No es fácil intentar un remake de un ícono de la ciencia ficción de la categoría de “El planeta de los simios”. ¿Quién puede competir con esa escena final de un desolado Charlton Heston observando la Estatua de la Libertad enterrada en una playa solitaria? Tal vez esta jugada apuesta de Rupert Wyatt no logre ese estatus, pero el gran talento con que fue realizada, más un par de escenas que erizan los pelos, dejan enormes expectativas sobre las próximas entregas que, con toda seguridad, seguirán.
En 1968, el director Franklin J. Schaffner, basado en el libro homónimo de Pierre Boulle, llevó a las pantallas “El planeta de los simios”, una fabulosa cinta que narra la historia del viaje por accidente del astronauta Taylor y de su equipo al planeta Tierra del futuro, dominado por simios hablantes e inteligentes. El éxito de la película motivó una serie de televisión y una zaga en el cine que incluyó una precuela denominada La Conquista del Planeta de los Simios (1972), en la cual se explica cómo la evolución se altera hasta cambiar el orden jerárquico de las especies. Y es en esta parte de la historia -sin ser en ningún caso una adaptación directa- que “El Planeta de los simios: (R) evolución” inserta su relato.
La historia se basa en un poderoso laboratorio de genética. Allí, Will Rodman (James Franco) es un científico obsesionado por curar la terrible enfermedad de Alzheimer que afecta a su padre (John Lithgow, en una notable actuación). Para ello trabaja en crear un virus benigno capaz de regenerar el tejido cerebral y restaurar su funcionalidad, el que experimenta aplicando controladas dosis a un grupo de simios. Sin embargo, el día de la demostración ante los inversores se convierte en un total desastre y su investigación es cancelada. Rodman, tenaz, decide criar en su casa al cachorro de la chimpancé más inteligente –al que llama César- y continuar una experimentación clandestina con su propio progenitor. Con el tiempo, el desarrollo de César se vuelve asombroso, superando en inteligencia a los de su especie e incluso a los humanos de su edad. Tras una serie de episodios dolorosos y humillantes que lo marcarán, César termina liderando a un ejército de simios en una revuelta contra la humanidad.
Esperada con reservas o derecha indiferencia, “El planeta de los simios: (R) evolución” terminó transformándose en la gran sorpresa de la temporada tanto en taquilla como en la reacción de la crítica. Y es que además de ser una entretención masiva de calidad, es un filme de categoría, gracias a la combinación acertada entre equilibrio e inteligencia en su dirección.
En lo primero, Wyatt sabe conducir la historia con elegancia, mezclando un montaje veloz y adrenalínico con fotografías pausadas e impresionantes; en lo segundo, está el éxito del director en apoyar su historia con un relato profundo y verosímil. Tópicos como la prepotencia de la humanidad para intervenir en procesos naturales -manipulación genética, abuso contra animales, la ciencia irreflexiva a merced del lucro- cobran una actualidad tenebrosa. Ello, unido a una efectiva combinación de historias clásicas (desde el mito de Frankenstein al esclavo Espartaco, e incluso referencias bíblicas como un centro de primates denominado Génesis) y el uso de efectos especiales de primer nivel a cargo de Weta Digital (Avatar) hacen de esta producción un acontecimiento. En este último ítem, es deber destacar el trabajo liderado por el actor Andy Serkis como el simio César; la mezcla entre su gestualidad y la captura digital de sus movimientos logra transmitir sentimientos genuinos a la mirada del chimpancé superdotado.
Cameos a la zaga clásica: en la película, las noticias anuncian que una nave espacial llamada Icarus desaparece explorando el planeta Marte. La misión está dirigida por un coronel Taylor (como Heston en el 68). Simplemente un “pedazo” de película, no espere el cable y véala en el cine.