Columna de Andrés Medina: La hazaña antártica del Piloto Pardo

/ 28 de Agosto de 2021
Andrés Medina Aravena. Profesor UCSC.

Escuelas, un instituto profesional, un buque de la Armada, un grupo de islas en el mar subantártico y hasta un cordón de montes en otra isla llevan su nombre, aun cuando la mayor parte de los chilenos no sabe quién fue Luis Alberto Pardo Villalón, el “Piloto Pardo”.

Nació en 1882, y desde pequeño mostró una abierta inclinación por el mar, la que concretó a los 18 años, cuando ingresó a estudiar para oficial de la marina mercante, para luego (1906) incorporarse a la Armada de Chile.

Tras diversas destinaciones que le otorgaron gran experiencia marinera, en 1912 fue nombrado comandante del buque escampavía Yáñez, con base en Punta Arenas, con la misión de apoyar a los buques que navegaran en la zona del estrecho de Magallanes y del mar de Drake. Gracias a esa labor alcanzó un profundo conocimiento de la geografía y de las difíciles condiciones de navegación en las peligrosas aguas australes.

En eso estaba cuando supo que buscaban voluntarios para una arriesgada misión: rescatar a 22 marinos británicos que se encontraban varados en precarias condiciones de alimento y de abrigo en Isla Elefante, distante a más de 1.200 kilómetros de Punta Arenas.

Eran los tripulantes de la fragata Endurance, a cargo del célebre explorador sir Ernest Shackleton, que el 1° de agosto de 1914 (coincidiendo con la entrada de Reino Unido a la Primera Guerra Mundial) salieron de Inglaterra con la idea de cruzar el Polo Sur. Desgraciadamente, la fatalidad marcó la aventura, y en enero de 1915 su nave quedó atrapada por las placas de hielo subantárticas, que la comprimieron hasta hundirla 10 meses después.

Se trataba de una de las múltiples expediciones que marcaron el inicio del siglo XX, desarrolladas principalmente por europeos que buscaban descubrir los secretos que aún mantenían las desconocidas tierras en las más lejanas latitudes, entre ellas la Antártica. La travesía de Shackleton, financiada por la corona británica, llevaba el pomposo nombre de Expedición Transantártica Imperial.

Tras el hundimiento de su barco, habiendo pasado el verano sobre el hielo y viendo próximo nuevamente el rigor invernal, los tripulantes del Endurance decidieron subir a los 3 botes que les quedaban y navegar hasta alguna isla. Fue así que llegaron hasta Isla Elefante, donde a sabiendas de que el futuro allí no sería auspicioso, Shackleton y 5 hombres volvieron a zarpar para intentar llegar hasta donde pudieran pedir ayuda para sus compañeros.

Tras tres intentos fallidos de rescate, obstaculizados por verdaderos muros de hielo y por el tempestuoso mar de Drake, cementerio de naves desde la colonia, en agosto de 1916 el explorador acudió a la Armada de Chile.

Es entonces que hace su aparición como voluntario para tan épico rescate el Piloto Pardo, quien -junto a una valiente tripulación escogida para la misión- se embarcó en el escampavía Yelcho, un navío pequeño, sin calefacción ni sistema de comunicación, y sin el necesario doble fondo, indispensable para evitar una rápida inundación en caso de rotura del casco por los hielos. Pardo tampoco contaba con cartas de navegación actualizadas. Lo único que tenía era un buen plan de rescate, una tripulación comprometida, experiencia en travesías por esas frías aguas y un sentido del deber a toda prueba.

Así lo demuestra la carta que le escribió a su padre antes de zarpar: “La tarea es grande, pero nada me da miedo: soy chileno. Dos consideraciones me hacen hacer frente a estos peligros: salvar a los exploradores, y dar gloria a Chile (…) Si fallo y muero, usted tendrá que cuidar a mi Laura y a mis hijos, que quedarán sin sostén ninguno, a no ser por el suyo. Si tengo éxito, habré cumplido mi deber humanitario como marino y como chileno. Cuando lea esta carta, su hijo estará muerto o habrá vuelto a Punta Arenas con los náufragos. No volveré solo”.

Después de cinco días de hábil navegación llegaron a Isla Elefante, desde donde rescataron a los 22 ingleses, y tras un complicado regreso, por la tradicional bravura del mar en pleno invierno austral, el 30 de agosto la Yelcho volvió a Punta Arenas, cuyos habitantes salieron a ovacionar a la valiente tripulación que había logrado lo que otros no habían podido.

En la misma nave, los expedicionarios fueron llevados hasta Valparaíso, donde nuevamente Pardo y su dotación fueron objeto de merecidos homenajes de la Armada, de organizaciones sociales y de toda la comunidad, y su hazaña fue titular en periódicos chilenos e ingleses. Hasta la corona británica habría querido reconocer la valentía del Piloto Pardo enviándole un cheque por 25 mil libras esterlinas, las que él rechazó diciendo que “solo había cumplido con su deber”.

Más allá de una misión humanitaria, ese rescate resultó ser de suma trascendencia, pues se convirtió en la primera misión oficial de Chile en la Antártica, proyectando un antecedente geopolítico y señalando el camino para los chilenos que hoy marcan presencia allí.

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