
Director de Psicología Universidad San Sebastián
Son los novelistas quienes acumulan ventaja a la hora de retratar las emociones diversas y el impacto menos evidente que puede suscitar un retorno a clases. Philip Roth, quien se ha transformado en un perdedor sistemático del Premio Nobel, logra arrastrar por ejemplo a Neil Klugman –protagonista de su primera novela– ante la emoción y la incertidumbre de no saber qué acontecerá cuando Brenda Patimkin regrese finalmente a clases en otra ciudad, luego del verano y del affaire que sostienen, y él deba retornar a su nada prometedor trabajo en una biblioteca pública.
Quisiera esbozar una tesis sencilla y, quizás por lo mismo, fácil de vislumbrar: el regreso a clases, el calendario escolar en todos sus niveles, permea a la sociedad, al punto de que no sería sorprendente si alguien concluyera que, en nuestro país, las personas vacacionan no necesariamente por estar en verano sino porque es el periodo de receso académico, o que las fiestas de Navidad y Año Nuevo están ubicadas en determinado momento con el fin último de cerrar el año escolar, y así sucesiva y subversivamente.
Resultaría interesante un análisis psicológico y sociológico –que no haremos aquí– de cómo marzo ha ido adquiriendo una fuerza simbólica no sólo para estudiantes preescolares, de educación básica, media y superior, sino también para la mayoría de quienes habitamos el territorio nacional. Pareciera que marzo fuera el inicio, el verdadero inicio del año. El calendario, casi a no dudarlo, se inauguraría con el retorno a clases.
¿Qué consecuencias se derivarían de esta suerte de escolarización de la sociedad?
Sin ser exhaustivo, podría indicar al menos dos que me resultan de relevancia.
Primero, una exacerbación del estrés y de la demanda emocional y conductual que marzo en particular implica, y que no solamente experimentan los estudiantes. Es sabido que la matrícula en un establecimiento educacional, la compra de vestimenta y materiales, el traslado hasta el colegio o la universidad, y un largo etcétera son fuentes de preocupación sustantiva para los padres; preocupación que, naturalmente, podría potenciar el estrés que de por sí vivencian los estudiantes al retomar tareas de distinto tipo.
Segundo, y tal vez la más curiosa, es que la sociedad –el mundo laboral y económico, las instituciones de diversa naturaleza, la política y el Estado– se estaría moviendo en buena medida al ritmo del año escolar. Sin ser lo anterior malo o bueno en sí mismo, debiera ser un aspecto que examinar, puesto que podría estar generando consecuencias impensadas. Por indicar un ejemplo, sería pertinente evidenciar la productividad y avance asociados a diversos ámbitos de interés común: productivo, legislativo, social, político, sanitario, entre otros. Sospecho, no es nada más que eso, que en marzo esta productividad se acelera. Pero me temo que en diciembre, cuando el calendario escolar concluye, esta situación cambia.