Las secuelas psicológicas que deja un robo violento son tan diferentes como las personas a quienes afecta. El denominador común es el temor que traumatiza a las víctimas tras un impacto de esta naturaleza. Los especialistas dicen que es esencial pedir ayuda y vital participar en el proceso penal para cerrar los círculos.
Daniela Silva no es la misma desde el 30 de septiembre pasado. Ni por dentro ni por fuera. La joven de 23 años, que vive en un condominio en San Pedro de la Paz, fue víctima de la acción de dos delincuentes que la maniataron, la amenazaron y la intimidaron en su propia casa. Más que las especies que le sustrajeron, Daniela Silva siente que le arrebataron su confianza y su seguridad.
“Creo que voy a superar este miedo, pero siempre quedaré con la sensación de que algo va ocurrir. Ya pienso que lo primero que haré cuando tenga mi propia casa va a ser protegerla”, explica todavía nerviosa en el comedor de su hogar, el mismo lugar donde hace algunas semanas encaró una de las peores experiencias de su vida.
En nuestra zona, la frecuencia de robos con fuerza en lugar habitado, en los que además hay intimidación de parte de los delincuentes hacia sus moradores, no se compara con lo que ocurre en la capital. Sin embargo, un par de casos emblemáticos ocurridos este año en San Pedro de la Paz hacen reflexionar sobre el aumento de esta tendencia y sobre lo que significa enfrentarse cara a cara con un delincuente.
En los medios de comunicación comúnmente se habla del botín, del modus operandi, de las condiciones en que fueron tratadas las víctimas y si se capturó o no a los antisociales. Pero la noticia apenas esboza cómo cambia la vida de los afectados después de pasar por una experiencia traumática de este tipo.
Según explica el psicólogo Jaime Troncoso, las personas que han sido robadas presentan sentimientos de vulnerabilidad y, sobre todo, de miedo a ser atacados por extraños, es decir, una conciencia de sí mismos como posibles blancos de otros ataques y un fuerte sentimiento de desconfianza.
Las heridas psicológicas se agravan cuando en la realización de este delito hay uso de fuerza física, armas, máscaras, y los ladrones emiten gritos y ruidos para intimidar a las víctimas. La perpetración del robo en lugares considerados “seguros” por la víctima, como la propia casa o el trabajo, así como la reiteración de los robos sufridos tienden a incrementar los sentimientos de vulnerabilidad, inseguridad y temor, que pueden llevar a la paralización y el encierro de la persona. Se suma el temor de ser identificados y ubicados fácilmente y el miedo a un posible retorno de los agresores.
Tal cual lo describe Daniela Silva. La estudiante de Ingeniería Comercial de la Universidad Católica de la Santísima Concepción, hasta el cierre de este reportaje no ha podido retornar a sus clases. Es más, cuenta que sólo tres veces salió de su hogar para completar un tramo corto. “Se me hizo complicado una tarea tan simple como ir a comprar el pan”, señala, agregando que extrañamente, aunque el robo se llevó a cabo en su casa, éste es el lugar donde ahora se siente más tranquila.
“Pero tengo mucho miedo a que me vaya a topar con esta gente en la calle. Sobre todo, porque tengo la sensación de que son personas que viven en San Pedro. Eso me llevó a cambiar mi aspecto. Tengo un nuevo peinado, me pongo lentes, la ropa que usaba el día del robo no me la vuelvo a poner por nada del mundo”, indica.
“Trabajamos con el dolor”
El Ministerio Público, a través de la Unidad de Víctimas y Testigos (Uravit), se encarga de proporcionar ayuda en distintos planos a las personas que han pasado por este duro trance. Carlos Veloso, jefe de la unidad dependiente de la Fiscalía de la Octava Región, explica que de los 6 mil casos que reciben anualmente, unos 2 mil son de víctimas de delitos violentos. “Desde ese punto de vista nosotros trabajamos con el dolor”, argumenta Carlos Veloso, quien precisa que la Unidad atiende los casos más graves que han sido derivados por los fiscales y que su trabajo consiste puntualmente en apoyar la acción de los investigadores, ayudar a las víctimas y hacerles más fácil el camino de atravesar por el proceso penal, tanto en la investigación, como en la eventual instancia judicial. El apoyo de la Unidad no es de reparación, es decir, no hay terapias de por medio, aunque sí existen instancias de coordinación con las redes asistenciales del Estado para obtener apoyo terapéutico, si es que es necesario. En ese plano están en conexión con el Centro de Atención a Víctimas del Ministerio del Interior.
“Nuestra labor es orientar a las personas que han pasado por un trauma grave, como un asalto, para que participen en el proceso penal. Muchas veces la gente lo único que quiere es olvidar esta situación, lo que es lamentable. En la medida que los fiscales tengan la información de patrones de conducta similares en el acto delictual, es más posible dar con el paradero de los autores. Los antecedentes que pueden aportar las víctimas estando en buen estado emocional son de alta importancia”, recalca el abogado.
Luego de sufrir el impacto de la acción delictual la víctima desarrolla el trauma, que a su vez se traduce en el estado de “estrés post traumático”. En esta condición, los fiscales derivan estas personas a la Uravit en la que, con profesionales especialistas, se trabaja en la contención en crisis para que entienda por lo que está pasando y la importancia de su participación en el proceso.
Efectos a corto y largo plazo
El psicólogo Jaime Troncoso recalca que un robo implica violencia y pérdida de propiedad. Las secuelas psicológicas varían en un rango que va entre un malestar mediano con angustia y el estrés post trauma. Por mínimo que sea el robo, toda víctima experimenta una reacción emocional y conductual, y entre 10 y 30 % de los casos sufre un trauma severo en el corto plazo. Luego de seis meses los efectos parecen disminuir. Sin embargo, entre 5 y 10 % de las víctimas continúa experimentando una importante psicopatología. Las mujeres más que los hombres y los adultos más que los jóvenes experimentan un estrés mayor.
“Muchas veces puede ocurrir que el trauma no sea perceptible”, acota Carlos Veloso, “pero es muy probable que las personas empiecen a revivir experiencias, conocidas como flash back, donde en algún minuto dentro de su rutina diaria se recuerden de este momento traumático y le corte la acción de este momento, no pueda sacársela de la cabeza y seguir funcionando”.
El otro extremo es que asuman una conducta evasiva y quieran olvidarse de todo y, por ende, se internen en un estado emocional que tiende a perpetuarse y adoptar otro tipo de manifestaciones graves. De igual modo, otro tipo de víctimas entran en un estado de hiperalerta. “Reaccionan a sobresaltos o andan angustiados por la vida producto del trauma”, dice Veloso, quien asegura que parte la atención de primera línea que ofrece Uravit consiste en precisar la importancia de pedir ayuda, porque a nadie que ha pasado por un trauma de estas características “puede pretender que se le pase solo”.
Más violencia, más trauma
El Capitán de la Comisaría de San Pedro de la Paz, Patricio Reyes, confirma que la familia de Andalué que los primeros días de julio sufrió un ataque de estas características ya no vive en el sector. Los antisociales vulneraron medidas de seguridad e intimidaron a la nana y mantuvieron cautivos a dos niños. Según los especialistas, el uso de violencia y de armas incrementa el trauma del robo. En este caso, complementa el Capitán Reyes, la violencia fue más verbal, ya que las víctimas no resultaron con lesiones físicas.
Daniela Silva tuvo peor suerte. Los ladrones la amarraron con cables de equipos electrónicos y de la plancha. También la amordazaron. Y pese a la tranquilidad con que se mantuvo durante el atraco, Carabineros dice que cometió un error fatal. La joven encaró a los delincuentes en vez de haber llamado de inmediato a la policía, pese a que contaba con el celular a mano. “Esa actitud temeraria podría haber tenido otras consecuencias”, explica Reyes, quien recalca lo fundamental que es mantener un equipo de comunicación cerca para poder alertar a la policía o vecinos ante un posible hecho de esta naturaleza.
“Ni siquiera yo me explico cómo reaccioné así. Simplemente creo que fue la adrenalina que me empujó a estar serena. Luego me invadió un miedo tan grande que apenas pude salir de la cama. En estos momentos me siento acompañada, porque en mi casa están todos pendientes, también viene Carabineros y ha venido harta gente a verme, incluso la prensa. Pero sé que esto en algún momento se va a acabar. Y me asusta. No sé cómo voy a enfrentarlo, pero tengo la certeza que va a disminuir”, comenta Daniela Silva. ¿Acabarse? “No. Eso nunca. Ya mi vida cambió, y esto es algo que me va a acompañar siempre. Nunca más va a ser lo mismo que antes”, resume.
Según los psicólogos, la capacidad de enfrentar el trauma mejora el pronóstico de las personas afectadas, mientras que el incremento de las conductas evasivas lo empeora. Las víctimas de robo que reciben ayuda tienden a superar los efectos negativos rápidamente, mientras que la repetida victimización los agrava. Distintos autores se han dedicado a investigar los cambios en la vida social y las conductas de las víctimas ya que existe una tendencia a tomar más precauciones, como la instalación de nuevas cerraduras, de rejas, la actitud de no salir de noche y a quedarse más en casa, a cambiar de trabajo, incluso a mudarse, como lo hizo la familia asaltada en Andalué, o a adquirir elementos de autodefensa ante la incertidumbre que pueda ocurrir otra vez.
Alerta permanente
Hace unos 40 años las empresas privadas de seguridad irrumpieron en Chile y con el tiempo han ido sumando tecnologías conforme a las necesidades de los usuarios y el nivel con que operan los delincuentes.
El servicio más solicitado siguen siendo las alarmas, con el cual se brinda un sistema de monitoreo, ya sea en viviendas o en empresas. Cada vez que la alarma se activa se genera una respuesta que implica el llamado a Carabineros y el envío de un móvil de apoyo para verificar en el lugar si se trata o no de una emergencia.
Pero también están las barreras de seguridad que obstaculizan la acción de los delincuentes. Existen varias opciones. Entre las más solicitadas están los cercos eléctricos, los sensores de movimiento infrarrojo, los circuitos cerrados de televisión y elementos que permiten detectar la llegada de un intruso, como los sensores de vidrio.
La tendencia observada en los robos de día y en lugares habitados, cuando la casa no tiene los sistemas de alarma conectados, ha hecho que muchas personas se inclinen por el uso de botones inalámbricos que se activan en forma remota desde cualquier lugar.
Ese sistema será incorporado en el condominio donde vive Daniela Silva. Ya los vecinos se pusieron de acuerdo para instalarlo y en una actitud más solidaria y coordinada, actuar juntos ante un eventual ataque.