Sólo la intervención divina podría sacar al hijo de Rosa del estado vegetativo que le causó un accidente. Sin embargo, en la mano del hombre está la posibilidad de terminar con la burocracia que le impide acceder al dinero de su pensión de invalidez y con él continuar con el tratamiento y su vida.
Los ojos de Alex Arévalo brillan intensamente y parecen seguir cada movimiento que se registra en la habitación. Eso al menos es lo que cree Rosa, su mamá, quien vive pendiente de que aparezca una señal que contradiga el diagnóstico irreversible que, hace casi dos años, le comunicaron los médicos.
A sus 33 años, permanece postrado en su cama, a causa de un estado vegetativo persistente del que los doctores aseguran que jamás se recuperará.
Su inmóvil y frágil cuerpo está agarrotado por una severa hipertrofia muscular que mantiene todo su lado izquierdo en posición fetal.
Conmueve verlo, inmóvil, sin más vida que la que demuestran sus ojos en cada parpadeo. Y cuesta mucho imaginar que ese ser indefenso es el mismo deportista que desde su época escolar destacaba en el fútbol como un hábil portero.
“ES TREMENDO VERLO ASI”
Rosa lo mira, le acaricia la cara y le advierte de nuestra presencia. “Me preocupo de contarle todo lo que pasa a su alrededor, de lo que sucede con nuestra familia, por si es que algún día hay un milagro y vuelve con nosotros”, cuenta esta mujer cuyo cariño y dedicación mantienen a su hijo en condiciones más que óptimas para lo que se espera de una persona en su estado.
Todavía entre llantos recuerda la noche del accidente, cuando a través del teléfono le avisaron que Alex estaba tirado en la mitad de la calle, luego de que un automóvil lo atropellara mientras cruzaba en su bicicleta, a escasas cuadras de su casa del sector Lomas Coloradas (Concepción).
El diagnóstico era tan grave que los médicos le ofrecieron unos minutos para que se despidiera de él, pero al día siguiente hubo una pequeña reacción que le hizo mantener las esperanzas.
Sin embargo, la situación no mejoró y después de 4 meses regresó a su hogar, con un Alex totalmente distinto al que vio caminar por última vez a través de su ventana.
“Es tremendo verlo así, porque yo tenía un hijo sano, activo, que tocaba cuanto instrumento musical le pusieran por delante. Y ahora está ahí, en una cama, sin ningún movimiento. Es un dolor muy grande para una madre, pero he tenido que sobrellevar esta pena para atenderlo lo mejor posible el tiempo que Dios decida dejarlo con nosotros”.
Su esfuerzo no ha sido en vano, porque aunque los doctores le advirtieron que su condición empeoraría, Alex se ha mantenido estable y su cuerpo ni siquiera tiene una marca que delate sus meses de postración.
“NO PUEDO CAER”
La tragedia de esta mujer y de su hijo se ve todavía más agravada por la precaria situación económica de la familia. Rosa es viuda y su único ingreso es una pensión de 80 mil pesos que no alcanza a cubrir ni la mitad de los costos mensuales del tratamiento de Alex.
“Sólo uno de los medicamentos me cuesta 60 mil pesos al mes, sin contar los otros gastos que, según mis cálculos alcanzan los $300 mil. Gracias a Dios mis otros hijos me ayudan, pero ellos también tienen sus familias y me dan lo que pueden”.
Por eso es que todos los fines de semana, junto a Lorena su hija menor, vende sopaipillas entre sus vecinos y organiza rifas y otro tipo de beneficios para generar algún dinero extra.
Con el aporte de todo el grupo familiar construyeron un espacioso dormitorio para Alex que nada tiene que envidiar a la comodidad de la habitación de una clínica. Incluso instalaron un biombo detrás del cual está ubicada una pequeña cama desde donde Rosa cada noche vela el sueño de su hijo.
“Me acuerdo que cuando estaba muy grave en el hospital, una doctora me dijo: señora no hay más que hacer, llévese a su hijo para la casa, pero yo le pedí que me esperara para conseguir al menos un catre clínico donde estuviera mejor. Ella me contestó: y para qué, si igual se le va morir”.
EL DIA A DIA
A pesar de este terrible augurio, esta mujer decidió hacerse cargo de la situación, aún cuando eso le trajo problemas con su nuera, quien también quería hacerse cargo de él. “Al principio todos estuvimos de acuerdo que en mi casa mi hijo estaría mejor, pero luego ella quiso llevárselo y ahí empezamos con algunas discusiones que terminaron por alejarla a ella y a mi nieta. Ya hace casi 3 meses que no se aparecen por acá”, relata Rosa. Sin embargo, en sus palabras no hay rabia ni menos un gesto de recriminación, porque prefiere concentrar todas sus energías en el cuidado de su hijo.
Y es que la rutina diaria de Alex es extenuante. Los cuidados para su alimentación -a través de una sonda conectada a su estómago-, las jornadas de ejercicios para activar su musculatura y los demás resguardos que requiere un enfermo en ese estado ocupan a Rosa y a su hija menor a tiempo completo. A todo eso se suma la ansiedad que genera la situación y que tienen a esta madre afectada por un cuadro depresivo del que ni siquiera tiene tiempo de preocuparse.
“Es que no me puedo caer. A veces digo por qué Dios le hizo esto a mi niño, si él tenía tantas ganas de vivir. Pero también sé que debo ser fuerte para que ni él ni sus hermanos me vean triste”, asegura.
UNA HISTORIA SIN FIN
Pero esta historia no termina con la enfermedad de Alex, sino que continua con una trama tan absurda y penosa que lleva a pensar que el destino realmente se ha ensañado con esta familia.
Hace un año enfrentan un engorroso juicio para conseguir su interdicción, paso previo para el nombramiento de un curador general de bienes (que se encarga de administrar los bienes del interdicto) que pueda cobrar la pensión de invalidez total de Alex.
“Cuando comenzamos a hacer los papeles para su pensión, su doctor le suspendió la licencia y a los pocos días recibimos una carta de la empresa donde trabajaba, en la que le avisaban que estaba despedido por faltar 3 días sin justificación…(suspira) fui a hablar con los que suponía eran sus jefes, pero ahí me dijeron que mi hijo en realidad trabajaba para una empresa contratista y que ellos nada podían hacer”.
Esta mala noticia pareció tener un final menos triste cuando, según su hermana Pamela, en los Tribunales de Familia de Concepción (lugar donde se tramitan las causas de interdicción) le aseguraron que esta gestión y el nombramiento del curador no demoraría más de 4 meses.
Sin embargo, una serie de omisiones, de errores, de desinformación y de la clara negligencia de algunos de los actores involucrados en el proceso, han hecho dilatar durante un año una tramitación que para quienes pueden costear un abogado resulta medianamente sencillo.
No es el caso de este joven. La audiencia de juicio de interdicción ya se ha suspendido en dos ocasiones y aunque tienen fecha para una tercera (a fines de este mes), Rosa y sus hijos tienen miedo de que nuevamente la burocracia de la justicia les juegue una mala pasada.
“Cuesta entender cómo un trámite sencillo puede demorar tanto tiempo. Es tan poco el dinero de la pensión que mi hijo va a recibir que uno no comprende cómo funciona la justicia. Quizás los que están a cargo jamás han vivido un sufrimiento como el mío, porque de otra manera no se explica tanto desinterés por la situación de estas personas que están casi muertas en vida”.
Hasta el cierre de esta edición la tercera audiencia de juicio para declarar la interdicción de Alex Arévalo estaba fijada para el 27 de junio a las 11:30. El éxito de esta audiencia en ningún caso marca el fin de la historia, porque todavía les queda un nuevo trámite para nombrar al curador de los bienes, lo que de hecho dilatará otro tiempo más la obtención de los escasos 80 mil pesos que Alex recibirá por su pensión.
TEXTO: Pamela Rivero