Dos historias de puro amor

/ 21 de Enero de 2019

Una cena de Navidad que se hace en la calle para quienes no tienen cómo celebrar esta fecha y un disco compuesto por un psicólogo junto a pacientes pediátricos de una unidad de oncología son informaciones noticiosamente atractivas de difundir. Pero si éstas, además, son fruto del esfuerzo desinteresado de personas que hicieron un alto en sus vidas para involucrarse intensamente en ellas, ya se convierten en tremendas historias que, sin duda, hay que relatar y, por qué no, imitar.

Por  Pamela Rivero J.

 

Trabajo, dedicación y amor. Eso es lo que comparten el inédito disco protagonizado por los pacientes de Oncología Pediátrica del hospital San Juan de Dios y la Navidad con Amor que hace 18 años se celebra en Concepción. Dos iniciativas que además tienen en común el hecho de que son impulsadas por jóvenes penquistas que un día decidieron ayudar sin ningún otro interés que aportar al bienestar de quienes más lo necesitan. Por lo mismo, ambas se constituyen en grandes ejemplos que, de todas maneras, los demás deben conocer, sobre todo en estos tiempos, donde pocos, pero muy pocos, entienden que la alegría de hacer el bien está en sembrar y no precisamente en recoger. 

Todo comienza con una cadena de favores

Cuatro invitados tuvo la primera versión de Navidad con Amor en Concepción. Fueron las primeras personas que los anfitriones de esa improvisada cena del 24 de diciembre del 2000 encontraron en la avenida Los Carrera, casi llegando a Prat. No estaban en la calle por casualidad; vivían en aquel lugar, y por eso se aprestaban a pasar la noche como si fuese cualquier otra. Para ellos no había razones para celebrar. Y si las hubiese habido, seguramente tampoco tenían con qué hacerlo. Pero ese año fue distinto, porque apareció un grupo de muchachos que les ofreció compartir un pollo asado y un momento de conversación amena que tal vez hace tiempo no tenían.

Víctor Hugo Aguayo y Sira Morán.

18 años más tarde, uno de esos jóvenes volvió a servir una cena navideña entre esas mismas calles, pero no a cuatro, sino que a 866 personas entre adultos y niños. Y ya no lo acompañaba un par de amigos. A su lado estaban 550 voluntarios que se habían preocupado de montar un espacio donde ofrecer una rica comida, y de armar un ropero para que sus invitados eligiesen una tenida limpia y bien planchada para la ocasión. También habían habilitado un mini Spa con peluquería, podología, y manicure; una juguetería equipada con góndolas donde los niños podían escoger juguetes nuevos, y hasta una cabina fotográfica para inmortalizar ese momento y llevarse consigo ese recuerdo.

Una verdadera fiesta donde se podía recorrer varios metros de pasillos en los que abundaban las risas, la música y el baile, y que por su envergadura había necesitado el cierre de la avenida Los Carrera, entre Prat y Serrano. Una celebración que fue noticia en todo Chile el 24 de diciembre recién pasado, y que, como cualquier historia, tiene un protagonista: Víctor Hugo Aguayo, creador de Navidad con Amor y artífice de aquella modesta primera cena en el 2000, quien a través de los años logró hacer crecer esta obra, como él mismo dice, a partir de una cadena de favores que fue sumando eslabones “a pura buena voluntad”.

Hoy mira en retrospectiva, y a su memoria vienen muchos recuerdos. Por ejemplo el de sus padres, ambos ya fallecidos, quienes permitieron que la casa familiar fuera el centro de operaciones de muchas navidades con amor, y que mientras su salud se los permitió, fueron sus más leales colaboradores: su madre la jefa del equipo de cocina, y su padre, un voluntario que estaba pendiente de todo para que la actividad creada por su hijo se superase años tras año.     

Y así ocurrió, porque con el paso del tiempo fueron aprendiendo y mejorando los servicios que podían ofrecer a sus invitados, como llaman a los participantes de la cena. Algo que se hizo posible gracias a la ayuda de personas que con total desinterés se animaron a apoyarlos, como una panadería del sector Pedro del Río Zañartu que les prestó sus hornos cuando la cocina de la familia de Víctor Hugo ya no dio abasto para hacer estas preparaciones, o como la Pollotón que desde Santiago les organizaron sus amigos del programa de radio El Portal del Web. Lograron 103 donaciones, “y aunque finalmente llegaron sólo 10 pollos, nos ayudaron a contarle a la gente lo que estábamos haciendo en Concepción”, rememora Víctor Hugo. Pero lo que más lo reconforta, es que a pesar de todos los cambios experimentados durante 18 años, la iniciativa se ha mantenido como una obra liderada por un grupo de amigos, cuyo único interés es celebrar la Navidad con quienes más lo necesitan.

La periodista Sira Morán se sumó a Navidad con Amor en el 2006, cuando todavía era estudiante universitaria, y hoy es la mano derecha de Víctor Hugo. Ambos, junto a un grupo de organizadores se mantienen todo el año conectados para planificar la próxima versión.

Para ella, el año 2015 la actividad dio el gran salto para llegar a ser lo que es hoy: tuvieron 550 invitados a la cena, de los cuales 130 eran niños, y fue la primera vez que pidieron permiso a la gobernación para hacer la fiesta, porque surgió la necesidad de cerrar una de las pistas de Los Carrera. “Esa Navidad se multiplicaron las donaciones y las colaboraciones. Varios dueños de negocios que están entre las calles donde hacemos Navidad con Amor comenzaron a prestarnos sus locales para que pudiésemos usarlos ese día. Todo Frenos, Impresiones publicitarias Greta y Alta Prevención, por ejemplo, se convierten en espacios que hace ya varias años ocupamos para ofrecer los distintos servicios que se entregan en Navidad con Amor”, recalca.

También recuerda y agradece la colaboración de Sono, de Golden Eventos, de Lavandería 21, de Alcopa y de la panadería Olimpia. “Lo más lindo es que lo hacen sin pedir nada a cambio y sólo los motiva el interés por ayudar”. Algo que destacan porque la organización de Navidad con Amor se impuso no recibir dinero, por lo que sólo cuentan con la colaboración desinteresada de empresas y con las donaciones de la gente.

A media que esta obra fue creciendo se necesitó también complejizar la organización. Hoy existen líderes que están a cargo de los distintos equipos de Navidad con Amor: Seguridad, Montaje, Ropero Navideño, Rinconcito Infantil, Show y Entretención, Spa (peluquería, manicure, podología y aseo); Cocina, Compartir y Acreditación y Estadística. Estos dos últimos cumplen funciones que es necesario conocer. El equipo Compartir lo integran los voluntarios que sirven las mesas, quienes también están encargados de acompañar, conversar u oír lo que quieran contar los invitados. El equipo de estadísticas, en tanto, les ofrece una información fundamental para la proyección de las próximas navidades con amor. Según sostienen en la organización, hay un incremento de 200 personas por año. Pero estos números además les han permitido conocer cómo ha variado la composición de los asistentes a la actividad. En el 2017, por ejemplo, el 17 % vivía en la calle, un 10 % en casas de acogida, un 11 % eran niños que estaban en hogares de menores, mientras que el 62 % restante indicaba que vivía en algún campamento.

“Navidad con Amor nos muestra una realidad que muchos no ven o no quieren ver, y que sobre todo en estas fechas es como un golpe en la cara que te hace reflexionar”, dice Sira Morán. Pero hay otro detalle que, asombrados, comenzaron a descubrir. Entre los voluntarios también había gente para la que esta fecha era complicada. “Llegaban a ayudar y nos contaban sus problemas, varios estaban solos y esta campaña de ayuda era para ellos una forma de volver a vivir una Navidad feliz. Eso le da hoy mucho más sentido a esta celebración”, enfatiza Víctor Hugo.

De los 866 invitados que el año pasado tuvo Navidad con Amor, 234 eran menores de edad y 40, extranjeros. El más pequeño tenía dos semanas, y los mayores unos 90 años o un poco más. La gente comenzó a llegar a eso de las dos de la tarde. Las puertas se abrieron a las cuatro para que pudieran acceder a los servicios complementarios antes de comenzar la cena, que se sirvió a las seis de la tarde, luego de la bendición de la comida que desde el 2105 hace el arzobispo de Concepción.

Todo finalizó como a las nueve de la noche, momento en que los organizadores y los voluntarios comenzaron el desmontaje, la limpieza de los locales que les habían prestado y de la calle, en una tarea que se extendió incluso hasta el 26 de diciembre. Este 2018, Navidad con Amor volvió a escribir un feliz capítulo para su historia: los invitados regresaron contentos a sus hogares, pero quienes no tenían dónde llegar, avanzaron un par de metros y, entre cartones y frazadas, se acomodaron en la calle como lo hacen cada noche, seguramente anhelando la tarde del próximo 24 diciembre, donde nuevamente se sentirán visibles e importantes para los demás. 

Jorge Fierro y Matías Carrasco.

Y sigue con las voces de un grupo de niños

Esta historia comienza con dos acordes y con los rasgueos de una guitarra y de un ukelele, un día cualquiera, en la Unidad de Oncología Pediátrica del hospital San Juan de Dios. Se inicia en el espacio de las curaciones y de las quimioterapias, en el lugar de los procedimientos, donde hay que permanecer quietos y ser pacientes, a veces soportando malestares y otras tantas también, dolor. Por eso es que el día en que parte esta historia, el psicólogo de la unidad, Jorge Fierro, también estaba en aquella sala y, junto a él, un payaso que lo secundaba en su intento por improvisar letras de canciones y tocar melodías que ayudasen a los niños a distraerse de su situación, aunque fuera por un rato.

“De repente se nos ocurrió una frase sencilla pero que interpreta el anhelo más grande que tienen los niños que son pacientes oncológicos: ‘Doctora queremos el alta’ comenzamos a decir, y los chicos nos siguieron y empezaron a cantar junto a nosotros. El ruido que hicimos llamó tanto la atención que incluso algunos médicos que pasaban por afuera llegaron a ver lo que estaba ocurriendo en la sala”, recuerda Jorge.

La unidad estaba contenta. Se había logrado el objetivo, porque los niños tarareaban una y otra vez este improvisado coro que, con el tiempo, se transformaría en la canción principal de un inédito disco que tendrá como protagonistas a los pacientes de oncología pediátrica del San Juan de Dios. Ellos serán las voces y los autores de las canciones del álbum que se distribuirá gratuitamente a través de una plataforma virtual.

El psicólogo Jorge Fierro, penquista, y voz de conocidas bandas de Concepción, como Florida, Los Brando y Los Temibles Sandovales, es el productor del disco. Sin embargo, se apura en aclarar que esto es el fruto de un trabajo colectivo de la unidad de Oncología de ese recinto hospitalario, donde no sólo se han involucrado los niños, sino que también sus padres, quienes han dado las facilidades para que los chicos puedan participar. Un proyecto que además busca sentar un precedente y que en futuras versiones podría ser evaluado para medir el impacto que una iniciativa artística y lúdica como ésta tiene en los pequeños. 

La Unidad de Oncología Pediátrica del San Juan de Dios recibe aproximadamente 30 casos nuevos de niños con cáncer al año, los que se suman a los demás pacientes que siguen ligados a ella en las distintas fases de sus tratamientos. Cada caso es una historia distinta: cánceres más leves, otros más agresivos y, por lo mismo también diferentes pronósticos, pero todos comparten el dolor que produce un diagnóstico que cambia sus vidas en 180 grados. 

“Esta enfermedad modifica totalmente sus rutinas. Dejan de ir al colegio, de ver a sus amigos, de jugar o de hacer deporte, porque tienen que pasar mucho tiempo en tratamiento. Algunos deben estar varios días hospitalizados, y cuando logran llegar a sus casas siguen teniendo muchas restricciones”, explica Jorge. Por eso su misión como psicólogo es básicamente realizar un acompañamiento en todo el proceso e ir evaluando tanto a los niños como a sus familias con el objetivo de favorecer la adherencia a los tratamientos. “Esto es como una torre de palitos de madera. El diagnóstico de cáncer desarma esa torre, y mi trabajo es intervenir para ayudarlos a rearmarla”, sintetiza.

Alam Manríquez canta uno de los temas pero además contribuye con arreglos en Melódica para todo el disco.

En su misión, se vale del arte como herramienta terapéutica, y por eso enfatiza que el tema del disco no está aislado de otras acciones que se realizan en este hospital para sopesar el impacto que la enfermedad produce en los niños. El año pasado, por ejemplo, tuvieron talleres para aprender a hacer máscaras de papel, conocieron sobre avistamiento de aves e incluso les llevaron una obra de danza para la primera infancia. Todo fue posible gracias a una alianza con el Ministerio de Cultura, y que forma parte de un plan mayor, que busca abrir oportunidades para que los chicos no sientan que allí sólo son tratados como niños enfermos, sino que también les abren puertas para que puedan hacer otras cosas, para que puedan jugar y para apoyar su tratamiento a través de experiencias con distintas artes.

“Mi rol desde el punto de vista psicológico es abrir y potenciar esos espacios. A veces, porque se sienten mal, los niños no tienen las ganas, pero la idea es que el juego siempre esté disponible para ellos”.

Y aunque el álbum busca recoger la experiencia y la vivencia de un paciente oncopediátrico, y de que su hit es el tema: Queremos el Alta, las demás composiciones del disco son bastantes libres. Matías Carrasco, por ejemplo, le escribió una canción a un perro que le gusta ver en la televisión, en cambio otro de los niños, Bastián Candia, se inspiró en su yegua, Manchas, y junto con Jorge le hicieron un tema con ritmo de ranchera. “Hubo varios que quedaron enganchados con la idea de cantar o de tocar un instrumento, por eso empezamos a hacer un taller para que que ellos compusieran sus canciones, pero del tema que quisieran, y dependiendo de su motivación, fuimos creando la música”.

Sin embargo, Jorge prefiere no aventurarse todavía con una fecha de lanzamiento, porque los plazos están sujetos a la disponibilidad de los pequeños. “A veces algunos deben volver a estar hospitalizados, por lo que con suerte podemos ensayar una o dos veces al mes, o si no se sienten bien, tampoco podemos ir al estudio a grabar”, explica.

Y es que así son las cosas en esa unidad, porque la situación de los pequeños a veces cambia de un momento a otro. Les sucedió con Aníbal, que era artista por naturaleza y cuyo sueño era ser orfebre. Él falleció durante el desarrollo del proyecto y, con su partida, dos canciones quedaron inconclusas. Sin embargo, su aporte igualmente estará presente en el trabajo de sus compañeros, pues uno de sus dibujos dará forma a la carátula del disco.

Jelen Gutiérrez es una de las voces de Queremos el Alta, la canción grupal del disco y el más seguro hit.

Actualmente están en etapa de grabación. Esta fase de la producción se hace en un estudio ubicado bastante cerca del hospital. En esos días, a los niños se les cita al San Juan de Dios y un furgón los lleva al lugar. “Algunos se ponen súper nerviosos, pero nosotros le quitamos la presión, porque todo está enfocado de una manera lúdica, de juego, de pasarlo bien. No buscamos la perfección. Seguramente habrá muchas cosas que mejoraremos en un próximo álbum, pero eso lo vamos a evaluar cuando este trabajo haya concluido, pues si tratamos de hacerlo todo ahora, vamos a ser igual que los Guns N’ Roses, que se demoraron 15 años en sacar un nuevo disco”, dice Jorge entre risas. Él por ahora está tranquilo, pero sobre todo, feliz, por los niños, por sus familias y por cómo todos juntos han ido construyendo esta historia.

O’Higgins 680, 4° piso, Oficina 401, Concepción, Región del Biobío, Chile.
Teléfono: (41) 2861577.

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