El “little Haití” de Barrio Norte

/ 20 de Octubre de 2017

Cerca de cien son los inmigrantes haitianos que se han avecindado en el sector de Barrio Norte, en Concepción, donde ya han formado una suerte de “pequeño Haití”. Y siguen llegando, pues, al parecer, se han “pasado el dato” de que allí la comunidad se ha organizado para acogerlos con cariño y sin discriminaciones, convencida de que “aunque no sean chilenos, merecen vivir en condiciones dignas” .

Por Cyntia Font de la Vall P.

 
Según datos de Extranjería y Policía Internacional de la PDI, desde hace un par de meses a diario se registra la llegada de más de 500 inmigrantes haitianos al aeropuerto Arturo Merino Benítez. La mayoría ingresa con tarjeta de turista, que lo autoriza a estar en territorio nacional hasta por tres meses. Consigo sólo traen una pequeña maleta, mil dólares y una carta de invitación a visitar el país, legalizada ante notario y emitida por algún residente en Chile.
Haitianos en CCP-8Pero también vienen cargados de ilusiones, esperando encontrar en tierras extranjeras las oportunidades laborales, sanitarias y económicas que ya no están presentes en su natal Haití, donde los desastres naturales, la corrupción política, la violencia social y estructural, y la extrema pobreza los han golpeado duro.
Tras casi ocho horas de vuelo, y cerca de seis mil kilómetros recorridos, aterrizan en Santiago, dejando atrás a familias, amigos, parejas e, incluso, estudios, profesiones y viviendas propias. Todo, en busca de un mejor porvenir.
Si bien la mayoría decide quedarse en la Región Metropolitana, muchos deciden aventurarse a otras ciudades del país, aconsejados por compatriotas haitianos que, en regiones, han encontrado fuentes laborales y un mejor recibimiento que en la capital.
Es así que cientos han llegado a Concepción, comuna donde según datos de la PDI, durante este año se ha sextuplicado, respecto de 2016, la cantidad de haitianos que ha llegado hasta las oficinas del Departamento de Extranjería y Policía Internacional a registrar sus visas.
En las calles penquistas es fácil identificarlos por su llamativo color de piel, su colorida ropa y por su cabello profundamente rizado y, en el caso específico de las mujeres, por sus cientos de finas trenzas, de distinta extensión, que les otorgan un encanto especial. También se les puede reconocer al oírlos hablar entre ellos en su lengua natal, el créole, pues son muy pocos los que hablan algo de español.
Y es justamente el idioma su primera traba para adaptarse a estas latitudes sureñas, que los reciben con un frío que los hiela hasta los huesos, como reconocen, pero que no les impide ponerse en movimiento para concretar su máxima ambición: conseguir un contrato de trabajo que les permita mantenerse legalmente en Chile.
 

Sólo una maleta, pero miles de sueños

Hace algunos meses, la iglesia Alianza Cristiana y Misionera, en Barrio Norte, comenzó a recibir en sus días de culto a un grupo de feligreses muy especial. Tras un par de visitas, ellos mismos se acercaron al pastor de esa comunidad para presentarse, un desafío no menor dado que ninguno dominaba el castellano. Se trataba de inmigrantes haitianos que, hacía poco, habían llegado a vivir al sector.
Rápidamente, la comunidad de la Iglesia se organizó para tratar de recibirlos de la mejor manera posible. Fue entonces que se dieron cuenta no sólo de sus grandes dificultades para comunicarse, sino también de las enormes carencias que estaban experimentando.
“Necesitaban ayuda con el idioma, pero también con muchas otras cosas. No tenían muebles, ni utensilios, ni ropa abrigadora; de hecho, no tenían casi nada. Estaban pasando hambre, durmiendo en el suelo, viviendo en forma muy precaria. Es que ellos llegan aquí con mucho sueños, pero sólo con una maleta y, evidentemente, allí no caben muchas cosas”, cuenta Carmen González, dirigente vecinal de Barrio Norte, que lidera las iniciativas en apoyo a estos inmigrantes.
Rápidamente, residentes del sector y miembros de la Iglesia entraron en acción coordinadamente para ayudar a paliar las carencias que vivían sus nuevos vecinos. En paralelo, Carmen se comunicó con su “gran amiga”, Annette Gómez, profesora de profesión, además de estudiante de cuarto año de la carrera de Derecho, quien decidió hacerles clases de español.
A estas mujeres no les importó no saber créole, ni tampoco que los receptores de esta ayuda no fueran compatriotas, aun cuando se levantaron algunas voces que las instaban a ayudar a nacionales en vez de a extranjeros, comentarios que pasaron por alto, convencidas de que “aunque no fueran chilenos, merecían vivir en condiciones dignas”.
Y se lanzaron en busca de un lugar donde hacer las clases. Así llegaron hasta el Cesfam Tucapel, centro de atención de salud ubicado en Barrio Norte. Allí conocieron a la enfermera de Gestión y Calidad, Elena Burgos, quien además de hablar algo de créole y ayudar a Carmen y Annette a comunicarse con “sus chiquillos”, como ellas los llaman cariñosamente, fue el nexo para que se entrevistaran con el Director de este consultorio, Rodrigo Placencia.

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Ismael, Emmanuel, Stanley, Ronald y Claude regresan de su entrevista de trabajo en una empresa de la zona. Días después nos enteramos que los cinco jóvenes habían sido contratados.
Tras exponerle su situación, el directivo les autorizó a usar el salón multiuso del Cesfam, el que desde hace unos meses ocupan cada sábado, entre 17 y 20 horas, para hacer sus clases.
Comenzaron comunicándose con los inmigrantes “por señas, con mímica. Era como ver una película de Tarzán y Jane”, cuentan entre risas, pero, a poco andar, empezaron a aprender mutuamente ambos idiomas.
Tímidamente, a la primera clase llegaron sólo 10 alumnos. Hoy, son más de 35, y siguen llegando. “No todos pueden asistir, porque hay varios trabajando y, por sus horarios, no alcanzan a llegar al curso, pero cada semana notamos que tenemos más chiquillos en nuestra clase”, dicen.
Y han querido estar a la altura del desafío. Para ello, con la ayuda de material descargado de Internet, y cuadernos y útiles escolares regalados, o comprados por los vecinos y feligreses de Barrio Norte, han conseguido ingeniárselas para hacer cada sábado las clases. A ellas se suma Elena, la enfermera del Cesfam Tucapel, quien les ayuda a traducir algunas frases, o a dar la bienvenida a los recién llegados.
Además, crearon un grupo de WhatsApp, por medio del cual la profesora les envía lecciones y tareas, y donde los alumnos pueden preguntar alguna duda idiomática. Todo pensado para un aprendizaje más fácil y rápido del español.
 

Trámites y más trámites

Prontamente, los vecinos comenzaron a visitar las piezas y casas que los inmigrantes arrendaban. Allí se dieron cuenta de que “varios estaban siendo estafados, pues les cobraban precios ridículos por piezas muy malas, insalubres, húmedas, que se llovían. Eran inhabitables, y aún así se las arrendaban por altos precios. Nos dio pena, y mucha rabia”, dice Carmen. Se refiere a que cien mil pesos es lo que suelen pagar por una pequeña pieza para una persona. Si deciden compartirla con un amigo, deben pagar 80 mil pesos adicionales. La misma cifra se les cobra si llega un tercero, aún cuando se trate de una habitación vacía con capacidad para que allí sólo viva una persona.

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Ernest, su esposa Milane y su pequeña hijita Schnaida llegaron en julio a Concepción, tras tres años en Brasil, donde la crisis económica existente no les permitió salir adelante.
“Se estaban aprovechando de su desconocimiento del idioma y del valor de nuestra moneda, además de su obvio apuro por encontrar un lugar donde quedarse. Eran lugares horribles, en los que ningún chileno viviría”, agrega con indignación Annette.
Así, comenzaron a apoyarlos de una nueva manera, ayudándolos a encontrar viviendas dignas, a las que varios ya se han podido mudar.
“También los acompañamos a hacer sus trámites en la Gobernación o en la Policía de Investigaciones, donde si bien el personal es muy amable, como no conocen el idioma, sólo se remiten a entregarles una ficha para llenar. Pero los chiquillos no saben qué poner en la hoja, porque no saben qué dice. Así es que ahora vamos con ellos para ayudarlos con esos trámites”, cuentan.
Reconocen que han ayudado a varios a regularizar legalmente su estada en el país, pues tenían atrasados sus “papeles”, y que la mayoría está con tarjeta de turista aún cuando su intención es encontrar trabajo y quedarse permanentemente. De hecho, ésa es la realidad de la mayor parte de los inmigrantes que llegan a Chile, quienes ingresan como turistas para, una vez instalados en el país, solicitar una visa de residencia sujeta a contrato, que los faculte para mantenerse legalmente en territorio nacional. Esto gracias a que la legislación chilena posibilita cambiar de estatus migratorio ya estando al interior del país.
Carmen y Annette también acompañan a los inmigrantes haitianos a inscribirse al Cesfam del sector, de modo que puedan optar a servicios de salud en caso de enfermedad, y a establecimientos educacionales para que los menores ingresen al colegio, o los mayores convaliden sus estudios.
Incluso, han echado mano a todos sus contactos y redes de apoyo para tratar de conseguirles trabajo, única forma de que puedan cumplir su anhelo de quedarse en el país, al expirar sus visas de turismo.
 

“Sólo queremos trabajo”

De hecho, a la salida de una entrevista de trabajo conseguida en GasSur para cinco de estos jóvenes, me reúno con ellos. Llegan puntualmente, algunos incluso mucho antes, pero ni el frío de ese lluvioso día, que los hace tiritar de manera notoria, los hace dejar de sonreír. Vienen optimistas, de seguro pensando en lo que implicaría que les vaya bien en la empresa a la que fueron a buscar trabajo.
Su vestimenta no es acorde con esta fría temporada: sólo uno lleva parka; tres, chaquetas que no son a prueba de agua, y el último viste sólo polerón. Al verlos, es fácil entender por qué sufren tanto con el frío de acá, sobre todo considerando que vienen de un país tropical, cuya temperatura oscila entre los 20 y 30 grados todo el año.
Sus nombres son Claude, Stanley, Ronald, Emmanuel e Ismael, y sus edades fluctúan entre los 27 y los 31 años. Cuatro de ellos son profesionales, todos hablan un poco de varios idiomas y tocan distintos instrumentos musicales, además de cantar. Son de sonrisa fácil, muy respetuosos, hablan bajito y casi nada de castellano.
Trato de conversar con ellos, casi siempre a través de Emmanuel o Ismael, quienes entienden un poco más el idioma, pero es difícil comunicarnos. Se les ve complicados, se esfuerzan por darse a entender con su limitado dominio del “español-chileno”, como dicen, pero insisten en remarcar que lo que necesitan es trabajo.
Es inevitable pensar que un chileno que sufriera tantas carencias como ellos en un país extranjero, de seguro solicitaría mil cosas para hacer más llevadera su vida. Es por ello que insisto en preguntarles “¿qué necesitan?”, haciéndoles ver que el aparecer en este medio es una gran vitrina que pueden aprovechar para conseguir muebles u otros artefactos para amoblar sus viviendas, o pedir ayuda de algún otro tipo. Sin embargo, tras hablar entre ellos, repiten su respuesta: “Sólo queremos trabajo”.
Cuentan que escogen venir a Chile pues aquí no exigen visa para ingresar, y porque tienen amigos viviendo acá que consiguen mandar “buen dinero” a sus familias. También relatan que en su país la situación está muy mal, y que incluso los profesionales no ganan lo suficiente para vivir dignamente junto a los suyos. Es por ello que se ven obligados a emigrar, muchas veces dejando a esposas e hijos. “La vida es muy difícil, todo es muy caro. Hay algunos que ganan más, pero la mayoría vive mal”, dicen.
Haitianos en CCP-12De hecho, conseguir los mil dólares requeridos para ingresar a Chile es, para ellos, una tarea titánica. Ismael señala que con su sueldo como profesor nunca habría logrado reunir lo suficiente, es por eso que toda su familia juntó mes a mes dinero para alcanzar la cifra. “Ellos son muy aclanados, viven con sus padres, hermanos, sobrinos, esposas e hijos en una misma casa. Entre todos reúnen el dinero para que al menos uno de ellos logre viajar, y cuando empiezan a trabajar acá, mandan dinero a sus familias para que pueda venirse otro”, relata Carmen.
Agrega que ha visto cómo, del salario mínimo que logran generar, 270 mil pesos, mandan más del 70 por ciento a sus parientes. “Si bien en Chile esa cantidad no alcanza para vivir bien de acuerdo a la realidad nacional, en Haití sus familiares ‘viven como reyes’ gracias a lo enviado”.
De los cinco jóvenes, tres son casados. Ronald es el único que pudo reunir lo suficiente para venir a Chile con su esposa, aunque debió dejar a su pequeña hija en Haití, con su abuela.
Algunos de ellos intentaron salir adelante trabajando en otros países, como Brasil o República Dominicana, pero no lo lograron. Incluso, trataron en Santiago, pero reconocen que “allí es difícil conseguir trabajo, no son buenos, no dan contrato para quedarse”, cuentan en su limitado español. “Acá es más fácil. La gente es buena, cariñosa, nos ayudan”, dicen, dando cuenta de que acá no se han sentido discriminados y que están a gusto.
De hecho, los que vivieron antes en Santiago, dice Carmen, pasaron grandes necesidades. “A algunos les robaron sus documentos, otros trabajaron y no les pagaron. Vienen desconfiados, así es que uno tiene que ganarse de a poco su confianza, hacerles ver que nosotros no los vamos a engañar, y que los sentimos parte de nuestra familia”.
 

Una clase muy especial

Unas semanas después, decidimos asistir a una de las clases de español que se realizan en el Cesfam Tucapel. Allí nos encontramos con Carmen, Annette y Elena, entre otros miembros de este grupo de apoyo a los inmigrantes, y nos reencontramos con los cinco jóvenes con quienes conversamos hace unos días. Felices nos cuentan que quedaron aceptados en la empresa donde habían sido entrevistados, y que muy pronto comenzarán a trabajar. Se les ve ilusionados, pensando en que por fin podrán enviar dinero a sus familias o, más a largo plazo, reunirse con sus esposas e hijos aquí, en Concepción.
En este improvisado salón de clases podemos observar cómo interactúa esta comunidad de más de 40 extranjeros provenientes de Haití. Los vemos compartir entre ellos, conversar, reír.
Los niños, en tanto, bromean y juegan felices, al parecer sin percatarse de que están en un país que no es el suyo y que sus padres enfrentan carencias y dificultades. Los más pequeños disfrutan de ser alzados en brazos por distintas personas, sin hacer diferencias en su trato a chilenos o haitianos.
La clase transcurre alegremente. Los alumnos ríen entre sí, burlándose de aquel que deletrea mal una palabra o de quien se equivoca al pronunciar el abecedario.
En medio de una actividad que consiste en decir su palabra favorita en español, nos unimos a sus risas al escuchar términos que han llamado su atención, como “cachai”, “al tiro”, y hasta “zapallo”.
Allí conocemos a Ernest, a su esposa Milane, y a su hijita Schnaida, de sólo tres años, quien con sus varias trencitas sujetas por elásticos de colores, corre por entre las mesas, repartiendo sonrisas y caricias para todos.
Ernest cuenta que la niña nació en Brasil, durante su estada de tres años en ese país, donde no pudieron quedarse debido a la crisis económica existente. Fue por ello que decidieron probar suerte en Chile.

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En las clases de español, la profesora, Annette Gómez, les enseña fonética, deletreo y vocabulario, buscando que “sus chiquillos”, como cariñosamente los llama, puedan desenvolverse de mejor manera en Chile, y lograr lo que tanto anhelan: conseguir trabajo.
Al llegar a Concepción, en julio de este año, el joven comenzó a trabajar con un jefe que lo explotaba, haciéndolo trabajar 12 horas seguidas, y de quien nunca obtuvo un contrato laboral. Hoy, en un nuevo empleo en una panadería en Hualpén, espera que se cumpla el tiempo reglamentario para acceder a su visa sujeta a contrato, que le permitiría a él y a su familia optar a una residencia permanente.
Trabaja de domingo a viernes, pero dice que está contento, y que su esposa hace poco encontró “pega” en un local de comida rápida en Talcahuano.
Ernest se expresa en español mucho mejor que sus compatriotas, quizás por la experiencia vivida estudiando Técnico en Hotelería, en Santo Domingo, República Dominicana, y la pequeña, que habla casi exclusivamente portugués, está comenzando a aprender rápidamente español gracias a la interacción con sus compañeros en un jardín infantil en Concepción.
“Es una maravilla lo rápido que aprenden los niños un nuevo idioma, así lo hemos constatado. Vemos que les cuesta mucho menos que a los adultos, y pareciera que a las mujeres se les hace un poco más difícil. De hecho, nos cuesta conseguirles trabajo por lo poco que hablan español”, cuenta Carmen González.
Pero conscientes de que a diario siguen llegando familias completas de inmigrantes haitianos a la zona, muchas de ellas con niños, Annette ya tiene planeado ofrecer en temporada estival una Escuela de Verano para los pequeños. “La idea es que sea un curso intensivo de un mes, de modo que todos puedan salir hablando al menos lo básico de español. El beneficio es doble, pues el hecho de que ellos aprendan idiomas más rápido les permite replicar lo aprendido con sus familias”, dice.
Tanto Carmen como Annette comentan las impresiones que les ha dejado su cercano trato con estos extranjeros, de los que destacan su puntualidad, su honradez, su responsabilidad y su tremenda capacidad de trabajo. “Ellos se merecen una buena vida, no sólo para compensar lo mal que lo han pasado en su país, sino también porque son muy trabajadores. Muchos son profesionales, pero no se hacen problema en trabajar en lo que sea, incluso en labores destinadas a personas sin estudios superiores, porque saben que de eso depende el poder sacar adelante a sus familias”, dicen.
Al interactuar un poco más con estos inmigrantes notamos que de verdad se sienten a gusto en esta comunidad chileno-haitiana, que se muestran agradecidos de sus “mamás chilenas”, como llaman a Carmen y Annette, y de toda su ayuda.
Si bien la labor de estas mujeres comenzó abocada a los inmigrantes asentados en Barrio Norte, al parecer se ha corrido la voz de su desinteresado apoyo y ya las están contactando haitianos avecindados en otras comunas de la Región, y fuera de ella.
De hecho, buscando ampliar su campo de acción, constituyeron la Fundación Unibi, Unión de Inmigrantes Biobío -pronta a obtener personalidad jurídica-, que presta ayuda a extranjeros de toda la Región. “Aunque nos dedicamos más a apoyar a la comunidad haitiana, porque se encuentra más desprotegida, y es más factible que se vulneren sus derechos, por no contar con Consulado en la zona”, detalla Annette.
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Miembros de la comunidad haitiana avecindada en Barrio Norte, junto a Carmen González, dirigente vecinal que lidera la ayuda a estos inmigrantes.
“No podemos quedarnos sólo en conseguirles ropa, viviendas dignas o salud, porque son personas y, como tal, tienen necesidades en muchos aspectos, igual que cualquiera de nosotros. Por eso, la ayuda debe ser integral, de modo que puedan optar a una vida digna, con todo lo que eso conlleva en derechos y oportunidades”, destaca Carmen.
Su trabajo las llena de satisfacción, pero se empeñan en “soñar en grande”. Es por eso que sus anhelos están puestos en lograr tener una casa de acogida que reciba a los inmigrantes a su llegada a la zona, dándoles tiempo de encontrar trabajo y regularizar sus papeles, hasta que pueden empezar a solventar sus gastos por ellos mismos.
Así, haciendo honor a aquello de “… y verás como quieren en Chile al amigo cuando es forastero”, la comunidad de Barrio Norte trabaja a diario, incansablemente, por brindar a sus vecinos haitianos una buena calidad de vida y mayores oportunidades.
Los vemos reír desenfadadamente, y nos maravillamos de su capacidad de disfrutar de pequeñas cosas en medio de tan difíciles circunstancias, lejos de su tierra natal y de sus raíces. Al parecer, están confiados de que en Chile podrán encontrar, finalmente, la estabilidad política y económica que en los países vecinos, donde antes estuvieron, o en el suyo propio no estaban presentes.
Aquí, gracias al apoyo de esta comunidad, sueñan con un nuevo comienzo y con un mejor futuro para ellos y sus familias, siempre al amparo de este nuevo clan familiar chileno, que los ha acogido con cariño y sin discriminaciones. Con su labor, los habitantes de Barrio Norte ciertamente son motivo de orgullo para la Región, y un ejemplo de solidaridad para el resto del país, demostrando que no se necesitan grandes recursos para ir en auxilio de quien más lo necesita, sino sólo trabajo coordinado y ganas de ayudar.

O’Higgins 680, 4° piso, Oficina 401, Concepción, Región del Biobío, Chile.
Teléfono: (41) 2861577.

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