Chaitén en la hora del espanto

/ 19 de Mayo de 2008

Algo más que una gruesa capa de ceniza volcánica cubre a la capital de Palena. La historia de una de las erupciones volcánicas más traumáticas de las que se tenga registro en Chile, que ha puesto en el mapa a un pueblo que se juega su destino en sus horas más amargas.
En Chaitén, los “antiguos” solían mirar con recelo a las montañas. En un pueblo donde la inmensa mayoría de su población  llegó durante los últimos 20 años desde otras ciudades, los habitantes históricos de la provincia de Palena hace décadas sabían que en estas tierras a la muerte siempre había que mirarla hacia arriba.
Habituados a accidentes aéreos, arrieros perdidos y rebaños masacrados por “leones”, los ancianos del pueblo siempre guardaron respeto por el monte. Por eso en este mayo fatal, a 3 años exactos de Antuco – la otra gran tragedia escenificada en las montañas – muchos de ellos fijaron su vista en los cerros para encontrar una explicación a los temblores y ruidos que, por semanas, se habían sentido en el pueblo.
“Nadie nos creyó”, se queja amargamente don Pedro, uno de aquellos que no dejó la zona hasta que fue sacado casi por la fuerza desde su casa, ubicada en el camino a Puerto Cárdenas. “Si todos sabíamos que el suelo se movía por los volcanes”, agrega con impotencia. Es que costaba creer que el destino se ensañaría de tal forma con los chaiteninos. Cómo imaginarse que al aislamiento y al olvido habitual con los que ya estaban acostumbrados a convivir, se sumaría ésta, una de las erupciones volcánicas más violentas de los últimos años, que pondría en el mapa mundial al hasta entonces pequeño y desconocido volcán Chaitén.

Algo huele mal

La madrugada del viernes 2 de mayo, el Chaitén dijo basta. Soltó una inmensa nube de gases y cenizas, atrayendo a autoridades y periodistas que raramente se dejaban ver por Palena, pues llegar a Chaitén nunca ha sido fácil. Antes, cuando no existía ni la Carretera Austral, ni el camino que los conectara con Futaleufú y Argentina, los pocos habitantes del pueblo debían cruzar ríos, lagos o el mar interior de Chiloé para comunicarse con otros centros poblados. Y ahora, en pleno siglo XXI, tampoco han podido conectarse por tierra con Puerto Montt, postergados por una amarga disputa entre el gobierno y grupos ecologistas que alargaron la decisión respecto a qué ruta elegir para unir definitivamente la Patagonia con el resto del país.
Una polémica que cobró vigencia luego de aquella noche de espanto, cuando los casi 5 mil chaiteninos no sabían si quedarse o escapar, porque el único camino disponible (hacia el sur este) se encontraba tapado por la ceniza volcánica.
En los días sucesivos, el surrealismo se apoderó del pueblo. Perros abandonados vagando por las calles con rostros desfigurados por el hambre, locutores como Bernardo Riquelme,  aferrados al micrófono en una suerte de último acto heroico; periodistas despachando con un ojo en la cámara y el otro puesto atento a sus espaldas. Porque quienes se quedaron se transformaron, sin quererlo, prácticamente en apostadores. La amenaza del volcán versus la recompensa de un trabajo bien hecho o, en el caso de los pobladores, la esperanza de cuidar hasta el final sus pertenencias.
“Cómo nos vamos a ir si no han partido todos los malulos”, razonaba la única mujer que mantuvo abierto un pequeño negocio una vez que la gran mayoría del pueblo fue evacuado por personal de las Fuerzas Armadas. De nada le servía haber visto partir esposados a los 6 presos de la cárcel local, quienes, con resignación, subieron a las barcazas en medio de las miradas indiferentes del resto de los que partían. “Aquí nos conocemos todos y por eso sabemos que algunos malos quedan todavía dando vuelta por ahí”.
Pero más allá de las sospechas y de la captura de un único saqueador que intentó robarse un computador personal, la situación en Chaitén ya no daba para apuestas. En medio de uno de los operativos de rescate y evacuación civil más impresionante registrado en Chile – con una prolijidad y rapidez fuera de lo acostumbrado – todo se fue tornando cada vez más gris, como si ese hongo gigante de cenizas que incluso llegó hasta Buenos Aires, cubriera también los sueños de un grupo de personas que, con mucho orgullo, siempre habían enarbolado las banderas de colonos y pioneros en tierras patagónicas.
“Llevamos casi 70 años viviendo aquí, y le hemos ganado a todo, al abandono, al desinterés de las autoridades, a las enfermedades, al frío y a la lluvia. Por eso nos duele tanto dejar esta tierra sin tener idea si cuando todo termine podremos verla como la dejamos”. Y es que para el matrimonio de ancianos que se sube en uno de los últimos viajes del Colono a Puerto Montt, puede que ésta haya sido su última aventura.

Corre que te alcanzo

A medida que pasan los días, el volcán sigue jugando caprichosamente con el pueblo. Ni siquiera la lluvia y el viento que invaden buena parte de los cielos de Chaitén durante el año, habían sido tan violentos con las amplias calles y los techos de lata hoy cubiertos de un irrespirable polvo blanco. Son las horas cruciales de una comunidad que, a la distancia, no puede sino observar cómo todo su mundo se viene abajo con una sola plumada.
Un drama anunciado por aquellos más antiguos, que siempre desconfiaron de la tranquilidad de los cerros, esos que parecían cuidar al encajonado valle de la ciudad que ahora sólo respira cenizas, azufre y desesperanza.

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