Agrandados, sufridos, buenos para la talla, pero grises, pedigüeños y amargados mientras no estén con una copa en el cuerpo describen a sus coterráneos Dino Gordillo, Hermógenes Conache y DaniHumor. Coinciden en que el penquista reverencia a los “afuerinos”, pero ninguna o pocas oportunidades da a sus propios talentos salvo que estén pegando en la TV; entonces -ejecutivos, incluso- pretenden entradas gratis. No paran de quejarse y repetir: “Ta mal la gueá”, dice Gordillo. Así y todo, admiten que la ciudad les tira, que acá todavía hay tiempo para un café bien conversado, la amistad se siente a flor de piel y que sin humor, la mitad de los penquistas estaría bajo tierra después del terremoto.
Ni grises ni fomes, pero “levantados de r… como los Toyota Yaris” describe a los penquistas este humorista hijo de ferroviario -“por eso salí palanquero, medio vagón y durmiente”- que creció y vivió penurias en el barrio Lastarria, en Pedro del Río Zañartu; que ahora pasa sus días en Collao con su mujer y sus dos hijos y recorre las calles de la ciudad echado para atrás en su Mercedes Benz gris plateado, de vidrios polarizados y asientos de cuero negro. El “meche” -“lo pillé barato”, dice – le ha vuelto a abrir puertas y pronto estará en los escenarios de nuevo.
Y aunque sigue alegrándole la vida a la gente, se ha vuelto cauto con tanta reverencia. Ya pasaron los tiempos en que hacía suyos los dramas de sus amigos; en que armaba negocios y terminaba robado o estafado y sin amistades. Los golpes lo han hecho pensar distinto, asegura Hermógenes Henríquez Rodríguez (55), más conocido como Hermógenes Conache -tal cual se rebautizó para el espectáculo- y quien, a comienzo de su carrera, en los 90, en tres presentaciones ganaba lo que su padre después de 30 años de trabajo.
En mitad del éxito profesional, el autor de “soapisa, con ukelele…” en Viña ´84 se fue de la ciudad, volvió y sigue siendo un penquista más: “Nos tira nuestra tierra, pero arraigo como para decir: yo soy de Concepción, no. Soy el único, creo, que cuando sale a actuar dice estar orgulloso de su ciudad”, pero rabia con aquello del Gran Concepción. “¿Qué Gran Concepción? Somos agrandados, pero seguimos siendo provincia. El día que tengamos cinco o seis equipos triunfadores del fútbol -como Huachipato una vez-; cuando respetemos a nuestras poetisas, pintores, escritores y artistas, ahí vamos a ser grandes ¿Qué Gran Concepción? Si somos una aldea; en dos minutos estamos en Hualqui”.
Lo buscamos para que -bisturí del humor en mano- describiera al penquista de hoy, y dejara a la vista su forma de ser que lo hace único y distinto de otros chilenos. “El penquista es un chiste”, bromea. Junto con él recogimos la visión de Dino Gordillo –“viven en casas lujosas pero 30 años endeudados”- y de DaniHumor, uno de los triunfadores de Coliseo Romano, de Mega, con buen contrato ahora, quien ha vivido en carne propia aquello de que los penquistas no valoran ni a sus talentos ni a sus profesionales salvo que estén “pegando” en la TV.
“Yo amo a la gente de Concepción, pero los productores, en este caso, privilegian a los de afuera: Vino Bastián Paz, el niño símbolo de Coliseo Romano y yo al mismo evento; para él hubo pasaje en avión y para mí, salón cama en bus. Somos pocos regionalistas e incluyo a los medios. Hubo un Festival de la Voz y una niña cantaba precioso, recalca. Ganó y al otro día, la prensa habló del parecido que tenía con Monserrat Bustamante, de Rojo, y no de ella. Ahora me hacen hartos reportajes, pero yo no vengo trabajando ahora: llevo 25 años actuando en Concepción”.
Más agudo y crítico también, Dino “Gordillo” Guzmán no deja títere con cabeza. Desde el verano de 1996, tras un exitoso debut en el Festival de Viña del Mar, su carrera despegó y creció como la espuma sumando cinco presentaciones seguidas en el certamen, una colección de gaviotas y peaks de sintonía que lo llevaron a la televisión. Sin embargo, el humorista nacido en Lota y criado en Chiguayante no olvida sus orígenes; sus historias de niñez como “perrero” en el tren Concepción – Laja, vendiendo sopaipillas afuera del Teatro Concepción o haciéndose pasar como familiar de un ejecutivo para conseguir empleo. Es la historia de Gordillo, un tipo que le ganó a la vida, y que conoce a Concepción y a los penquistas como muy pocos lo han hecho.
Desde Santiago, donde está avencindado, dice: “El ta’ mala la gueá’, le puse al penquista. Tú vas para allá, te encuentras con los amigos, que cómo están, ‘ta mala la gueá’, dicen; vai a los seis meses, y uh, está peor. Y después, vas a la tercera vez, ‘y, ¿cómo te ha ido?’ ‘chhí, ni te cuento’. Y vas a los cafés, al Copacabana, al Haití, y todos hablan de millones, todos, de negocios. La cultura que tenemos es esa, todos hablan; y después, cuando se van, están esperando que uno los lleve; son pocos los que se van por sus medios”.
Hermógenes Conache:
“¿Qué Gran Concepción?
Somos una aldea”
La televisión ha cambiado a los penquistas; ha matado lo poco regionalistas que somos y las autoridades de la zona -aunque se quejen por ello- repiten el mismo esquema centralista de Santiago con la provincia, asegura. Pero lo que más gracia le hace a Hermógenes Conache es que hablemos del Gran Concepción y, para comprar un repuesto de vehículo de $3 mil haya que pedirlo a Santiago. O si se trata de un préstamo bancario, lo mismo. “¿Qué Gran Concepción?, somos una aldea. Lo digo con respeto”.
Con excepción del régimen anterior -dice imitando tan bien a Pinochet- y de Patricio Almendra cuando inauguró su Canal 8, aquí nunca lo han invitado a actuar. Le duele que los penquistas no valoren a sus talentos y a sus profesionales y les dé pocas oportunidades laborales salvo que haya empezado a triunfar y lo vean en TV. Ahí, dice, “la cosa cambia, pero eso es efímero. Ahora, soy uno más. Nadie es profeta en su tierra; aquí me va bien pero las autoridades que tienen que ver con el espectáculo, no llaman”. Aún así, espera agradecer algún día al director regional del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, Juan Eduardo King Caldichoury, porque “se ha jugado por el Teatro Pencopolitano. Es una de las pocas personas que apuesta por el arte y los artistas. Los demás, o al menos la mayoría, lo que hagan es por conveniencia propia. No hay líderes ya”, responde a la consulta de si los penquistas pecan de individualismo y ya no existen líderes o personajes como aquellos que le dieron renombre a Concepción.
Es divertido este humorista cuando – parafraseando su respuesta al estilo paltón- dice que es difícil en una ciudad como ésta, de no más de 300 mil habitantes, que alguien se arrogue un “¡yo soy descendiente de Pedro del Río Zañartu!”, por ejemplo, porque acá todos se conocen incluso por los apodos. Los ocho hermanos Henríquez Rodríguez eran, por ejemplo, Los Popeye en Lastarria (por el padre, un marino retirado). Y otros los patas largas o los callampas; los burros y los corontas.
Y a la pregunta de si a nuestros coterráneos les falta sentido del humor y por eso son grises y conservadores en sus costumbres o pecan de doble estándar, de andar cuestionando a los demás, como tener un amante, y hacer lo mismo, dice: “ Somos criticones. Yo soy así también y a lo mejor hago lo mismo que critico. Mire, yo habría vivido encantado en mi barrio, pero no es uno el que cambia, es la gente que cambia con uno, lo ve diferente. En la mañana, cuando tomo el colectivo y veo esas caras de c…, me subo y me bajo echando la talla. Los cuatro pasajeros y el chofer me agradecen por levantarles el ánimo; siempre andamos amargados”.
-Cree que el chileno, más que el penquista, vive de las apariencias, del “tanto tienes, tanto vales” y que es cruel y lapidario con otros, pero se fascina con personas venidas de fuera que -para peor- a veces les cuentan cualquier historia que no resulta ser cierta.
“Sí, es cierto que asume otra actitud con la familia o visita que llega de Santiago. Antiguamente era muy normal que hubiera loza y servicio para la casa y otra para atender a las visitas. En la mía, por ejemplo, había una ponchera para el ponche de matiné, vermouth y noche pero sólo para los amigos y vecinos. El jarro de plástico era para nosotros, así es que un día se la quebré a mi papá. En mi casa hoy se come lo mismo con o sin visitas. Y si quiero hacer algo especial, primero lo hago para mi familia. Antes se limpiaba para los amigos o las visitas. Esto ha ido cambiando ahora. Los chilenos somos crueles y obramos así. Por la raza, creo yo; somos solidarios por conveniencia; somos solidarios en familia sí. Si se organiza un bingo y ellos invitan a sus amigos, resulta, excepto que haya TV. La gente responde cuando hay un niño enfermo en la medida que haya publicidad”.
-¿El penquista ya no siente orgullo en reconocer que estudió en el Liceo Enrique Molina, por ejemplo? Muchos, incluso, dicen ser egresados de colegios particulares o matriculan a sus hijos ahí a pesar de no tener ninguna vinculación real.
Nunca he sido un Toyota Yaris. Por el lado materno (bisabuelo) soy descendiente de franceses, podría tener la doble nacionalidad y a mis hijos en la Alianza Francesa, pero saqué cuentas que sus compañeros iban de vacaciones a Disneylandia y pensé que les iba a causar un trauma. Como yo, hay muchos, pero la mayoría son Toyotas Yaris: “No, yo estudié aquí o allá (dice con voz ronca).” Yo digo que soy del Liceo 3. O sea, iba… que estudiara, es cosa distinta. Llegué hasta Primero Medio y fue el error más grande no haber terminado. Pienso que algunos actúan así por darle buena educación a los hijos y otros por aparentar; algunos agachan la cabeza y no reconocen que estudiaron ahí, en el Liceo 3, como yo. Pasaba en mi barrio, en el Lastarria; algunos estudiaban en la escuela Pedro del Río y otros en el Alsacia, ligado al Sagrado Corazón, de los curas. Ahí mismo en el barrio hacíamos diferencias, ¡el Alsacia era el Alsacia! Y la diferencia entre un colegio y otro, una cuadra.
Y de su mirada analítica, concluye: “Con todo lo positivo y negativo, a mí me encanta Concepción, conversar con los amigos y hablar de lo bueno y de lo malo, juntarme con los arribistas, porque de todos se aprende. El penquista de por sí es un chiste y es como es, no más”.
DaniHumor: “Sin humor, la mitad de los penquistas estaría bajo tierra ya”
A otro nivel está Alfredo Leal Austrado (50), más conocido como DaniHumor, tras su debut en la TV que lo hizo conocido en el país entero. De pasado triste, huérfano de padre antes de nacer, conoció el rigor del trabajo desde pequeño. Por entonces, en la carpa del circo de su tío, en Santiago, imitaba a Joselito, el español. Fue payaso y trapecista hasta que un accidente lo mandó de lleno al Paseo Ahumada. Siguiendo un amor, se vino a Concepción y aquí se quedó. Su hijo mayor es ingeniero; otras dos hijas son profesionales y la más pequeña, de 9 años, es alumna de un colegio de monjas en Puerto Montt.
La calle da para vivir y de amores ni hablar, dice. Siempre fue artista allí, pero con horario de trabajo y llegó a tener una empresa de eventos infantiles, Agua Luna. “Entre manga y manga –como llama a las dos presentaciones que hacía, de 13 a 15 horas y de 17 a 19 horas- me hacía entre 25 mil y 30 mil en el día”. Hoy, después de Coliseo Romano donde resultó segundo, “el Mega no me suelta. Estoy mejor que en la calle; antes me pagaban 100 ó 150 lucas por evento, ahora tienen que hablar con mi productor y eso no baja de 850 mil o de un millón 200 mil pesos. Puedo hacer dos pegas en el mes y me hago lo que ganaba trabajando 30 días en la calle”.
Pero en la calle aprendió a descubrir al penquista, de quien dice son “más de afectos que de defectos. A lo mejor de mal genio, producto del estrés y de la falta de oportunidades. En general, son cariñosos, alegres y sinceros; buenos para la talla”. Conoce el país de Arica a Punta Arenas y agrega que, más que en Concepción, en Los Ángeles y Rancagua sí que hay gente arribista, pero critica que somos de mall y por ellos dejamos de lado la naturaleza y rincones hermosos de la ciudad y de la zona; que poco hablamos con los vecinos y tenemos pocos líderes, aunque él reconoce como tal, digan lo que digan “a la señora JVR”.
Sí pues, han cambiado los tiempos -suspira- cuando preguntamos si concuerda con que las familias connotadas se han ido reduciendo, aunque muchos se jacten de ser parientes de personajes importantes. “Son re ´pocos los Matte o los Subercaseaux. Ahora se están metiendo los Pérez, los González y por ahí los Leal…, bromea en alusión a su apellido. Cuántos humoristas que triunfaron, lo primero que hicieron fue cambiarse de barrio, darle estatus a su mujer y cuando vino el fracaso ¿cómo retrocedieron? Aprendí de cabro chico que uno gatea antes de caminar y correr. Pero el que empieza corriendo, termina cayéndose porque no aprendió ni a gatear ni a caminar. Cambiar de vida no es tan importante”.
– Al penquista ¿le falta sentido del humor y por eso son, a lo mejor, muy grises y conservadores en sus costumbres?
No, yo creo que gozamos del buen humor. Sabe usted que después del terremoto, la gente me paraba y hasta un teniente me dijo: ¿Por qué no trabajái..? ¿Qué me está diciendo?, le contesté y él insistió: “Que trabajís, pues, si la gente está necesitada de humor.” Yo me había ido después del 27/F y vine a dar una vuelta una semana o 15 después. Dani, necesitamos reír, Dani estamos estresados, me decía la gente. La sonrisa es el bálsamo de los problemas y empecé a reírme de mí mismo, del tsunami, de lo que sufrimos y la gente lo recibió bien: ¡Vichino, tsunami, me voy a vivir al fondo! O “Dije hola y un tonto arrancó para el cerro” y uno más: “Guatón, me dijo un vecino, ¿se te cayó el departamento? No, hermano, le contesté, si estoy sacudiendo los ladrillos no más…”. Con todo lo que ha pasado, si no tuviéramos humor, andaríamos llorando por la vida. La mitad de los penquistas estaría bajo tierra ya.
-¿Hay miedo al ridículo?
La personalidad la tienen los curaos. Uno lo nota en un karaoke; cantan los que están pasados de copas, de lo contrario es difícil. Animo cumpleaños y quiero hacer participar a los papás, pero no entran; el que está con la caña agarra papa, si no, no hay caso. Uno nota eso.
-¿Cree que los penquistas son muy buenos para erigirse como jueces de otros, pero inconsecuentes con lo que dicen ser sus principios?
Sí, somos buenos para criticar y hay que decirlo en plural. El Coco Legrand siempre habla de los demás, como si sólo los otros fueran tontos y feos; él, no.
-¿Se sienten orgullosos de haber estudiado en el tradicional Liceo Enrique Molina o inventan ser egresados de colegios particulares?
Hay mucha gente que se siente orgullosa de haber estudiado en el EMG como también hay muchos levantados que estudiaron en el Saint John´s y con suerte tienen el octavo año rendido.
Dino Gordillo: “El ‘ta mala la gueá’: Así le puse yo al penquista”
No sólo se crió en Chiguayante, cuando esta comuna era un barrio de Concepción, sino que sobrevivió en sus calles. Es que Dino Gordillo, uno de los humoristas más exitosos del país, no nació en cuna de oro. Eran los días aventureros en que se hacía llamar “Chico malo” y sus historias le sirven para recordar quién es y de dónde vino. Penquista orgulloso y bien vivido, el triunfador en seis oportunidades del Festival de Viña del Mar analiza las vueltas de la vida y cuánto ha cambiado la ciudad.
Concepción, a diferencia de la capital -dice- tiene ese sabor más familiar y no pierde “esa cosa del yunta, de “no, ven p´a acá, yo te hago la gauchá”. Eso es bonito. Hoy, cuando viajo al sur, toco bocina y me cuesta cuatro o cinco días ambientarme, pero voy a pasarlo bien, a juntarme con los yuntas, a comer cosas ricas; una tortilla con chuchitas en Laraquete, yo soy feliz con eso. Tengo un lote de amigos, porque a mí me gusta conservar lo que tengo de allá. Echo de menos a Concepción en eso, en la amistad en la piel; el café, el amigo, que te juntái a la hora que quieras, siempre hay uno que está desocupado, y te tomas un café y conversas. Y amigos que vienen de Concepción me ubican aquí. Justamente quedé de juntarme acá con el Pepe Hasbún: ¡Allá está..!
Pero cuenta que después de las primeras veces que fue al Festival de Viña, antes del 2000, quiso venir y actuar en el teatro, en un evento masivo. “Esta es mi tierra y todo eso, pensé; me va a ir bien. Qué, llamaban los más cabrones, los gerentes y agentes de bancos, p’a pedirme entradas gratis”.
– ¿Como buenos penquistas?
-Como buenos penquistas, al piden (sic). Entonces, no. De verdad, a muchos no los atendía en el hotel porque me daba vergüenza. Yo regalé entradas a quien yo sé que no tenían para pagar una, Pero que venga un ejecutivo y tipos cabrones económicamente, y te digan: “Tengo una ganas de ir a verte h…, ¿no tienes unas entradas por ahí?
Nunca más he vuelto a hacer cosas masivas. Incluso es doloroso decirlo, pero uno encuentra razón a mucha gente que dice que nadie es profeta en su tierra, es la realidad. El año pasado hice una gira nacional con una empresa, y dentro de eso estaba Concepción. Al final, yo hice todo Chile, excepto Concepción, porque los ejecutivos de la filial de la empresa dijeron “nooo, pero p´a qué traer al Dino, si es de acá”. No te voy a dar nombres porque sigo trabajando para esa empresa, pero fue una vergüenza que alguien de mi tierra, un ejecutivo de una empresa haya dicho eso. Mira, no es una estupidez, a ver… es la idiosincrasia que tenemos todos.
-Hablemos un poco de cómo es hoy el penquista. Se dice que es arribista y le encanta aparentar o decir que sus familias fueron connotadas en Concepción. ¿Lo percibe así?
-No, porque son pocos. El penquista es de esfuerzo. Concepción y Talcahuano en general son ciudades industriales, por eso la gente es así. La gente se acostumbró a tener plata los 15 y los 30. Por eso, yo siempre he dicho que fue un riesgo el tema de los casinos porque mucha gente de clase media-baja pensó que allí se iban a hacer millonarios. Y hay mucha gente que, pucha, perdió su plata. Ahora, vivimos en una sociedad, en general, en Santiago o adonde sea, en que si tú de repente no aparentas algo, no eres tomado en cuenta, no entras al círculo. Hay montones en Concepción que tienen tremendas, apoteósicas casas, pero las deben en treinta años. Y tienen así un hoyo económico, pero nica le van a mostrar a otros que están cagados.
– ¿Cómo ve al ambiente en Concepción? ¿La gente tira para arriba?
-“El ta mala la gueá’, así le puse yo al penquista” (risas), pero también está el tipo que no le hace al asunto, porque no tiene las condiciones, o porque no se le dan las posibilidades tampoco de salir adelante. Pero hay muchos que se quedaron. A mí hasta el día de hoy, muchos amigos en Concepción me dicen: “Pucha, lo mejor que pudiste hacer fue irte”.
-Ese es el lado un poco depresivo del penquista ¿no? Ese ánimo como “abajista”.
-Es que es la realidad. Si no tienes una visión… hay gente que inventa un negocio, le fue mal, y altiro anda inventando otro. Y queda poca de esa gente. A muchos les fue mal, están mal y siguen en las mismas. Nadie quiere arriesgarse (…) la clase obrera en general se acostumbró a que si uno gana trescientas lucas, no se hace una meta mañana de ganar quinientos. ¿Qué dice?: “Ah ver, ya, le pido cien lucas a la caja, más cien lucas al sindicato, y ya, estoy listo. Y la gente, en general, se acostumbró a eso. Son pocos los visionarios. Y el gran problema es que, si a ti te va bien, la envidia dice “¡ah no, este huevón está robando, hizo alguna movida”. Porque siempre te sacan esa estupidez que dice “pero mira cómo está el h… si yo lo conozco, vivimos en el mismo barrio”. Es como si tuvieras que quedarte estancado igual que ellos.
-Y desde el otro lado ¿Qué ha pasado con el new rich en Concepción? ¿Son ostentosos, van al Club Concepción, por ejemplo?
-Claro, pero del Club Concepción (de antaño) va quedando el puro portero no más Ahora entra cualquiera. Antes era elitista. Pero todo ha cambiado; aquí en Santiago el Club la Unión era así. Antes ir a Pingueral, era no sé, tenías que tener una Van para echar una mirada. Pero ahora no, es otra cosa, se fue adaptando a los demás.
-¿El penquista perdió identidad con los años?
“-Es que el penquista sufrió mucho después del terremoto. Cambió, se afiató más en la amistad, como familia, se unieron. Lo que pasa es que no hay oportunidades; ese es el asunto. De repente hay tipos inteligentes, pero no tienen los medios para venirse a Santiago. Y en este país, como egresado, aunque hayas sido un astro en la universidad, te piden mínimo cinco años de experiencia, ¿y cómo la vas a tener?”.
Y cuenta, gracioso, cómo consiguió que Gonzalo Beltrán, el Dios de la TV, lo incluyera en Noche de Ronda, un programa sólo de consagrados y del primer nivel, como le expuso para no incluirlo. Y Dino le preguntó: “¿Me puede decir dónde queda el instituto para poder ir a consagrarme, y cuando el diploma esté listo se lo traigo? Beltrán se dio vuelta y se fue. A la semana siguiente me llamó: “Ya h…ven a Noche de Ronda. Me sentó en su escritorio y me dijo: “Te voy abrir la primera puerta, y la otra la vas a abrir vos”. Hoy me doy el lujo de ir donde yo quiero y al programa que yo quiero”.