Las elecciones regionales y municipales de octubre de 2024 en el Biobío trajeron a la luz un tema crucial: el voto obligatorio y su efecto sobre la participación electoral.
Con una tasa de participación de 87,51%, la región se destacó entre las de mayor concurrencia a las urnas en el país, siendo solo superada por Ñuble, Maule y O’Higgins.
Sin embargo, junto con este incremento, también emergió una contradicción significativa, pues a pesar de la alta participación, la tasa de votos inválidos (nulos o blancos) vino a sugerir que el sufragio obligatorio podría estar cumpliendo una función más simbólica que sustantiva, sin necesariamente reflejar que los electores estén votando de manera informada o comprometida.
El hecho de que muchos de ellos hayan optado por anular su voto o dejarlo en blanco, podría interpretarse como una señal de rechazo hacia las opciones ofrecidas por los partidos. O, también, como una forma de protesta silenciosa, una manifestación de descontento, pero sin renunciar completamente al derecho de ejercer el sufragio.
En este sentido, los votos no válidos se convierten en un recordatorio de que el electorado está cambiando y que los partidos deberán adaptarse a un nuevo panorama. Esto no solo implica lograr una mayor participación en las urnas, sino también, ofrecer propuestas que logren conectar realmente con las preocupaciones de los votantes.
El reto para los actores políticos será transformar este impulso hacia la participación en un voto realmente comprometido y reflexivo. Las alianzas estratégicas, los mensajes transversales y la capacidad de los candidatos de sintonizar con los problemas reales de la ciudadanía serán determinantes en las próximas elecciones.
En particular, la segunda vuelta para la elección de gobernador regional se presenta como una oportunidad clave. En este contexto, tanto Sergio Giacaman como Alejandro Navarro tendrán la posibilidad de ampliar sus propuestas, aclarar sus agendas y convencer a aquellos votantes que en la primera vuelta optaron por otras alternativas. Este es un momento crucial para que ambos logren superar las barreras de desconfianza y se presenten como opciones legítimas, capaces de responder a las demandas de una región cada vez más exigente.
Si no se logra una conexión auténtica con las necesidades del electorado, el voto obligatorio podría terminar siendo un mecanismo que, aunque garantice la participación, no logre satisfacer la necesidad de los ciudadanos de sentirse verdaderamente representados con el sistema político y, tampoco, con quienes llegan al poder para representarlos.