Alejandro Sieveking, dramaturgo, director y actor: “Víctor Jara fue el mejor director de toda una generación”

/ 18 de Julio de 2007

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Considerado uno de los creadores teatrales más importantes del país, su trayectoria es un fiel testimonio de la época de oro del teatro universitario, y referente de históricas compañías como el Ictus, el Teatro del Angel y el Teatro Itinerante. Su vigencia se mantiene hasta nuestros días: una de sus obras más emblemáticas, “La Remolienda”, dará inicio el 23 de julio en Concepción a la “Caminata Teatral 2007”, además del  próximo estreno de su versión cinematográfica.

Todo en el departamento que comparten Alejandro Sieveking y su esposa Bélgica Castro recuerda a una antigua clase media ilustrada e hija de tiempos republicanos. Desde su ubicación, en pleno barrio Santa Lucía, a los recuerdos elegantes, pero sobrios que allí abundan: bibliotecas, cuadros y colecciones de objetos religiosos (no obstante Sieveking se define como categóricamente ateo). Aunque su aspecto intelectual lo asemeja  a una especie de Arthur Miller chileno, su sencillez facilita una rápida empatía.
Autor de clásicas obras como “Animas de día claro” (1962), “Tres tristes tigres” (1967) y “La mantis religiosa”(1970), entre otras, Sieveking se mantiene en plena actividad por estos días como actor en el montaje “El último encuentro”, donde trabaja junto a su esposa y a Héctor Noguera.
Luego remontará “Home” de David Storey, (una obra que también conoció el éxito hace seis años nuevamente con su amigo y colega Tito Noguera y la actriz Delfina Guzmán) para seguir, a continuación, con la gira de “Cabeza de Ovni”, de Manuela Oyarzún. Esta obra, apoyada por el FONDART,  refleja experiencias y perspectivas sobre la soledad y la muerte. Con ella realizará una gira sureña de siete presentaciones, que incluirán las ciudades natales de Sievekeing y su esposa: Rengo, Talcahuano y Concepción.
El itinerario continua durante enero, con las reposiciones de “El último encuentro” para la próxima versión del Teatro a Mil, siguiendo “Home” y  nuevamente el “El último encuentro” para el primer semestre de 2008. “O sea que…quizás en esta misma fecha ya estaríamos descansando”, concluye Sieveking, entre risas. “Ves tú, para qué pensar en producir una obra, en qué momento”. No quiere más guerra, aunque desde 2005 tiene una nueva obra escrita a la espera de ver la luz titulada “La fiesta terminó”. Y también guarda las expectativas para diversos proyectos cinematográficos  entre ellos, el estreno, el 30 de agosto, de “Casa de Remolienda”. Esta versión cinematográfica de su obra  contará con un elenco notable, conformado por Tamara Acosta, Alfredo Castro, Amparo Noguera y Paulina García.
-Ud. elogió a las actrices Blanca Mayol (Doña Rebeca) y Diana Sanz (Mamá Nicolasa), integrantes del actual elenco de La Remolienda.  Destacó que eran divertidas y tristes a la vez, como justamente tenía que ser la obra, de “una tristeza no visible…” ¿Por qué busca ese ánimo en sus creaciones?
-Yo supe que la Elena Muñoz, que es una actriz que también es directora y autora, había hecho con los alumnos de La Católica “La Remolienda” e hizo la escena de Doña Rebeca triste. Y cuando la hicieron en Estocolmo, a cargo de un grupo de chilenos, argentinos, paraguayos, uruguayos, en fin, una mezcolanza de gente, me invitaron. Y ellos también hacían la escena de Doña Rebeca con el ñatito triste. Y funciona. Me empecé a preguntar por qué funciona bien. Y me di cuenta de algo: mis padres se separaron cuando yo tenía ocho años. Y yo siempre deseé que se volvieran a juntar. En la obra los junté… (mira seriamente). Pienso que esa fue una escena autobiográfica fantasiosa, en que yo trataba de solucionar una parte no resuelta de mi vida. Y al mismo tiempo, trataba de solucionar una parte argumental de la obra, ya que es necesario -para que la Nicolasa se quede sola- que se arreglen estos dos.
-¿Participó en la adaptación cinematográfica de “La Remolienda”?
-No, nada de nada. Yo sólo tuve una experiencia anterior en cine que fue la de trabajar con Raúl Ruiz en los “Tres tristes tigres” (1968) y resulta que coincidió con que la Universidad de California invitó al Instituto del Teatro que era el que trabaja en La Remolienda a que hiciera un viaje por todos las ciudades donde tuvieran sedes. Nos invitaron y yo dije “Nueva York…no la conozco” entonces fui con ellos y decidí que Raúl se las arreglara solito.
Ahora, la película no es La Remolienda, está basada en. No es lo mismo, porque es otro género. Yo no participé mucho, solamente me pasaron el primero libreto que tenía demasiados problemas, yo les dije que cambiaran algunas cosas. No sé si lo cambiaron todo, porque ya el segundo libreto no pude leerlo. Estaba a punto de estrenar “Cabeza de Ovni” y estaba en otra.
LOS EFECTOS DEL GOLPE
Las obras de Sieveking han sido frecuentemente acuñadas en la categoría del realismo en sus diversas etapas (folklórico o criollista, realismo social o crítico e incluso poético). Lo cierto es que para él cada uno de ellas representa una visión determinada y un recuerdo de etapas marcadas de forma grata y también a fuego en su memoria: cuando era estudiante del Instituto de Teatro de la  Chile a fines de los 50 y con Bélgica Castro trabajaba en cuentos para niños dirigidos a los hijos de los actores del Teatro Antonio Varas; los años 60, cuando trabajó junto a su esposa, Víctor Jara, y el actor Luis Barahona en teatros universitarios, y los once años de exilio en Costa Rica, donde confiesa que, para olvidar el dolor y sobrevivir “se emborracharon trabajando” preocupándose de todos los detalles -desde la dirección, el vestuario y las relaciones públicas- en cuatro o más montajes al año.
-En los “Tres tristes tigres” se transmite un tópico más o menos recurrente en su obra, que es una crítica un poco ácida a la clase media chilena ¿Considera que esos problemas de arribismo aún permanecen?
-No, yo creo que está peor ahora. No solamente no ha disminuido, sino que ha empeorado, porque ahora todos los chilenos son unos arribistas y de cualquier clase. La clase alta chilena también es arribista. En fin, creo que se ha perdido nobleza, porque había sectores como el popular y el de la clase alta que -siendo muy distintos- tenían cierta dignidad que yo creo que han perdido. Tanto los de la clase baja -porque no tienen ninguna ideología, sino que por una ajustada reivindicación económica que encuentro toda la razón, pero no tienen ninguna ideología,  y la clase alta para qué decir, son avaros por tradición y ahora se han puesto más. Hay un humorista español que decía que nadie podía amasar una fortuna sin hacer harina a los demás (ríe). Lo cual es muy exacto.
-En “La Mantis religiosa” también se lee una crítica a la idiosincracia de la clase media nacional: tres hermanas culpan a una cuarta que vive encerrada en una pieza de la muerte de sus respectivos novios, los que habían sido asesinados por ellas. Eso de esconder las cosas es bastante criollo, está el mito del imbunche.
-Claro, hay una novela que se llama “El loco Estero”, que trata de un loco que tienen escondido en una pieza y que de repente se les escapa. Pero en “La Mantis religiosa” son varias las cosas que van mezcladas. Esa historia también tiene que ver con el juicio de Paris cuando a las diosas les dan una manzana de oro, y les dicen que se la entregarán a la más hermosa. Y una es Afrodita, que es la diosa del amor, que es sexy; la otra es Hera, que es la diosa del hogar; y la otra es Atenea -Minerva de los romanos- diosa de la inteligencia. Pierden las tres.
También es producto de la época, en que cualquier persona que tenía una preocupación por el pueblo la mataban. La burguesía tiene básicamente el problema de no entender o de no querer entender, ciertas cosas que le son incómodas. Esa característica es la que está más fuerte en La Mantis ¿Ella es tan deforme como dicen ellas o es distinta nomás?
-Ud. escribió en el exilio “Pequeños animales muertos”,  que en 1974 obtuvo el “Premio Casa de las Américas” ¿Sintió ahí la tentación de hacer una obra más política, más de ataque a lo que sentía en aquel momento?
-Sencillamente salimos disparados por toda esta cosa  y en el fondo estábamos muy shockeados por la muerte de Víctor. La obra recrea los últimos días antes del Golpe. Todo está tratado de forma misteriosa y tratando de sugerir: el abuelo de la protagonista, casado con una mujer de la clase alta, que es un poco lo que le pasó a Allende. Después uno trata de hacer un personaje; la analogía, si es que resulta, la tiene que ver el espectador. Hay una adivina, que es un elemento fantástico, que es capaz de ver quién va a morir. O sea, es sobre el problema que yo tenía con el pasado antes del Golpe, los días previos, y lo que iba a pasar después.
EL GUSTO REFINADO DE VICTOR JARA
-Víctor Jara es un ícono de la canción popular y de una época, de una forma de comprometerse. Pero también fue un hombre de teatro (dirigió “La Remolienda” y “Animas de día claro”, entre otras) Ud. además escribió textos para su disco “La Población” ¿Qué faceta no conocida resaltaría de él?

-Era muy simpático, muy divertido. Hacía que los ensayos fueran muy agradables. A mí me hacía bromas permanentemente por teléfono, con voz diferente me decía aló, hablo de un grupo de teatro aficionado que tenemos aquí en Correos de Chile. Queríamos preguntarle si podíamos hacer “La Remolienda” (justo cuando le había dado permiso al Teatro Nacional, yo no puedo dar permiso a dos compañías).Entonces, yo empezaba a dar disculpas y salía con yaaa, si soy yo, tonto (risas). Me la hizo como tres veces. Además, era muy pretencioso. Le encantaba vestirse bien. Yo de repente llegaba de Londres en la época de los 60 con unas camisas muy sicodélicas, medio transparentes, con flores… me las venía a pedir porque tenía un concierto (risas). El se vestía muy bien, era muy refinado, a pesar de que tuvo una formación con muchos problemas económicos al comienzo. De hecho en la escuela a ellos les daban unos tarros de leche en polvo o de queso, y de repente no comían nada más que eso, no tenían ni plata pa’ cigarrillos, nada de nada. Pero cuando entró a la escuela ya tenía una sensibilidad extraordinaria para darse cuenta de qué era lo bueno y lo malo; había cantado en el coro de la Chile, había trabajado con Noisvander en los mimos. Y resultó que como director, no fue bueno no más, sino que fue excelente, era el mejor, pero lejos, de toda una generación de directores.
-¿Qué condiciones debe tener un buen director, que sí tenía Víctor Jara?
-El entendía de qué se trataba la obra, esencialmente. Trataba muy bien a los actores, les hacía hacer lo que él pensaba que ayudaba a que la obra se entendiera. Y eso, sin una presión. Además tenía un criterio muy preciso, muy determinado, dialogaba mucho. En general no estabas en desacuerdo con él, porque tenía mucho sentido común, algo muy importante en el teatro.

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