Son tan recurrentes como los de los adultos y su dolor no debería causar alarma. Sin embargo, siempre conviene consultar a un especialista, pues las cefaleas no son patologías en sí mismas, sino más bien síntomas que alertan que algo no anda bien en el organismo de los niños.
Existe la creencia que los dolores de cabeza son propios de los adultos y que cuando se presentan en un niño son signos de graves enfermedades. Con ellos la idea de un tumor cerebral o de una meningitis comienza rápidamente a rondar en la mente de los padres, quienes en su mayoría desconocen que las cefaleas constituyen un fenómeno muy frecuente en la niñez.
La neuróloga infantil Mariana Peña afirma que estadísticamente antes de los siete años, aproximadamente un 40% de la población infantil ha sufrido de estos molestos dolores. “La respuesta a esto es muy simple y se debe a que las cefaleas no son enfermedades en sí, sino que síntomas que se producen a razón de una patología de base”, explica.
Pueden originarse por múltiples causas, como conflictos familiares o escolares, trastornos depresivos u ansiosos, por el consumo de ciertos alimentos, por predisposición genética, como en el caso de las jaquecas; por problemas visuales o por enfermedades infecciosas. Pero como síntoma único, los dolores de cabeza de origen tumoral son mucho menos frecuentes. Cuando así ocurre son cuadros graves que aparecen junto a una serie de otros signos que orientan claramente el diagnóstico médico.
LAS RAZONES DEL DOLOR
A los niños menores de un año también les duele la cabeza. Claro que en ellos es mucho más difícil detectarlo. Sin embargo, hay ciertos comportamientos que permiten a los padres percatarse sobre lo que les está sucediendo. Llanto, irritabilidad y cambios en el estado de conciencia son algunos indicadores. En los niños un poco mayores, pero que aún no desarrollan su lenguaje para comunicar lo que les ocurre, es común ver que se tapan los oídos, se llevan las manos a la cabeza o se golpean contra la cuna cuando sufren estas molestias.
Las cefaleas pueden ser agudas o crónicas. También se diferencian de acuerdo a las estructuras que causan el dolor. La típica molestia en el cerebro o en la nuca -que afecta a grandes y chicos- no es otra cosa que una cefalea tensional ocasionada por la contracción de las estructuras que rodean al cerebro.
Si son de causa inflamatoria y se acompañan de otros síntomas, como por ejemplo fiebre, se clasifica dentro de un cuadro infeccioso que pudo haber sido gatillado por una otitis, sinusitis, amigdalitis u otra patología.
Luego están las jaquecas o migrañas producidas por la dilatación o contracción de los vasos sanguíneos, las que se manifiestan como dolores pulsátiles en la parte frontal de la cabeza. Son intensas y a veces están antecedidos por visión borrosa.
PROBLEMAS QUE ENFERMAN
Las cefaleas más comunes en la niñez son las tensionales, seguidas de las tensovasculares, que son una asociación de jaqueca y cefalea tensional. “Hay casos en que no se puede excluir una de otra. Así como una persona puede tener pie plano y además padecer escoliosis, también puede sufrir jaquecas y dolores de cabeza por tensión”, aclara Mariana Peña.
Las discusiones de los padres, los problemas en el colegio o las dificultades para relacionarse con sus pares son algunos de los motivos que pueden causar una cefalea tensional en un niño. Esto ocurre porque los menores suelen somatizar este tipo de problemas, pero no conocen muchas formas de hacerlo, como sí ocurre con los adultos. Por eso es que si necesitan llamar la atención lo harán a través de dolores de cabeza o de estómago, que son los síntomas que su cuerpo reconoce. De allí que más que buscar un tratamiento para el síntoma, se debe encontrar la causa que está causando tensión en los niños. La psicoterapia puede servir de mucha ayuda para manejar estos factores estresores.
UNA MOLESTA HERENCIA
A diferencia de la anterior, las jaquecas pueden aparecer más temprano. “He conocido casos de niños de 3 años que ya padecen de migrañas, pero en ellos suele haber un antecedente familiar de jaqueca”, sostiene Peña. Esta predisposición se gatilla con diversos factores ambientales que van desde el consumo de ciertos alimentos hasta la exposición al sol, al calor, a los ambientes cerrados o a situaciones estresantes. “Está descrito que alguno alimentos como el chocolate, el queso, la cafeína o el vino añejo pueden ser desencadenantes de jaquecas, pero esto no significa que le persona deberá dejar de consumirlos. Antes debe procurar conocer cuál es el verdadero origen de la dolencia”.
EL MIEDO A UN TUMOR
Las cefaleas son la segunda causa de consulta de los neurólogos infantiles. Los padres acuden a los especialistas para descartar cualquier trastorno grave, pues el fantasma de un tumor cerebral es lo que más atemoriza. “Existen clínicas de referencia que se dedican al estudio de la cefalea y si reciben 100 pacientes porque se está pensando que pudiera haber un cuadro de base orgánico, sólo el 1% viene a corresponder a un tumor, el resto responde a cualquier otra patología de base”, aclara Mariana Peña.
Sostiene que en los casos de cefaleas de origen tumoral, generalmente hay alteraciones endocrinológicas u oftalmológicas (desviaciones del ojo, mirada borrosa o vista doble) que van asociadas al dolor. Suelen ir aumentando en el tiempo en intensidad y frecuencia y se acompañan de otras manifestaciones como vómitos o tortícolis que hacen que los niños se despierten de dolor en la mitad de la noche. En estos casos la consulta a un especialista no puede esperar.
Si la molestia no es tan severa y es más aislada hay que tener calma y recurrir al pediatra de cabecera quien descartará otras situaciones. Los tratamientos pasan primero por hacer una rigurosa historia clínica para descubrir los gatillantes y así evitar que los menores se expongan a ellos. En esto también pueden ayudar los padres llevando un claro registro que consignen las rutinas de sus hijos durante los días previos a los episodios de cefaleas.
Como en todas las patologías la automedicación está descartada, sobre todo porque las cefaleas son parte de una sintomatología que esconde una enfermedad que debe ser detectada y luego tratada por especialistas.