Lo primero que podría decir de “Mi nombre es Tsotsi” es que cumple con una máxima a menudo escuchada de conspicuos creadores de este país: “el cine local hecho con honestidad puede ser el más universal del mundo”. Efectivamente, desde las primeras escenas, esta co-producción inglesa-sudafricana producirá un reconocimiento de cualquier espectador del mundo, o al menos del tercer mundo, por las tristes postales poblacionales que ofrece. Imágenes y situaciones sacadas de barriadas sudafricanas, pero que también podrían ser una favela tipo “Ciudad de Dios”, los suburbios de Auckland registrados por Lee Tamahori en “El amor y la furia”, o los callejones de Cerro Navia de “Taxi para tres”. Uno se acomoda, pues intuye que viene un relato fuerte, aunque ya visitado por estos pagos. Las expectativas entonces, recaerán en cuál será la novedad y aporte de la historia en cuestión.
Como decíamos, esta historia transcurre en los suburbios marginales de Johannesburgo, Sudáfrica. Allí sobrevive Tsotsi (Presley Chweneyagae), un adolescente de 19 años, de piel curtida y mirada vieja, de pocas palabras y respetado entre sus pares. Como generalmente sucede en estos casos, su formación carece de estructuras sólidas y afectivas; en lugar de eso, desde la cuna sólo conoce situaciones crueles. Tsotsi reniega de su propio nombre, David, él es simplemente Tsotsi, que en la jerga del guetto es sinónimo de “matón” o “gangster”.
Su pandilla está compuesta por otros marginados sociales: Boston (Mothusi Maga-no), un profesor alcohólico y fracasado, Butcher (Zenzo Ngqobe), un asesino a sangre fría y Aap (Kenneth Nkosi), un tipo sin personalidad incapaz de valerse por sí mismo. Pero las correrías lumpen de Tsotsi tomarán un giro drástico la noche en que intenta robar un lujoso BMW en un barrio acomodado. Sin escuchar los ruegos de una mujer a la que disparó a los pies, arranca a toda marcha hasta escuchar los llantos de un bebé de tres meses en el asiento trasero. Asustado, decide regresar a pie hasta su casa, y mantener en secreto el involuntario rapto. Como no sabe cuidar bebés, obliga, a punta de pistola, a una joven madre llamada Miriam (Terry Pheto) a amamantarlo. Desde ese momento, esa imagen torcidamente familiar provoca una necesidad de redención desde lo más profundo de sus instintos. Tsotsi deja de ser un villano y entra al arquetipo del anti héroe.
Una de las primeras observaciones que desconciertan de esta película dirigida por Gavin Hood es su propuesta estética. Todo, cada plano de “Mi nombre es Tsotsi” tiene una dirección absolutamente publicitaria, y una estética del cine Hollywood más declarado, tipo “El Patriota”. Aquí no hay nada de cámaras en mano y ritmo documental, y, naturalmente, uno imagina que esta opción por manejar una historia marginal con una imagen comercial (a cargo de Lance Gewer) es una dialéctica más del relato, como lo son la moral lumpen versus la decencia, o la violencia (reforzada en acertados primeros planos) versus la ternura. Sin duda, los inteligentes y profundos diálogos –que en concreto buscan asegurar que el espectador mantenga una reflexión ética a lo largo de todo el film- contribuyen a dar el peso necesario a una trama que logra convencer, enfocándose en tres ejes principales: el mundo externo de Tsotsi, el de la delincuencia (que refleja la imagen que diariamente la prensa entrega de este mundo), su creciente relación con Miriam y el despertar de su mundo interno, un verdadero viaje a su interior. “Mi nombre es Tsotsi” es un acierto conmovedor, aunque de todas formas mejorable en cuanto a dirección y música incidental.
Nicolás Sánchez