Jacqueline Salgado Arriagada,
Directora Formación e Identidad
Santo Tomás Concepción.
En el insigne poema de la inolvidable Gabriela Mistral, Todas íbamos a ser reinas, queda plasmada la metáfora de los sueños de niñas enfrentadas al devenir de la sociedad. La alegría, las expectativas y las fantasías de todas ellas son impactadas por la densa niebla de la realidad.
El título del poema recoge el potencial femenino de ser libres, felices y poderosas, como una “reina”, mientras que el “todas” evidencia el sentido de comunidad y de unidad, vinculadas bajo el mismo imperativo de equidad. Aquello representa en gran medida las derrotas y las victorias del imbricado paisaje registrado en torno a la historiografía de la mujer en el reciente marco de temporalidad.
En los versos de Gabriela, ninguna de ellas alcanza el anhelo de ser reina y, tampoco, de haber llegado al mar, esta última, como expresión de la dignidad, de la autonomía y de la autorrealización personal. Truncados los sueños se expresa la desesperanza y, con ello, la aceptación de un destino definido por condicionamientos que arrebatan del espíritu femenino toda noción de libertad.
En nuestro país, la pobreza expresada en el desigual acceso a las oportunidades de las mujeres en condición de ruralidad, junto a los patrones de crianza estereotipados, productos de la aún acentuada cultura patriarcal, son grandes obstaculizadores que merman los sueños de muchas niñas que, al igual que las amigas de Lucila en el poema, no logran romper con esta dolorosa reproducción generacional.
La actualidad del siglo XXI ha sido testigo de los importantes avances en materias de igualdad de género, visibilizando las profundas heridas de marginación y desigualdad. No obstante, bien sabemos que las brechas entre hombres y mujeres en escenarios de criticidad social aún persisten. Los recientes estudios en materias de género todavía proyectan una cantidad importante de años para aproximarnos a una significativa equidad.
Urgente es ampliar las cercas de conciencia de los diversos actores que componen el tejido social. Desvanecer las estructuras de poder que han situado a la mujer en indicadores de marginalidad es un desafío que debe movilizarnos a una perspectiva más ética, materializada en una autentica educación, que tenga como centro la formación de la persona, junto a la tan anhelada justicia social.
Es de esperar que la empedrada travesía construida por las huellas de todas aquellas mujeres pioneras, que han caminado junto a hombres también pioneros y conscientes en materias de igualdad, permita que, en un periodo no tan lejano, todas, sin distinción, tanto en el Valle de Elqui, como en Arauco o en Copán, lleguemos a “ser reinas, de un verídico reinar y que siendo grandes nuestros reinos, lleguemos todas al mar”.