¿Qué ventanas se abren ante la multidimensionalidad del impacto?
El Covid-19 no es la primera pandemia que azota a la humanidad en tiempos recientes. En el curso del siglo pasado, y en lo que va del actual, podemos contar al menos cuatro previas, altamente devastadoras: la viruela, el sarampión (ambas con brotes recurrentes hasta el desarrollo de sus respectivas vacunas), la llamada “gripe española” y el VI H que, en conjunto, han costado la vida de cientos de millones de personas en todo el mundo. Sin embargo, la del Covid-19 es la primera que cuenta con un monitoreo en tiempo real, escrutable por cada persona en prácticamente todo el planeta. Día a día estamos atentos a su dramática evolución constatando que, tal como indica el escritor italiano Paolo Giordano, “el contagio es la medida de cuán global, interconectado e inextricable se ha convertido nuestro mundo”.
Resulta evidente que esta crisis trae consigo desafíos importantes en diferentes niveles. Partiendo por la capacidad de respuesta en tiempo y cobertura de los sistemas de salud, el compromiso y disciplina de la comunidad para acompañar las disposiciones de la autoridad, y el despliegue de planes, tan necesarios como urgentes, para proteger tanto a la población como a las fuentes de empleo más vulnerables en este escenario, con el fin de mitigar los efectos potencialmente devastadores en la economía.
Los resultados y la inevitable comparación entre países, en términos de quiénes lograrán responder más efectivamente a estos desafíos, se verán en los próximos meses, aunque los efectos de esta crisis inevitablemente se prolongarán por bastante más tiempo, y es probable que marquen un antes y un después en muchos aspectos de la economía y de la vida de las personas en todo el mundo.
Un ámbito cuyos alcances apuntan a trascender la actual emergencia es el de la tecnología y el trabajo. Por una parte el teletrabajo irrumpe con un nivel inédito de masificación. Desde nuestros lugares de confinamiento, al igual que una parte significativa de la humanidad, desarrollamos total o parcialmente nuestros trabajos por vía remota, con el fin de acatar el distanciamiento social y, de paso, facilitar un desempeño más fluido de los servicios esenciales como la salud y la cadena de abastecimiento de bienes de primera necesidad. Las plataformas de teletrabajo y de conferencias virtuales acogen a un número de usuarios impensado pocos meses atrás y, al mismo tiempo, las tareas y relaciones laborales deben replantearse, muchas veces con el desafío de adecuar espacios y rutinas familiares a esta nueva dinámica laboral.
En este escenario se abre una ventana de oportunidad para el desarrollo de softwares y aplicaciones innovadoras, ideadas para dar respuesta a estos nuevos requerimientos de conectividad para el trabajo cotidiano. Algo parecido y quizás mucho más desafiante está ocurriendo con la educación, que no debe ser vista solo como una respuesta coyuntural ante la emergencia, sino como la oportunidad para transformar paradigmas pedagógicos y formativos, con el desafío social de asegurar la conectividad universal requerida como bien público para ello.
Por otra parte, la emergencia y los riesgos a mitigar han revelado la importancia de la colaboración científica orientada por propósito. Un levantamiento reciente realizado en la Universidad de Concepción nos permitió identificar cerca de treinta desarrollos innovadores en curso, a nivel de diferentes facultades y centros, en materias tales como laboratorios especializados, servicios en línea de diagnóstico y telesalud, productos biotecnológicos, equipos y dispositivos médicos, modelos predictivos, de análisis de datos, y plataformas de apoyo y formación digital para Pymes. Casi todos estos esfuerzos se despliegan en el marco de alianzas con socios públicos y privados, confirmando la relevancia de contar con una base de capacidades científicas y capital humano avanzado que puedan orientarse a desafíos y oportunidades que en cualquier momento, como ahora, requiera nuestro país.
…los efectos de esta crisis inevitablemente se prolongarán por bastante más tiempo, y es probable que marquen un antes y un después en muchos aspectos de la economía y de la vida de las personas en todo el mundo”.
Esta evidencia, que se replica y complementa en diferentes universidades y centros de investigación y desarrollo tecnológico a lo largo del país, confirma elocuentemente el imperativo no solo de incrementar el esfuerzo en investigación y desarrollo (I+D), sino también, de conectar dicho esfuerzo con la consolidación de capacidades tecnológicas y productivas, y con los procesos de innovación y emprendimiento tanto económico como social. Confiemos en que a partir de la pandemia Covid-19, en un mundo que ya no será el mismo, este objetivo será reconocido y priorizado en las políticas públicas y en las estrategias de los grupos económicos y empresariales líderes de nuestro país.