Esta es la historia de Loreto Acuña y de cómo ella y dos de sus tres hijos vivieron esta enfermedad. Fueron uno de los primeros chilenos que contrajeron el Covid-19. Un proceso donde estuvieron acompañados por su esposo y su hija menor. Aunque según dos exámenes PCR ellos no se contagiaron con el virus, igualmente todavía permanecen junto a toda la familia en estricto confinamiento.
Por Pamela Rivero.
Jueves 9 de abril. Hoy es el vigésimo noveno día de aislamiento para Loreto Acuña (42), su esposo (44) y sus hijos de 22, 16 y 14 años.
Casi un mes ha pasado desde que su hijo del “medio” se convirtió en el segundo caso positivo de coronavirus de la capital de Ñuble. Una historia de cuatro semanas de confinamiento que comenzó el día en que la familia retornó de España y durante las cuales también Loreto y su primogénita se sumaron al reporte de contagiados por Covid-19.
Fue precisamente en el vuelo de regreso a Chile donde se encendieron las alertas.
“No habían pasado dos horas de viaje cuando mi hijo de 16 años se acerca, y nos dice que se sentía mal. Tenía la frente calentita, escalofríos y se le notaban los ojos vidriosos. Con mi marido cambiamos de lugar con nuestras hijas para sentarnos junto a él. Sabíamos que la fiebre era uno de los síntomas del coronavirus. Nos dijimos: ‘aquí hay que poner ojo’. Pedimos un termómetro y ahí vino el primer ‘pero’. La azafata nos respondió que no podía facilitarnos uno, que era complejo, que iba a tener que preguntar si había un médico a bordo para abrir el botiquín de emergencia, y que necesitaba autorización para hacer eso. Yo insistí y le recordé que veníamos de un país de riesgo.
Se sumó a la conversación el jefe de cabina y nos contestó lo mismo. Nos decía que a los niños les daba fiebre y se les pasaba luego, y que para qué íbamos a causar pánico pidiendo un médico.
Nosotros insistimos en que era un tema de responsabilidad. Necesitábamos saber cuánto de fiebre tenía nuestro hijo para informarlo apenas llegáramos al aeropuerto en Santiago. No podíamos hacernos los tontos y continuar el viaje a Chillán como si nada hubiese pasado. Finalmente la azafata volvió con un termómetro que había encontrado en un estuche. Mi hijo tenía 38.1°C de temperatura axilar. Ese fue el único momento en que tuvo fiebre”.
Después de eso, la tripulación activó el protocolo de aislamiento correspondiente. “Sacaron a los pasajeros que iban en la fila de adelante y en la de atrás de nosotros, y nos pasaron mascarillas. Las usamos durante todo el viaje”.
El miércoles 11 de marzo, tras aterrizar en Santiago, los hicieron bajar del avión antes que al resto de los pasajeros. “Subimos a un bus donde estábamos solos, pensamos que era para transportarnos aparte del resto y que esa medida era parte del protocolo. Pero a los minutos llegó la gente que también venía en el vuelo. Igual seguimos todos juntos, aunque nadie se nos acercaba. Ya en el aeropuerto nos preguntaron por nuestros síntomas. Mi hijo en ese momento no tenía fiebre. Firmamos una declaración jurada y nos dijeron que podíamos continuar el viaje. Provistos de alcohol gel y de nuevo con mascarillas, arribamos a Concepción. Ahí nos esperaba mi suegro para llevarnos a Chillán”.
El primer diagnóstico
Recién habían entrado a su casa cuando recibieron una llamada telefónica desde la seremi de Salud de Ñuble. “De Santiago les habían avisado que veníamos de España y, seguramente, que habíamos advertido la fiebre de mi hijo. Nos dijeron que nos fuéramos de inmediato al hospital Herminda Martin para hacernos el examen PCR (reacción de polimerasa en cadena) que detecta el Covid-19. Nos pasaron a una sala de aislamiento y comenzaron con la entrevista clínica uno por uno para seguir con exámenes. Debemos haber estado unas seis horas adentro. Como mi hijo había tenido fiebre y la doctora le escuchó un ruidito en los pulmones, lo dejaron internado en aislamiento hasta conocer los resultados del test. Mi marido se quedó en el hospital”. Loreto y sus hijas volvieron a su casa en ambulancia: la orden que les dieron fue aislamiento total. Lo mismo le indicaron a su suegro, quien por haber estado en contacto con ellos tuvo que cumplir una cuarentena preventiva.
El viernes 13 de marzo se supo el resultado. Su hijo tenía coronavirus. Los diarios locales informaban que Chillán ya tenía un segundo caso de Covid-19. Las pruebas del resto de la familia dieron negativo.
Inmediatamente comunicaron la noticia en sus trabajos, en el colegio de los niños y a sus cercanos. “Quisimos darles tranquilidad y explicarles que estábamos en confinamiento, que no habíamos visto a nadie tras regresar del viaje. Desde la seremi nos monitoreaban casi a diario e, incluso, un día vinieron junto con los militares para asegurarse de que estábamos cumpliendo con el aislamiento”.
El confinamiento
Con su hijo ya en casa, destinaron un dormitorio y un baño solo para él. También separaron cubiertos, loza, vasos y cualquier utensilio que necesitara ocupar. Le llevaban la comida a su pieza y él luego regresaba la bandeja en la puerta. No podía salir de ahí. Cada vez que ocupaba el baño tenía que limpiarlo con cloro. Además, la casa se aseaba constantemente para bajar la carga viral. “En todo ese tiempo mi hijo siempre estuvo bien. Un poco de tos, pero nada más. La fiebre en el vuelo fue lo que nos hizo sospechar y reaccionar”.
El segundo diagnóstico
A los días vino otra alerta. Loreto cuenta que sentía un malestar parecido al que produce la influenza. “Me dolía la espalda y me costaba respirar. Recibí un llamado de una enfermera de la seremi de Salud, y ella se percató, por la forma en que yo hablaba, que estaba con una dificultad respiratoria”. Desde el otro lado del teléfono la indicación fue clara: había que hacer nuevamente el examen para descartar coronavirus. “Llegaron a nuestra casa para hacernos el test a todos”. Les dijeron que los resultaron tardarían dos días. En el intertanto, Loreto y su hija mayor perdieron totalmente el gusto y el olfato. Un amigo otorrino les envío un artículo que circulaba en Francia, donde se explicaba que la ageusia y la anosmia (pérdida del gusto y del olfato respectivamente) eran parte de la sintomatología atribuible al Covid-19.
“A mi hija esto le duró siete días y a mí, doce. Comíamos por comer, porque no sentíamos los sabores. Masticábamos y tragábamos. En mi caso era peor porque me tocaba hacer la comida, así es que por varios días cociné al ojo no más”. Llegaron los resultados y confirmaron que ambas tenían coronavirus. Una semana más tarde les informaron que su marido y su hija menor nuevamente habían dado negativo. Desde la seremi tomaron la notificación del contagio como el día uno. Y así comenzó para toda la familia un periodo de aislamiento que, en teoría, debería terminar a mediados de abril. Pero será la autoridad sanitaria quien dará las directrices.
Queda poco
En estos 29 días de aislamiento, sus familiares, amigos y vecinos han sido fundamentales: “Nos llaman desde el supermercado para saber qué nos pueden comprar, otro vecino nos regaló un cajón de tomates, otra una bandeja de huevo. Son detalles que agradecemos mucho porque estamos los cinco en cuarentena. Nadie puede salir. Dependemos de los demás para hacer compras o cualquier otro trámite”. Y agrega, “hemos tratado de tomarlo bien, pero como todo el mundo, hemos tenido días buenos y otros, malos, de mucha angustia. Sobre todo porque como fuimos los primeros, no teníamos tan claro cómo podría ser nuestra evolución. Nosotros somos todos sanos, tal vez por eso pudimos sobrellevarlo sin mayores contratiempos. El ánimo intentamos mantenerlo arriba. Vemos noticias en la noche y ya ni siquiera estamos atentos al reporte de contagiados de la mañana, como lo hacíamos hasta hace poco. Nos organizamos con otras actividades: hacer deporte, leer, los niños hacen las guías que les envían desde el colegio, pero sin estrés: avanzan en lo que pueden y como pueden porque en estos momentos las energías están focalizadas en estar bien, unidos y positivos. Estamos planificando cómo será nuestra vida cuando se nos levante el aislamiento. Hay que salir a trabajar y tenemos que cuidarnos igualmente porque aunque hayamos tenido coronavirus, no sabemos si podemos reinfectarnos”. Ya armaron un protocolo con las medidas de prevención. “Establecimos por dónde vamos a entrar a la casa, dónde se dejará la ropa que usemos en la calle, dónde se lavará. Está todo coordinado”. Tuvieron un mes donde se acostumbraron a ser organizados y disciplinados para cumplir al pie de la letra todo lo que les indicaron. “Fue nuestra manera de enfrentar a este enemigo poderoso”, dice Loreto.