Preocupa que muchas de las grandes editoriales hayan dejado de cumplir su rol de agentes culturales para convertirse en una industria donde el departamento comercial lleva las riendas.
Hoy el nuevo fenómeno literario es el libro juvenil de consumo masivo, escrito por aficionados emergentes o blogueros que, amén de causar furor entre sus seguidores, ingresaron al mercado por la puerta ancha, generando jugosas ganancias.
Cuesta creer que prestigiosas empresas transnacionales funcionen igual que un people meter. Olfatean sandías caladas para validarlas con su sello editorial. Dos botones de muestra para ejemplificar el triste reflejo de la degradación de nuestra intelectualidad son #Chupaelperro -un poco más de 170 páginas de lectura chatarra y cero contenido- del youtuber Germán Garmendia, editado recientemente por Alfaguara, y No te ama, de Camila Gutiérrez -ícono de pobreza narrativa y lenguaje soez que raya en la grosería y en el mal gusto- de edición de Plaza Janes.
Algunas décadas atrás, contábamos con una burguesía intelectual constituida por una vasta clase media orgullosa de enviar a sus hijos a la universidad, de comprarles libros e inculcarles el hábito y el gozo por la lectura desde la infancia.
Actualmente, pareciera que los padres no aspiran a intelectualizar a sus hijos, pues el símbolo por antonomasia de estatus es el éxito asociado al dinero y la competitividad.
Me alarma el futuro de nuestros jóvenes, inmersos en una sociedad mercadocéntrica y en un medio cultural alienante, sometido al vendaval tecnológico.
Nadie discutiría que la literatura de calidad, en especial la de los grandes clásicos, es la base de la formación intelectual y estética del ser humano, aquella que por su plena vigencia a través de los siglos ha sido la savia que nutre la cultura universal.
El tiempo es el único indicador de la significación y trascendencia de una obra literaria y no su éxito de ventas. De ahí la necesidad de reflexionar sobre la preocupante oferta de las casas editoras al público juvenil. No es posible que se continúe privilegiando una suerte de sub literatura, pauteada por los imperios económicos de producción de libros.
Incentivemos el placer de la lectura y el asombro por la belleza de la palabra en nuestros niños. Quienes somos padres y abuelos estamos a tiempo de impedir que en la mente de nuestros jóvenes reine la oscuridad de la noche.