Doña Leonor Mascayano, ejemplo de caridad

/ 26 de Mayo de 2023

Prof. Andrés Medina Aravena
Lic. en Historia UCSC.

En las primeras décadas del siglo XX se genera en Chile un fuerte fenómeno migracional que lleva a un gran número de familias a desplazarse desde el campo a la urbe, al sentirse atraídas por las noticias que hablaban de las maravillas modernas que se encontraban en las ciudades.
Esta movilización masiva de población rural agravó las condiciones sanitarias de las ciudades más pobladas. Entre ellas, Concepción, que vio incrementarse la cantidad de hombres, mujeres y niños en condiciones de miseria, viviendo hacinados en los conventillos, construcciones a las que pronto se sumaron algunos asentamientos marginales denominados “poblaciones callampa”, que rodearon el núcleo urbano.

Las desigualdades sociales tomaban forma en la masa de niños abandonados que recorrían las calles, y que eran los principales afectados por las múltiples enfermedades que asolaban a la población a inicios de siglo, tragedia que quedaba graficada en las altas tasas de mortalidad infantil.

Es en medio de este desolador escenario que surge la figura de Leonor Mascayano Polanco, dama de la elite nacional (su padre era primo del presidente José Joaquín Pérez Mascayano) que, sin ser originaria de nuestra zona, tuvo la maravillosa inspiración de realizar en Concepción acciones benéficas en pro del bienestar de los niños vulnerables.

Aunque vivió gran parte de su larga vida en Santiago, doña Leonor nació en La Ligua. Se casó tres veces, y la misma cantidad de veces enviudó, pero nunca pudo tener hijos. No se tiene mayor información de su primer esposo, pero sí se sabe que fue con el segundo -el importante político liberal José Agustín Vargas Novoa, quien fuera en dos oportunidades intendente de Concepción- con quien llegó a nuestra ciudad.

Es durante la segunda intendencia de Vargas Novoa cuando se concreta el primer gran objetivo caritativo de doña Leonor al fundar la Sociedad Protectora de la Infancia (1902). La idea tras la creación de la institución era cambiar la realidad que ella había vislumbrado apenas llegó a Concepción y remediar en algo el desamparo de sectores importantes de la niñez, reflejado en recién nacidos abandonados o huérfanos que vagaban por la ciudad en lamentables condiciones sanitarias.

Sin duda, gracias al respaldo político de que gozaba su esposo, representante presidencial en la zona, doña Leonor logró concretar esta anhelada obra. Pero, aún más, fue gracias a la fuerza de su carácter y la convicción de sus ideas que esta mujer consiguió ser respaldada por un grupo de mujeres de la elite penquista que, junto a sus familias, le brindaron a la entidad el sostén material y espiritual que le permitió perdurar en el tiempo.

En 1905, viuda por segunda vez, doña Leonor contrae matrimonio con el médico penquista Pedro Villa Novoa, facultativo que atendía a los niños en la Sociedad Protectora de la Infancia. Prontamente, y viendo consolidarse la obra de esa entidad, esta visionaria mujer se fija otro objetivo: construir un hospital que se dedique –preferentemente- al cuidado de los niños, ambicioso desafío que logra concretar en 1915.

Con el paso del tiempo, del funcionamiento de ambas instituciones derivará la creación de dos nuevas entidades que, si bien no contaron en su directiva con doña Leonor, sí la vieron respaldando e incentivando a muchas mujeres penquistas a ser parte de estas iniciativas. Se trataba del Ajuar Infantil y la Gota de Leche.

Tras enviudar nuevamente, decide regresar a Santiago, donde falleció pocos años después, pero -gracias a la autorización del Ministerio de Salud- sus restos fueron trasladados a Concepción, donde hasta hoy descansan en la ciudad que tanto le debe.
A pesar de su muerte, la obra benéfica de Leonor Mascayano que, sin ser penquista, dejó un gran legado en la zona, trasciende hasta el día de hoy. Fue una adelantada, una mujer valiente que rompió las cadenas que obligaban a las mujeres a estar confinadas en su hogar y las inspiró para, al igual que ella, ser forjadoras de grandes obras en beneficio de los demás.

Su trabajo, al servicio de la infancia y de los más necesitados, sin duda, muestra el espíritu inquebrantable de esta gran mujer, que en su vida sufrió profundos dolores y que no tuvo la posibilidad de ser madre pero que, no obstante, sacó de la desnutrición y el abandono a cientos de niños. Son esas obras, ciertamente, las que la distinguen en el tiempo, y su ejemplo nos muestra el camino que debiéramos seguir, ojalá de la manera más fiel.

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