Django sin cadenas

/ 19 de Febrero de 2013


Sur de Estados Unidos, dos años antes de la Guerra Civil. El Dr. King Schultz (Christoph Waltz) es un cazarrecompensas que sigue el rastro de los hermanos Brittle. Para lograr su empresa, busca a un esclavo llamado Django (Jamie Foxx), que le ayudará a capturar a los criminales a cambio de su libertad. Tras el éxito de la misión, deciden asociarse: Django se entrena en la destreza de las armas; Schultz acumula recompensas y fortuna. Sin embargo, en la mente del joven negro sólo hay un gran objetivo: encontrar y rescatar a su esposa Broomhilda, que ahora es propiedad del cruento Calvin Candle (Leonardo DiCaprio). Mediante artificios, Django y Schultz se adentran en las instalaciones de Candyland, la propiedad de Candle, no sin despertar las sospechas de Stephen (Samuel Jackson), el esclavo de confianza.
Parte de la expectativa mundial se generaba por tratarse de la primera incursión oficial de director de Knoxville en uno de sus géneros favoritos, pero que, sin embargo, nunca había abordado de forma explícita en un largometraje: el western. Como ocurre en todas sus películas, desde los créditos de inicio a los primeros movimientos de cámara, el espectador avezado ya adivina las referencias, que en este caso giran principalmente hacia el spaghetti western de Sergio Leone, pero también de realizadores como Sergio Corbucci y actores icónicos como Franco Nero (que aquí hace un breve rol). Justamente esta dupla rodó en 1966 la primera cinta de nombre Django, que posteriormente daría vida a secuelas como El retorno del héroe (Nello Rossati, 1987) y nuevas versiones como Sukiyaki western Django (Takashi Miike, 2007).
En cuanto al elenco, la película nuevamente repite los ya clásicos tarantinismos, como reclutar un staff que mezcla tipos de primera línea con actores de culto o viejas glorias. Así, van desfilando en pantalla Don Johnson (que estuvo en Machete y que acá es un poderoso hacendado) y Tom Wopat (el moreno de los Duke’s de Hazzard) como un sheriff sobornado por el Dr. Schultz. Respecto a las estrellas, no hay dos opiniones: DiCaprio, Samuel Jackson y Christoph Waltz están en su mejor nivel. Especial mención merece este último, en alza desde hace rato (se roba la película, literalmente, en Carnage) y que, como Uma Thurman y el actor afroamericano, se ha transformado en un fetiche del director de Pulp Fiction, tras su celebrada interpretación en Bastardos sin gloria (2009). Jamie Foxx también está a la altura al encarnar a este nuevo héroe del cine: la cena en la mansión Candyland es simplemente una escena soberbia.
¿Qué decir en cuanto a su realización? Que ofrece todos los sostenidos y bemoles del sello Tarantino: por una parte, estamos ante una madurez estética, fotográfica y de sintaxis cinematográfica. La banda sonora nuevamente es de colección. Sin embargo, también incluye todos sus excesos: monólogos (o casi) que quieren ser cool, pero terminan siendo irritantes; un sentido del humor cuestionable (la escena del Ku Klux Klan); y una visión absolutamente infantil de la justicia. A lo anterior, se puede agregar una suerte de incontinencia en cuanto a la cantidad de historias que se quieren contar, lo que redunda en un final que es un absurdo remedo de Kill Bill (no obstante, ganó un Globo de Oro al guión original, junto al de Mejor Actor de Reparto). Gran película, aunque, personalmente, me sigo quedando con el director de Perros de la calle y Jackie Brown.

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