Consumo sin culpa

/ 22 de Enero de 2019

Consumimos siempre, en todo momento y contexto. Y con esta expresión no nos estamos circunscribiendo a la compra, pues ésta es sólo la parte visible del consumo.

Consumimos relaciones, comida, vestuario, una caminata, un descanso, es decir, todo aquello que vamos incorporando a nuestra vida y que modifica nuestra condición, ya sea estética, de salud, social o de ánimo, entre otras.

Francisco Flores
Ingeniero Comercial por la
Universidad de Concepción y
Magíster en Comportamiento
del Consumidor por la
Universidad Adolfo Ibáñez.

Sin embargo, en este espacio intervienen una multiplicidad de factores que muchas veces no nos permiten deleitarnos ni siquiera con momentos simples. Con esto me refiero específicamente a la culpa, esa emoción que nos inhibe y paraliza, convirtiéndose en una especie de impuesto al disfrute de aquello que nos gusta o que necesitamos. Sentimos culpa de “consumir” una siesta y de descansar, aunque sea un breve momento, porque dejaremos a nuestros niños sin atención durante un tiempo, lo que nos hace sentir malos padres.

La culpa puede llevarnos a cuestionar nuestras decisiones, a inventar excusas que justifiquen con otros y con uno mismo la acción de adquirir un producto o servicio “culposo”, y terminamos buscando coartadas que acompañen un relato que haga sentido o que tranquilice nuestras conciencias. “Es que estaban baratos”, “es que el anterior me quedaba grande”, “es que estaba demasiado cansado”… es que, es que. Todo asociado a la culpa.

Toda compra que tenga como mal aliada a la culpa, obliga a quien adquiere algo a justificar y a negar el goce y disfrute responsable.

Recuerde todo aquello que se ha privado de comprar o que, por “culpa de la culpa”, dejó de disfrutar. Y no se limite a artículos necesariamente de alto precio, sino que, por ejemplo, piense en un trozo de torta que por tener muchas calorías dejó de lado o comió sin disfrutar, o en esa blusa que no se autoregaló porque quizá le dirían algo en casa.

Ojo, la invitación no es a un consumo desbocado, sino a un disfrute libre de culpa, pero responsable, y aquí los valores familiares y enseñanza de base construyen los límites que se incorporan al ADN de las personas y a su comportamiento. La idea es consumir desde la convicción de lo correcto, asumiendo los posibles costos asociados o efectos colaterales. En el ejemplo de la torta,  quien la come debe hacerse cargo de su salud y actividad física en caso de estar a dieta, sabiendo que tendrá que aumentar su ejercitación o disminuir su ingesta al día siguiente para compensar el rico pastel que se comió y disfrutó.

La culpa obliga a dar explicaciones o a justificar mirando el pasado, mientras que el consumo responsable invita al disfrute de productos, servicios, momentos y relaciones. Eso sí, fundamentado en educación y valores trascendentales. Recuerde que a consumir y a disfrutar también se aprende.

O’Higgins 680, 4° piso, Oficina 401, Concepción, Región del Biobío, Chile.
Teléfono: (41) 2861577.

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