Consumimos siempre, en todo momento y contexto. Y con esta expresión no nos estamos circunscribiendo a la compra, pues ésta es sólo la parte visible del consumo.
Consumimos relaciones, comida, vestuario, una caminata, un descanso, es decir, todo aquello que vamos incorporando a nuestra vida y que modifica nuestra condición, ya sea estética, de salud, social o de ánimo, entre otras.
Sin embargo, en este espacio intervienen una multiplicidad de factores que muchas veces no nos permiten deleitarnos ni siquiera con momentos simples. Con esto me refiero específicamente a la culpa, esa emoción que nos inhibe y paraliza, convirtiéndose en una especie de impuesto al disfrute de aquello que nos gusta o que necesitamos. Sentimos culpa de “consumir” una siesta y de descansar, aunque sea un breve momento, porque dejaremos a nuestros niños sin atención durante un tiempo, lo que nos hace sentir malos padres.
La culpa puede llevarnos a cuestionar nuestras decisiones, a inventar excusas que justifiquen con otros y con uno mismo la acción de adquirir un producto o servicio “culposo”, y terminamos buscando coartadas que acompañen un relato que haga sentido o que tranquilice nuestras conciencias. “Es que estaban baratos”, “es que el anterior me quedaba grande”, “es que estaba demasiado cansado”… es que, es que. Todo asociado a la culpa.
Toda compra que tenga como mal aliada a la culpa, obliga a quien adquiere algo a justificar y a negar el goce y disfrute responsable.
Recuerde todo aquello que se ha privado de comprar o que, por “culpa de la culpa”, dejó de disfrutar. Y no se limite a artículos necesariamente de alto precio, sino que, por ejemplo, piense en un trozo de torta que por tener muchas calorías dejó de lado o comió sin disfrutar, o en esa blusa que no se autoregaló porque quizá le dirían algo en casa.
Ojo, la invitación no es a un consumo desbocado, sino a un disfrute libre de culpa, pero responsable, y aquí los valores familiares y enseñanza de base construyen los límites que se incorporan al ADN de las personas y a su comportamiento. La idea es consumir desde la convicción de lo correcto, asumiendo los posibles costos asociados o efectos colaterales. En el ejemplo de la torta, quien la come debe hacerse cargo de su salud y actividad física en caso de estar a dieta, sabiendo que tendrá que aumentar su ejercitación o disminuir su ingesta al día siguiente para compensar el rico pastel que se comió y disfrutó.
La culpa obliga a dar explicaciones o a justificar mirando el pasado, mientras que el consumo responsable invita al disfrute de productos, servicios, momentos y relaciones. Eso sí, fundamentado en educación y valores trascendentales. Recuerde que a consumir y a disfrutar también se aprende.