En días aciagos para las mejores expresiones éticas a nivel mundial se ha producido el “efecto Chapecoense”, tanto así que el fútbol hizo realidad dejar en manos de este pequeño y modesto equipo la Copa Sudamericana y, de paso, otorgar el premio Centenario Conmebol al Fair Play al Club Atlético Nacional de Medellín que en carta oficial comunicaba su decisión y ruego de hacer entrega del título de la Sudamericana a la Asociación Chapecoense “como laurel honorífico”.
Ello, como homenaje póstumo tras el infausto accidente conocido y lamentado por el mundo entero. Además, solicitó que todas las prerrogativas tanto deportivas como económicas quedaran a favor del malogrado club. Una grandísima lección de ética deportiva. Una clase magistral de humanidad que tanta falta nos hace por estos días. Desde esta orilla del Bío Bío y faldas del Caracol no podemos sino felicitarnos de todas las formas y maneras por este hecho que a través del fútbol ha dado la más grande y bella lección de grandeza, trascendiendo la inconmensurable tragedia.
Guardando las proporciones, trátese del sino de los clubes pequeños, sobre todo los conocidos como amateurs por nuestras tierras. Sí, esos de barrio, en que sus dirigentes se meten la mano al bolsillo para subsistir. Esos en que el más alto honor consiste en que abuelos, hijos y nietos hayan vestido la camiseta del mismo club. Hoy todavía vemos a la vera de los caminos jugando el fútbol barrial o vecinal que observamos de la primera hora matinal hasta las más altas hora del atardecer noche, a una y otras series de equipos de fin de semana en fin de semana, de cara al cielo, con lluvias o con sol, con viento o con frío.
Es el más bello espíritu de aquellos clubes dueños del efecto Chapecoense en su más rústica y admirable expresión. Así, los grandes estadios vacíos y las canchas de barrio llenas. Horrorosa contradicción chilena.
Sí, el Chapecoense ya era un club de fútbol profesional, pequeño por convicción y doctrina, que resultó tan grande como usted lo ha visto por estos días amargos a la vez que infinitamente admirable.
Los criminólogos en general y victimólogos en particular admitimos en unas y otras clasificaciones y taxonomías a distintos tipos de víctimas, desde las culpables a las inocentes. En aquel avión siniestrado sólo iban víctimas admirables. Ellos descansan en la intimidad de nuestros espíritus y en la plenitud de un dar de sí sin pensar jamás en sí, cabales deportistas.