recomendable reconstruir en las áreas más devastadas por el maremoto, en las primeras evaluaciones entregadas. Señalan que no es descartable todavía una réplica de un poco mas de siete grados Richter con riesgo claro de un nuevo maremoto y que podría afectar a esos ya destruidos sectores. Esta vez hay que actuar con mucha responsabilidad y escuchando la opinión de los expertos y científicos para diseñar un nuevo plano regulador del puerto, distante de los sectores costeros peligrosos por esos fenómenos de la naturaleza.
Los urbanistas advierten que es la hora de actuar con responsabilidad en relación del plano regulador del puerto, evitando lo ocurrido en el pasado, cuando en función de crear industrias y resolver problemas de empleos, se autorizó el emplazamiento, incluso de actividades de alto riesgo, en medio de sectores densamente poblados.
La reconstrucción debe ser un proceso bien estudiado, debatido, y con el aporte de la comunidad, expertos y científicos, para definir las áreas no inundables, y en ellas desarrollar los proyectos inmobiliarios, industriales y de terminales portuarios. También habrá que estudiar la situación de la ruta Interportuaria, que en un tramo considerable, fue cubierta por el mar. En tal sentido, hay que aprender de naciones en las que pese a tener también actividad sísmica, menos intensa que la chilena, tras maremotos, optaron por dejar en los sectores costeros más afectados por el tsunami, franjas importantes de terreno, como protección y contención, antes de iniciar cualquier tipo de edificación.
Si bien no hay cifras globales de lo que costará el proceso de reconstrucción en el puerto, sólo la Asociación de Industriales Pesqueros de la Región del Biobío ( Asipes), estima en 300 millones de dólares el monto requerido para tener la actividad en el mismo rango que estaba antes del maremoto. Los desafíos y esfuerzos son múltiples, pero no debe ocurrir que después del impacto sufrido, se tomen medidas apresuradas o caigamos en la típica actitud de los chilenos del olvido y repetir los mismos errores. Talcahuano ha pagado un precio muy alto con este fenómeno telúrico.