Recuerdo que en una de las tantas elecciones de concejales en este país encontré un lienzo, en la salida sur de Santiago, con el nombre y partido político de algunos candidatos. Por cierto, no conocía a ninguno de ellos. También hallé un nombre único, exclusivo y excluyente: Luxem Burgos. Tenía una impronta singular. Uno más de los desconocidos de siempre aspirando a constituirse en autoridad.
Estamos viviendo una nueva época eleccionaria en que, otra vez, la mayoría de los aspirantes es desconocida para la opinión pública nacional. Seguramente deben ser personas que en la ecuación psicosocial “temperamento-carácter-personalidad” suman puntos, porque sin vidas dedicadas al mundo político son capaces de inscribirse y participar en una actividad de la mayor importancia.
Todo esto en medio de un Chile que progresivamente se aleja de los políticos. Sabido es que en todas las encuestas, este universo se ubica al final del tramo. En otras palabras, el desprestigio de la actividad es tal que hace mucho rato los mejores han ido abandonando el barco que hoy se encuentra a merced de las fuerzas vivas de la mediocridad.
He tenido la suerte de enseñar en distintas universidades del país. En ellas he sido privilegiado por el conocimiento y aprecio hacia cada uno de mis alumnos, los que en todo caso se encontrarían en el segmento de los mejores.
El caso es que las personas serias, responsables, buenas o excelentes en su calidad estudiantil o de oficio no se interesan por participar de este mundo eleccionario que refleja un estado crítico en el sentido más negativo de la palabra.
Un claro paradigma de lo hasta aquí dicho lo dibujan las cifras macro y micro económicas que nos rodean. ¡Es que como lo anticipara el cientista político, Maurice Duverger, sobre que hay una distancia sideral entre el ciudadano y el hombre real y situado! Así, mientras el ciudadano brota y es requerido cada cierto número de años, el hombre real y situado es aquel que todos los días debe mantener una familia. De manera que este último vive de cara a la realidad, no teniendo el tiempo para dedicarse a la política. Necesitamos entonces para el mejor desarrollo de nuestra nación a hombres y mujeres lejos de la demagogia de los hechos y muy cerca del realismo que a toda hora nos representan los mismos.
No estoy tras los políticos que se entretienen con lo que ellos denominan -otra vez- “la política”. Estaría con aquellos que son capaces de ir dando cobertura a las necesidades imperiosas y desigualdades que tanto daño causan.
Resulta vergonzoso referirse a la historia reciente por la que han transitado unos y otros políticos profesionales. A mí, denme a don Pedro, anciano hombre de campo que mirando el horizonte de su querido terruño, apuntando hacia una hilera de bosques de distinto tipo me preguntaba con ladina ironía: “Oiga, don Marcelo, y ¿qué le parece esto? Antes era trigo y avena. Hoy son prácticamente en su totalidad árboles. ¿Iremos a comer madera en el futuro?”. ¡Sabio bisabuelo! Tan sabio que jamás fue político, candidato ni “apitutado”.