Teatro Lihuen: el cine abandonado que se transformó en el epicentro de la comedia en Concepción

/ 10 de Julio de 2024
Fotografía: Rodolfo Orrego.

Este espacio es el resultado de la transformación del antiguo cine Windsor, un emblemático edificio del centro penquista, que a lo largo de la historia ha sido casi de todo. Con la visión de convertirse en el principal “teatro de la comedia” del sur de Chile, bajo la dirección de Pablo Contreras, el Teatro Lihuen creó un vibrante circuito para artistas consagrados y, también, para los emergentes: “Una vitrina que no se puede perder”, dice el visionario gestor de la nueva etapa de este inmueble con una sólida trayectoria vinculada al mundo del arte y el espectáculo.

Por Elías Meza Falcón

Pablo Contreras tiene 35 años, y si hace una década le hubieran dicho que iba a terminar administrando dos recintos de comedia y espectáculo en Concepción, no lo hubiera creído. De carrera es profesor de lenguaje y de origen, chiguayantino. Se inspiró en el stand-up comedy que conoció en primera persona en Valparaíso para fundar el Bar Lihuen.

“Lihuen nació el 2017 con la idea y concepto de ‘espacio-cultura’. De a poco fue perfilándose un poco más, dentro de todas las variables que pudo ser en ese tiempo. Pasamos por música en vivo, teatro, lanzamientos de libros, discos, pinturas, exposiciones y comedia. Y desde esta mezcolanza empezó a proyectarse un poco más hacia la comedia, hasta el punto de buscar identidad, y llevarlo a lo que se conoce hoy como Lihuen, el bar de la comedia”, cuenta.

El bar abrió como tal en octubre de 2018 -en Paicaví 654- y, desde entonces, no ha parado. “El primer comediante que subió al escenario fue Cotó Ubilla, que es de Concepción, y ella tenía un monólogo y comenzó a proponer esta idea. El primero de Santiago fue Beno Espinosa…”, y luego vinieron Alto Yoyo, Lucas Espinoza, Ignacio Socías, Paola Molina, Edo Caroe, Fabrizio Copano, Chiqui Aguayo, Javiera Contador, Luis Slimming y Don Carter.

Pablo Contreras, administrador de Lihuen.//Foto: Rodolfo Orrego

Varios de ellos han llegado a escenarios como Viña del Mar, pero partieron con rutinas en bares y teatros en Santiago, y en regiones, en lugares como Lihuen. “Empezaron a aparecer comediantes que yo nunca pensé que podían llegar, muchos de los que han estado en el festival de Viña. Luis Slimming, por ejemplo, lo tuvimos desde que comenzaron con El Sentido del Humor (programa de streaming) después de la pandemia”, recuerda Pablo. Pero Lihuen -que en mapuzungun significa “luz”- no podía quedarse solamente con un bar.

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Era abril de 2023 cuando un llamativo letrero azul -que rompía con el color crema del edificio- irrumpía en la fachada del exteatro Windsor, en plena esquina de San Martín con Caupolicán, a solo una cuadra de la Plaza de la Independencia de Concepción. “Arriendan sus dueños”, decía el anuncio, y adjuntaba un número telefónico y un correo electrónico. No era la primera vez que el edificio quedaba en desuso y buscaba arrendatarios.

Desde su cierre definitivo como cine, en la década de los 90’, este recinto, de alrededor de 380 metros cuadrados y tres pisos, había sido un poco de todo. Partió como teatro y luego como cine. El edificio desde su construcción, en 1946, solamente había traído éxitos hasta entrados los 80’. La masificación de la televisión y, más tarde, los videoclubs, fueron apagando de a poco las exhibiciones de cintas en colectivo. Ya pasados los 90’, el lugar vivió varias transformaciones que lo terminaron convirtiendo en un cine para adultos.

En estos meses, Teatro Lihuen se ha convertido en visita obligada para comediantes nacionales.

Pero de todo aquello no quedaban más que las paredes, las puertas y las ventanas. Su fachada, con ribetes neoclásicos, que va doblando a medida que se genera la esquina de la manzana, se había ido opacando con los años. Llamaban más la atención cualquiera de los locales ubicados en el primer nivel del frente, y si bien la estructura ya era parte del paisaje para todos quienes transitaban diariamente por Caupolicán y San Martín, también lo era su inactividad. “El 2021 estaban trabajando acá en este lugar, pero hacían exposiciones. Aquí había una corporación que finalmente dejó de trabajar en este recinto. Después de eso fueron los propietarios los que pusieron en arriendo el espacio”, comenta el dueño de Lihuen.

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Desde que Pablo tiene memoria, recuerda haber caminado por fuera de ese cine, pues Caupolicán era la calle que lo llevaba hacia el centro cuando llegaba desde Chiguayante. Luego, como estudiante del Liceo Enrique Molina Garmendia, pasaba diariamente por el Windsor. “Era la época en que acá se exhibían películas de ‘adultos’, entonces era como ‘el lugar prohibido’. De vez en cuando uno pasaba y veía la cartelera”, ríe.

Al mostrar su interés por arrendar el edificio, descubrió que los dueños del espacio ya conocían Lihuen y su historia, pero tenían dos candidatos que eran bastante poderosos: un mall chino y un local de comida. Finalmente, con su idea, él los convenció.

“Fue una apuesta de ellos, sin pensar en si yo tenía o no el dinero en el momento. Pero lo que convenció a la familia, los dueños, fue la propuesta de volver este lugar al estado para el que fue creado, para el cine, para el espectáculo. Y no únicamente hacer eventos, sino que meter dinero en restaurar el espacio”.

Pero no es solo la comedia. Las artes y la música se han transformado en visitantes recurrentes del espacio.

Toda la ganancia que se obtenía en el Bar Lihuen, lo empezaron a invertir en restaurar el teatro. “Hoy tenemos camarines, renovamos la red de agua, el techo, el piso, hasta el escenario se construyó de nuevo. En la galería no había nada, solo vivían palomas, pero de a poco trajimos mobiliario, equipos, todas estas cosas que yo creo que no van a parar en un buen tiempo”, relata Pablo, quien en toda esta empresa ha trabajado estrechamente con su madre, Edith Contreras.

El contrato de arriendo, explica, se hizo por un lapso inicial de 10 años. “Una década en la que queremos transformarlo en el teatro de la comedia del sur de Chile”, promete. La inauguración del lugar, bajo el nombre de Teatro Lihuen, ocurrió en octubre de 2023, y tuvo como invitado estelar a Juan Alcayaga, Don Carter. Fue un lleno total, asegura la administración del recinto.

Desde entonces, ha sido un ir y venir de artistas -no solamente comediantes, también músicos y gestores culturales- que han ido turnándose entre el bar y el teatro. Pero la apuesta en el teatro es distinta.

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El acceso principal del Teatro Lihuen se emplaza exactamente al frente de la intersección de Caupolicán con San Martín. Por ahí se ingresa al hall, por el cual se puede acceder a la planta principal o subir hasta la galería. En el primer nivel, el espacio se configura en un piso de madera en el que las luces reflejan tonos cálidos y paredes de ladrillo a la vista. El escenario, también de ladrillo visible, es bordeado por columnas neoclásicas y un frontón con un emblema dorado que contiene una “W”, uno de los pocos elementos originales y mantenidos del pasado de gloria del Windsor.

El recinto tiene una capacidad que supera las 300 personas (Esta cifra varía de acuerdo con la disposición de los asientos).

A la galería, en tanto, se accede por escaleras en paralelo, un poco estrechas y con varios descansos: van bordeando el edificio hasta llegar a la planta superior. Ahí, escalinatas de concreto son ocupadas por cientos de butacas rojas. El techo, con vigas de madera negra, se transforma en una bóveda casi imperceptible, para que toda la atención esté en dirección al escenario.

En este tipo de espacios, que a nivel mundial emergieron durante la segunda mitad del siglo XX -principalmente en Estados Unidos y Europa- y llegaron a Chile posterior a los 2000’, la apuesta no es únicamente desde la administración del local. También hay otro factor gravitante: la disposición de la audiencia.

“Cuando partimos con el Bar Lihuen tuvimos que hacer un poco de pedagogía, para que nuestros clientes aprendieran la dinámica de un bar de comedia”, rememora.

La dinámica en un “comedy bar” es distinta a la de un bar tradicional. Llegado el momento del show, todos deben guardar silencio, y eso incluye tanto a comensales como garzones e, incluso, se debe acabar el ruido proveniente desde la barra y la cocina. Hasta las cuentas deben cobrarse “en mute”.

“Nos tuvo que haber costado entre medio año a ocho meses adaptar todo. Al punto de que mi mamá y yo íbamos y teníamos que hacer callar algunas mesas, o si no, les pasábamos la cuenta, incluso ‘ya, les regalamos esto, pero guarden silencio por favor, hay gente que pagó por ver este show’”, recuerda Contreras. Y en el teatro la situación se diversifica aún más.

Hoy, en la planta principal -sobre la que se emplaza el escenario- se encuentra un espacio de libre disposición de la administración que puede contener sillas y mesas, como en un bar/café o montar un público dispuesto para mirar siempre adelante, como si de un cine se tratara. Incluso se han hecho actividades donde los asientos desaparecen y todo se transforma en una extensión del escenario. En la planta alta, Lihuen dispuso un centenar de butacas que simulan lo que antiguamente era el cine.

Todo esto se complementa con una barra dispuesta atrás de la planta principal que siempre está funcionando: “La idea es que quien venga se pueda tomar algo, pueda disfrutar y complementar el show”, explica Pablo. Y también enfatiza otra distinción: los horarios.

La planta principal se adapta según la ocasión y el evento.

Los shows parten desde las 20 horas, y a medianoche ya todo termina. “Creo que es algo que vamos a mantener en el tiempo, porque significa hacer espectáculos para todo tipo de público y que la gente no tenga que quedarse hasta las 2 de la mañana, como pasa en otros lados”, explica. Y eso ha generado que el público sea transversal: desde jóvenes hasta adultos mayores que han subido a los escenarios para contar un par de chistes o debutar con monólogos.

“Sabemos que hay espacios de espectáculos en Concepción. Está el Teatro Biobío, La Bodeguita de Nicanor, Casa de Salud, otros bares también. Pero están destinados a otro perfil de público, a otros horarios. Y en cuanto a teatros, el Teatro Biobío está muy distanciado, muy burocrático, muchas veces se escuchan solo entre ellos, no están escuchando a la gente”, opina Contreras.

Con eso en mente, aspira a convertir al ahora Teatro Lihuen en un ítem obligado de la oferta cultural penquista. Asegura siempre estar observando lo que se hace en otras partes del país, otros países o incluso continentes y adaptarlo a la idiosincrasia local.

Y también, quiere transformar al recinto en una extensión de lo que ya viene haciendo con el bar, obviamente, en otro formato. “Debe haber unos 200 chicos en Concepción que se han subido sobre el escenario de Lihuen, y que ya están diversificándose, están haciendo comedia en Tomé, en Lota, en distintos lugares de la región. Eso no se puede perder, esto tiene que seguir”, reflexiona el emprendedor.

O’Higgins 680, 4° piso, Oficina 401, Concepción, Región del Biobío, Chile.
Teléfono: (41) 2861577.

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