Y OCCIDENTE GANÓ

/ 25 de Abril de 2014

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Por Mario Ríos Santander.

El diario Le Monde de París, conocido por su análisis político, se encarga de investigar lo que llama “el futuro real”. Es decir, las cosas como son, sin remilgos ni ataduras doctrinarias extremas. Recientemente, en ese camino, editó un estudio admirable sobre las religiones, cuyo texto, hoy en librerías, vale la pena repasar. El cúmulo de información que entrega, fuera de poner nervioso a quienes se han manifestado como “laicistas” en extremo, permite comprender más profundamente a las sociedades actuales y a aquéllas que emergen en caminos, antaño desconocidos y más que eso, improbables a la vista, un tanto superficiales de nuestros días.
Veamos. Conocida la investigación de censos, de encuestas y toda otra información posible a través de todo el mundo, concluye con una afirmación: “En el año 2050, las tres cuartas partes de la humanidad serán cristianas”. Luego, expresa que tal crecimiento tendrá liderazgos conocidos: “Serán en América Latina las denominadas Iglesias Evangélicas. En Asia, los católicos;  África, protestantes y católicos…”, destacando de esa forma la penetración cristiana a costa de otras religiones que, claramente, sufrirán bajas porcentuales importantes.
De alguna forma, el libro de Le Monde destaca la presencia mundial de la civilización occidental cristiana. Y aunque no avanza en los motivos culturales de tales hechos -sólo se limita a concluir lo observado en sus estudios- es posible afirmar que gran parte del mundo usa vestimenta occidental, su arquitectura urbana, alimentación, transporte, en fin, todo, es occidental.  Pero, ¿cómo ocurre esto? Sin duda que la suma de expresiones cristianas surgidas al interior de la sociedad norteamericana, más los afanes permanentes de investigación y búsqueda del estado de bienestar, logrado ampliamente por su propia industria, añadido a otras, como las asiáticas -que se ajustaron a la visión absoluta del hogar occidental- han hecho que el mundo termine fijando sus ojos en esta cultura que lleva impregnada, toda, el signo cristiano.
Si lo anterior es verdad, el “peligro amarillo” que nuestros padres en nuestra juventud anunciaban como “el acabo de mundo” terminó occidentalizándose a tal extremo, que hoy caminando por las calles de Shangai, Kuala-Lumpur, Seúl o la propia Phyonyang, es posible ver que su estructura urbana es tan igual a Chicago, Sao Paulo o al barrio financiero de Santiago.
Es que el cúmulo de predicadores, pastores, sacerdotes y otras denominaciones copan el diario vivir. En China, los ejecutivos de las empresas norteamericanas llegan acompañados de religiosos que alientan a vivir occidentalmente en torno a un credo acogedor, respetuoso de la persona, único responsable de su salvación. Es decir, plenamente acorde con la individualidad hoy universal. En este panorama, sólo falta condimentar el debate, con la Primavera Árabe, sin duda, una muestra más de acercarse a occidente. Sostener lo contrario es dar vuelta la espalda a una realidad.

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