Columna de Vicente Aliste: El impacto emocional del desempleo

/ 16 de Septiembre de 2021
Dr. Vicente Aliste Araneda. Psiquiatra. Jefe Unidad Salud Mental y Psiquiatría, Hospital Las Higueras.

La pandemia de Covid-19 no solo generó una crisis a nivel sanitario, sino que también tuvo un negativo impacto en la economía mundial, afectando fuertemente el ámbito laboral y provocando -según un estudio de la Organización Internacional del Trabajo- la pérdida de más de 114 millones de empleos. De ellos, 41 millones corresponden a Latinoamérica.

En Chile, en tanto, la tasa de desempleo alcanzó en 2020 la cifra más alta de la última década y, de hecho, se estima que -a la fecha- aún no se logra la recuperación de al menos un millón de esos puestos de trabajo perdidos. 

Sin embargo, con todo lo grave que puede ser la pérdida de la autonomía financiera, el verse imposibilitado de satisfacer las necesidades familiares o de cumplir con los compromisos económicos también afecta fuertemente otras dimensiones de la persona. 

Desde una perspectiva psicosocial, el trabajo posibilita y valida la vinculación y pertenencia de un individuo en un entorno social, reforzando su capacidad de integración y de conformación de redes, a la vez que le permite construir y consolidar un rol dentro de la sociedad. El trabajo brinda seguridad, sentido de autorrealización y de reconocimiento del entorno. Nos hace sentirnos valiosos como personas y nos refuerza una autoimagen plena de dignidad, y de sentido de referencia y pertenencia.

Tras decir esto, es fácil comprender el fuerte impacto anímico que genera en la persona el no tener trabajo, situación que -desde un punto de vista emocional- constituye un tipo de duelo que afecta dimensiones esenciales del ser humano, como la autoimagen, la autoestima y la dignidad. 

Estar desempleado es una situación altamente estresante, que puede afectar la salud mental del individuo, desestabilizar su equilibrio personal y causar problemas en su entorno. Conlleva una sensación de desprotección, unida a una percepción de fracaso en la relación con la sociedad y de cuestionamiento de su rol dentro del grupo familiar.

A medida que se prolonga el tiempo sin conseguir empleo, la persona puede atravesar distintas etapas: cuestionarse por qué le pasó, intentar negar sus emociones de miedo y angustia ante el futuro incierto; sentir que perdió su identidad y ascendencia social; comenzar a dudar de sus capacidades y, finalmente, sentir impotencia y desesperanza si -a pesar de buscar- no surgen nuevas opciones laborales. 

Es en ese momento que pueden originarse crisis de angustia, o cuadros de depresión y ansiedad, o agravarse síntomas como insomnio, irritabilidad, bajo estado anímico y fragilidad emotiva, o incrementarse el consumo de alcohol y de otras drogas.

A lo largo de este difícil proceso, el rol de la familia y de los amigos es clave. Será su acompañamiento e irrestricto apoyo la mejor protección para evitar el escalamiento de los síntomas descritos o la aparición de cuadros más serios. 

Entonces, aun cuando evidentemente se trata de un momento complejo para todos, pues cuando el padre o la madre se quedan sin trabajo se afecta toda la estructura familiar, es imperativo intentar mantener un buen clima en el hogar, de modo que las tensas relaciones no pasen a ser un problema más.  

Los miembros de la familia deben ser comprensivos, entender la frustración y tristeza que siente quien ha perdido su empleo, y empatizar con su situación. Deben entregarle un trato digno, y jamás menoscabar su autoestima o culpabilizarlo por haber quedado sin trabajo. Al contrario, la tarea será motivarlo a no darse por vencido y a seguir buscando nuevas oportunidades laborales.

En este punto es importante aclarar que se le debe animar a buscar empleo, no presionarlo para que lo haga. Hay que darle esperanzas e intentar estimular su confianza en sus habilidades, experiencia y conocimientos, pero con mucho tacto, pues sentirse atosigado o regañado por no buscar trabajo las 24 horas del día solo aumentará su estado de estrés.

Sobre todo, hay que estar atento. Es normal que quien pierde su empleo al principio se muestre abatido, malhumorado o sin ánimo, pero si la conducta retraída o irritable se prolonga por más de tres semanas, y no parece que la persona esté saliendo de la situación, será momento de buscar ayuda profesional inmediata.

Sin embargo, el apoyo y respaldo incondicional de la familia suele ser suficiente para que la persona se reponga de su abatimiento inicial y rápidamente esté en condiciones de salir nuevamente a buscar trabajo. Solo debemos recordarle que estamos ahí para él o ella, permitirle hablar de lo que siente, y-aunque parezca obvio desde afuera- demostrarle que el respeto y amor que sentimos por él no ha cambiado ni disminuido por esta situación que, de seguro, será momentánea. 

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