El duelo

/ 24 de Marzo de 2021
Dr. Rodrigo Fernández Kuzmanic, Psiquiatra Adultos. Centro Médico Educa Sano.

Antes de comenzar a hablar del duelo, es importante establecer que este proceso puede producirse como una reacción a la pérdida de un ser querido o a situaciones corrientes, como trasladarse de ciudad y perder la cercanía física de amigos o familiares. Incluso, debido a los cambios experimentados como resultado de la pandemia del COVID-19.

El duelo, entonces, es la reacción natural ante la pérdida de una persona, objeto o evento significativo y, en general, no se requieren intervenciones especiales para su resolución.

Para efectos prácticos, esta columna se enfocará en el duelo como resultado del fallecimiento de un ser querido.

La muerte y el hecho indesmentible de que moriremos algún día ha sido siempre un tabú para nuestra sociedad. A los niños se los intenta mantener alejados del tema, y no es hasta el inicio de la adolescencia que comenzamos a reconocer este hecho como existente, generalmente, al perder a uno de nuestros abuelos o a una mascota.

Elaborar el duelo se refiere a ponerse en contacto con el vacío que dejó la pérdida, valorar su importancia y procesar el sufrimiento y la frustración que conlleva.

Su intensidad y duración dependen de muchos factores, como el tipo de muerte (esperada, repentina, apacible, violenta), de las características de la relación con la persona fallecida, de la edad, entre otros.

En el proceso se distinguen cinco fases, aunque no siempre aparecerán todas ellas. De hecho, pueden ocurrir simultáneamente y no seguir un orden determinado, finalizando cuando se logra aceptar la pérdida.

Una de las etapas es la negación, equivalente al “no puede ser verdad”. En este momento la persona no está preparada para soportar ese dolor y, por ello, niega la información hasta que pueda ir canalizándola.

Otra fase es la ira, que comienza cuando la negación hacia la pérdida ya no es posible. Este sentimiento puede ir dirigido hacia la persona fallecida, hacia un familiar, un amigo o, incluso, hacia uno mismo.

También se incluye la negociación, definida como el momento en que fantaseamos con la idea de revertir la situación, haciendo un “trato” con algún poder superior para que quien se encuentra en fase crítica no fallezca, a cambio de algo que podamos ofrecer.

La depresión es la cuarta de ellas. Los sentimientos de tristeza, incertidumbre, vacío, dolor, impotencia y miedo ante la situación venidera invaden a la persona, pues comienza a aceptar la situación. Pero a pesar de que pueda pensar que estos sentimientos no acabarán, la realidad es que solo desde este punto podrá volver a reconstruirse.

Finalmente está la aceptación, cuando se comienza a reconocer la pérdida, comprendiéndola y entendiéndola como parte de la vida. Se hacen reflexiones sobre el sentido de esta y se admite la ausencia de la persona fallecida. La duración del duelo puede ser de hasta 12 meses, aunque los síntomas agudos duran entre uno a dos.

No todo duelo implica la indicación de un apoyo psicoterapéutico. En un duelo normal no es recomendable que se receten fármacos, debido a que es necesario que la persona transite por este proceso para superarlo positivamente.

Puede ser de gran ayuda permitirse expresar los sentimientos que surgen de esta pérdida (angustia, rabia o soledad), como también, aquellos dirigidos hacia la persona fallecida. Aquí es fundamental el apoyo de figuras cercanas, como familiares o amigos.

En ocasiones puede presentarse un duelo anormal o patológico, que se expresa desde el retraso del duelo (o la ausencia de este) hasta uno muy intenso y prolongado –de más de un año-, que puede asociarse a conductas suicidas o síntomas psicóticos. Los factores de riesgo para esto serían una pérdida inesperada, aislamiento, sentimientos de responsabilidad por la muerte, que esta haya ocurrido en condiciones traumáticas, la intensa dependencia con el fallecido, por mencionar algunos. El uso de medicamentos se justifica cuando se observa que el duelo que atraviesa la persona no es “normal”, y que presenta reacciones marcadamente distanciadas a lo que se esperaría, como conducta suicida, psicosis o la dependencia de bebidas alcohólicas o drogas.

Es conveniente no patologizar lo que es normal y no intentar anestesiar el dolor emocional con fármacos que pueden convertirse en un problema mayor o incluso llegar a bloquear este proceso.

Sin embargo, si en la evaluación clínica se determina la existencia de un duelo patológico, es recomendable referir lo más pronto posible a un especialista para que pueda iniciar el tratamiento correspondiente.

Finalmente, podemos decir que hemos completado un duelo cuando somos capaces de recordar al fallecido sin sentir dolor y logramos, nuevamente, invertir nuestra energía en el presente y en las experiencias y vínculos que nos rodean.

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