Ex vocero de Villa Baviera condenado por complicidad en violaciones de menores: “Jamás le llevé un niño a Paul Schäfer”

/ 19 de Febrero de 2013

      El fallo inapelable de los ministros de la Corte Suprema  Milton Juica, Hugo Dolmesth, Carlos Künsemüller, Haroldo Brito y del abogado integrante Jorge Lagos envía a seis directivos de Villa Baviera a la cárcel. La resolución judicial recoge pasajes estremecedores de violencia sexual en contra de niños campesinos menores de 12 años, algunos hijos de amigos de los colonos, incluso, que asistían al Internado Intensivo en Villa Baviera, una fachada para mantener víctimas al alcance de Paul Schäfer,  a quien Salo Luna, una de las víctimas, calificó como “insaciable”.  A horas del cúmplase de la sentencia, hablamos con Dennys Alvear: llegó a vivir con los alemanes tras un accidente ferroviario que le cercenó un pie; tenía 13 años y también -reconoce- intentaron enjabonarlo.


Por el suelo reconoce estar Dennys Ricardo Alvear Henríquez, vocero de Villa Baviera en los tiempos de Paul Schäfer y un preocupado padre de familia hoy, por la condena de 5 años y un día como cómplice de la violación de cuatro menores de 12 años y de los delitos de abusos sexuales de otros 16, entre ellos Salo Luna, el joven que protagonizara una espectacular fuga desde la Colonia junto a su amigo Tobías Müller. Quedó acreditado que los delitos ocurrieron en su mayoría entre 1995 y 1997 al interior del predio donde funcionaba el Internado Intensivo que, en palabras de Tobías, ahora en Alemania, era un “invento” del ex jerarca  para tener a niños campesinos -y pobres, además- cerca y a su disposición.  El joven Müller fue profesor de castellano allí.
La sentencia, de carácter definitivo e inapelable de la Segunda Sala de la Corte Suprema, ratificó también las penas aplicadas por el ministro en visita de la Corte de Apelaciones de Talca, Hernán González García, en 2004, que le impone a Alvear tres penas de 61 días cada una -junto al doctor Gerd Seewald Lefevre- como cómplices del mismo número de delitos de negativa de entrega de menores en perjuicio de Jaime Parra Verdugo, Ángel Salvo y Eduardo Utreras, ocurridos en febrero de 1997.
El fallo condena asimismo a los jerarcas Gerhard Mücke Koschitzke (79), Gunter Schaffrick Bruckmann (53) y a Gerd Seewald (93) a cumplir penas de 11 años de cárcel como cómplices por violación de cuatro niños y secuestro, y como cómplices de abusos sexuales contra otros 16, y al doctor Hartmut Hopp –prófugo en Alemania- y a Kurt Schnellemkamp (85)  a cinco años de cárcel por los mismos delitos.
En definitiva, Alvear (53) deberá pagar una condena de  2.368 días, tiempo que-anticipa-aprovechará para escribir un libro. “Mis años al lado de Schäfer” podría titularlo, o bien, “Las otras víctimas de Villa Baviera”, como cree, lo son los alrededor de 300 colonos que confiaron en el enfermero en tiempos de Hitler y quienes lo siguieron en 1960 a la pre cordillera de Maule donde aquel hizo de las suyas por 36 años. El octogenario pedófilo huyó mientras el tribunal de Parral con el ministro González a la cabeza y las policías agotaban los medios en sucesivos allanamientos para apresarlo  y así respondiera por los delitos de violación y abusos sexuales de una veintena de niños que sancionan los artículos 362 y 366, respectivamente, del Código Penal.
El jerarca fue hallado finalmente por periodistas del programa Contacto, de Canal 13, en Argentina, durante 2005 y extraditado a Chile. Falleció  en prisión en abril de 2010 y sólo alcanzó a cumplir cinco de los 20 años por abusos sexuales contra menores que vivían en la Colonia, entre otras condenas. Tenía 88 años.
“Todos los miembros de la Colonia lo reconocían como líder espiritual, como un profeta,  un santo, un enviado de Dios y no como el perverso que resultó ser. Los engañó (la mayoría donó a la Sociedad Benefactora Colonia Dignidad las pensiones y ayudas sociales que recibían desde Alemania), les ofreció casas propias y formar sus familias, pero supo manipularlos con la mano en la Biblia. Al final, separó a las familias y se llevó el fondo común a Argentina. En una reunión general dijo que las autoridades querían destruir la comunidad, pero que teníamos dinero ahorrado como para comprar una isla y vivir tranquilos. Cuando lo detuvieron, quedamos con la boca abierta: ahí supimos dónde estaba en parte todo ese dinero, pero nunca lo reconoció. Tras ser detenido, no aceptó visitas de ninguno de nosotros”, refiere Alvear entre molesto y decepcionado.
Hoy, en Villa Baviera no queda más de un centenar de colonos –un 60% de la tercera edad- y aunque han tenido que empezar prácticamente de cero, viven libremente: los jóvenes ya tienen sus cartones universitarios, se han casado, formado sus propias familias, cumplen la ley y trabajan denodadamente en la producción de perniles, salames y embutidos, entre otras delicatesen, para el mercado nacional. Abrieron las puertas del enclave de par en par al turismo y han remodelado instalaciones e invertido en su oferta gastronómica para brindar un mundo nuevo a los visitantes.

“No soy un delincuente”

A horas de cumplirse la resolución del tribunal -esto es las respectivas notificaciones e ingresos a la cárcel- Dennys Alvear hizo de tripas corazón y ya habló con sus tres hijos, el mayor de 10 años: “El papá nunca ha sido un delincuente, pero ha sido castigado y debe ir a la cárcel por algo –de verdad- que no hizo”, les dijo. Irá sin chistar. Espera cerrar así un capítulo de su vida que empezó cuando tenía 13 años (1972) y en el Hospital de Villa Baviera le amputaron su pie izquierdo por un accidente ferroviario. Allí también -siendo paciente- Schäfer intentó bañarlo y “cuando me empezó a jabonar, le pegué en la mano”. Después de un mes de estar internado lo dieron de alta, volvió a Parral y regresó a la Villa con sus muletas porque en el pueblo, en vez de levantarle el ánimo, le hacían bullying.
A diferencia de otros niños chilenos con nombres alemanes, él no fue adoptado y sus padres estuvieron de acuerdo en que regresara a la Colonia donde estudió y trabajó en apicultura, albañilería, administración y fue vocero. Ahí conoció a Eva Laube, chilena como él, pero adoptada por el matrimonio Laube Laib, con quien se casó en agosto de 2000 tras doce años de un pololeo secreto y que lograron mantener a salvo encontrándose de noche o a las 5 ó 6 de la mañana. “Fue un pololeo maravilloso, pero muy tenso. A ella le descubrieron unos papeles que le había enviado y le dejaron la cara morada a golpes”, evoca.
-En sus tiempos de vocero usted llamaba “don Paul” a Schäfer  y lo defendía a brazo partido ¿se acuerda?
-No defendía a Paul Schäfer sino que a la comunidad; con todo lo que sucedió, ahora lamento haberme involucrado tanto; hoy me complica mi situación procesal. Tengo una familia, pero ya decidimos que se quedará en Parral donde vivimos, cuando vaya a la cárcel. Hay que entender que en ese tiempo todos obedecíamos órdenes y no conocíamos otro estilo de vida.
 -¿Nunca se atrevió a enfrentarlo?
-Sí, una vez. Fue en 1996. Yo ya había estado 28 días en la cárcel por el asunto de la retención de menores y harto de soportar eso me fui de la Villa por una semana. Al regresar me recibieron Hopp y Schäfer: “¡Ah!, volviste; anda a dejar tus cosas y hablamos”. Les dije que no había intentado fugarme, pero que quería estar solo y meditar. Tres días después me invitaron a una reunión, a una suerte de juicio. Había 14 personas y cuando entré, espetó: ¡Cómo es posible haberte recogido de la calle y ahora nos traicionas! Me preguntó con quién había estado, qué comí, qué hacía, qué hablé. El interrogatorio duró desde las 20 horas hasta las 3 de la mañana y ha sido el más humillante en toda mi vida. Exploté y le dije que me había ido porque quería saber el porqué de tanta persecución (de las policías) y allanamientos; que él decía que se presentaría a la justicia y no cumplía, pero  por él  varios ya habíamos estado en la cárcel. Lo conminé a decir si era verdad o no lo que se decía afuera (violaciones, abusos sexuales, torturas, desaparecidos). Gritando, me interrumpió y a las 5 de la mañana me mandó a la pieza; dijo que pediría un sicólogo para examinarme porque estaba muy alterado. Yo sudaba. Sabía que el que no cumplía las órdenes al pie de la letra era marginado, menospreciado y humillado delante de toda la comunidad.
-¿No lo castigaron?
-Al día siguiente de esta conversación, me percaté que habían instalado una cámara que costaba $5 millones en mi pieza y cuando pude hablar con Schäfer una semana después porque se escondía, lo encaré: estaba en un sillón reclinable y en una mesa redonda tenía la Biblia y una lupa. Le pregunté por qué estaba siendo vigilado de día y de noche. Se desentendió.  Saqué, entonces de mi bolsillo la cámara; la hice pedazos con un martillo y se la puse encima de la Biblia. Me miró asustado, tomó la radio y llamó a quien la había puesto. Esa fue la última vez que lo vi; era octubre o noviembre de 1996. Siempre dije a la prensa que Schäfer no estaba en la Villa, pero nunca negué que no hubiera hecho las cosas….
-¿Usted sabía que cometía abusos sexuales, violaciones?
-Con los niños alemanes sí lo hizo; cuando Schäfer ya no estaba, varios lo reconocieron, pero no sabían que era un delito; con los niños chilenos tengo mis dudas; él siempre se cuidaba que no saliera nada de él hacia afuera.
-¿Duda de la casi veintena de violaciones y abusos deshonestos cometidos en contra de niños  entre 1995 y 1997 y origen del fallo que lo manda a la cárcel como cómplice?
-Tengo muchas dudas respecto de niños chilenos que hicieron denuncias sobre abusos por parte de Paul Schäfer… Yo no era parte del círculo de hierro, como se dice.
A pesar de  los  reparos del ex vocero,  el fallo de la Segunda Sala de la Corte Suprema precisa en su considerando 24 que de la prueba puede concluirse que Hopp, Seewald, Schnellekamp, Alvear y Mücke eran los directivos de Villa Baviera y que, como tales, constituyeron en ese lugar una especie de instituto que Schäfer nominó “Internado Intensivo” al cual asistían niños de localidades vecinas (principalmente de la Región del Biobío, ubicadas a orillas del río Perquilauquén) que eran reclutados por Mücke y Alvear haciendo firmar a los padres de los menores un compromiso donde se establecía que estarían a cargo de algunas personas de la agrupación, lo que no ocurrió, privándolos de un sistema reglamentario.
Además -se lee en el mismo considerando- debe concluirse que tal organismo permitió a Paul Schäfer violar a algunos de ellos y a otros abusarlos sexualmente en un modus operandi que “generalmente comenzaba con tocaciones en los genitales de los menores cuando los bañaba en el  servicio aledaño a la habitación que ocupaba en la Casa de Huéspedes de la Villa y que continuaba -con algunos de ellos- en el dormitorio donde hacía dormir a los ofendidos”. Los menores del Internado estaban a cargo de Gunther Schaffrick, quien los trasladaba hasta la residencia de Schäfer, lo que también hizo en algunas oportunidades Uwe Collen.
Durante los tres años de vigencia del Internado –consigna el fallo- se produjo la mayoría de los ataques sexuales a las víctimas, aunque también ocurrieron con anterioridad, durante los encuentros de la Juventud Vigilia Permanente que tenían lugar los fines de semana en Villa Baviera, de acuerdo con las denuncias de los querellantes en el tribunal de Parral, representados por el abogado Hernán Fernández y el Sename. El Consejo de Defensa del Estado también se hizo parte en las investigaciones por casos de violaciones, abusos sexuales, secuestros y negativa de entrega de menores que, a partir de enero de 1997, inició el ministro en visita Hernán González García.

Primera denuncia

En un papelito que un amigo del Internado y vecino le llevó a su madre, Cristóbal le refirió el ataque sexual que sufriera el 4 de junio de 1996; le pidió que lo fuera a retirar, lo que se cumplió con la excusa de que tenían que hacer unos trámites en la capital. Tras la respectiva denuncia,  el tribunal  (con el ex juez Norambuena a la cabeza antes que fuera nombrado el ministro González García)  se constituyó en Villa Baviera junto al menor y éste reconoció y encaró a Uwe Collen como el colono que lo llevó hasta la pieza de Schäfer, en la Casa de Huéspedes o Frei house, quien lo acompañó hasta la puerta, entró a recoger su ropa y se fue a dejarla a la lavandería.
Cristóbal, de 13 años por entonces, asistía desde marzo de 1996 al Internado; su madre y sus abuelos eran amigos de los colonos y a solicitud de éstos  ella lo internó; sabía que Schäfer viajaba con el niño al Casino Familiar de Bulnes  y nunca sospechó nada hasta que tuvo en sus manos el papelito. En su denuncia, el niño describe a su agresor como “medio guatón, con la cara media gordita, con un ojo que le llora y (quien) usaba una cuestión en la oreja, era medio sordo parece”.
Relata que tras cruzar la puerta de la habitación cerca de las 9 horas de ese día 4 de junio, el octogenario pedófilo lo hizo desnudarse, lo enjabonó, le tocó sus partes íntimas, lo besó en la cara y en la boca e intentó penetrarlo en dos oportunidades, amenazándolo con pegarle si contaba lo ocurrido. Tres días después lo volvió a llamar; repitió el ritual y lo obligó a acostarse en su cama. En la habitación-describe el niño- había un televisor grande, un teléfono y un ropero, dos sillones y sobre uno de ellos, un arma y él se asustó pensando que lo iba a matar. Agrega que Schäfer estaba acostado sólo con la camisa puesta,  lo tocó en todo el cuerpo obligándolo a que le tomara su pene, mientras el jerarca, a su vez, le tomaba el suyo, tratando de darlo vuelta.
El 15 de julio de 1996, Cristóbal amplió esa declaración ante la Policía de Investigaciones, expresando que antes no había contado todo lo sucedido por vergüenza y miedo a las amenazas recibidas, pero que en las dos oportunidades que lo llamaron a la habitación, Schäfer “empezó a cargarme, a darse vuelta y ¿cómo se llama? Después me lo…., me dijo que me diera vuelta y ahí me dijo… me lo colocó”.
Los relatos de Cristóbal, Danilo y su hermano Johan, Rodrigo y Eduardo,  además del testimonio de Tobías Müller –antes de emprender viaje a Alemania en 1996-, entre otros niños abusados, coinciden en el modus operandi del veterano ya fallecido.
Tobías Müller declara, por ejemplo, que tenía 13 años cuando empezó su servicio a Schäfer; que siempre una persona dormía con él a quien “ocupa para su propia cosa que quiere hacer”, que a él mismo–cuando tenía 11 ó 12 años- varias veces lo llevó al baño, le tocó sus partes íntimas  y lo trasladó a la cama donde lo penetró, que todos los jóvenes en la Villa lo saben y que no hay quien no haya tenido esa experiencia en el enclave  ubicado en la pre cordillera de Maule, en Parral.
A lo largo de sus 57 páginas, el fallo del 25 de enero de 2013 reproduce acápites dramáticos de denuncias y querellas criminales interpuestas por familiares de los hermanos Danilo y Johan, por ejemplo, huérfanos de padre y a quien la madre  enferma, “llevó a la Colonia; después supimos que ella firmó un papel para que fueran repartidos en diferentes familias”, como expresa José Romero Aedo, tío de los menores y a quien éstos confiaron la violencia sexual que estaban viviendo.
La madre, ya fallecida a causa de un cáncer, precisa que obligaba a sus hijos a ir porque estaba sola pues había enviudado tres años antes; que ella estuvo inconsciente en el Hospital de Villa Baviera y que Olalia y Sylvia Vera- amigas de los colonos- fueron a pedirle que firmara un documento para que los niños estuvieran en la Colonia, porque a ella le quedaba muy poco de vida.  Reconoce que tampoco  le creyó a los niños cuando le contaron que habían sido violados -incluso, a uno de ellos que se había escapado a la casa de una tía, en el sector de Semita, lo fue a buscar junto con los alemanes –hasta que su cuñada le abrió los ojos: uno de los niños estaba cosechando frutas y Schäfer lo mandó a buscar con dos alemanes; lo metió a la ducha, sacó su pene “y se lo puso atrás; después le dio dos pastillas, lo duchó de nuevo y lo alejó dos días del resto de niños chilenos”.
Eduardo, otra de las víctimas, narra que antes de dormir, “un tío me llevaba a la casa del Tío permanente, quedando sólo con él” y agrega que cuando dos de los alemanes lo fueron a dejar a su casa, antes de entregarlo a su madre, le dieron de beber dos vasos de un jugo muy picante, que apenas podía tragar y al estar con su familia, “se me olvidaron muchas cosas que habían ocurrido”. Esta denuncia fue interpuesta ante la Policía de Investigaciones el 13 de marzo de 1997;  fecha en la que aparentemente Schäfer ya no estaba en el enclave, pero trascendían a la opinión pública -con carácter de escándalo-  el mismo modus operandi de los hechos que ya en marzo de 1966 denunció Wolfgang Müller, cuando el país se enteró de la primera fuga de un muchacho alemán desde el enclave de Parral, después de dos o tres intentos fallidos.
En la época del 60, Müller denunció los abusos de Schäfer y éste respondió con una querella. Finalmente y a pesar de haber sido sancionado por la justicia (huyó de la cárcel en un caballo robado, según consigna la prensa de la época) regresó a Alemania donde fundó una entidad dedicada a apoyar a las víctimas de la Colonia.
Otra arista de la investigación en contra de la ex Colonia Dignidad la sustancia el ministro Jorge Zepeda, quien indaga delitos de asociación ilícita y de violaciones a los derechos humanos, entre ellos el caso del matemático norteamericano de origen ruso- judío Boris Weisfeiler, quien en los 70 habría sido ejecutado en el enclave alemán.
La entidad perdió su calificación de “benefactora” luego que el ex presidente Patricio Aylwin le cancelara la personalidad jurídica en la década de los 90 y con ello se puso fin a una serie de beneficios que le permitió al líder y a sus cercanos crear un verdadero imperio económico y poderosas redes de protección. Incluso se conoce que las policías habrían descubierto durante los allanamientos alrededor de 40 mil fichas -con fotografías algunas- de personalidades en la Villa, a donde eran invitados. La información clasificada les posibilitaba chantajear incluso a miembros del Poder Judicial.

Dos  años secuestrado

Con la anuencia de su padre Pedro Salvo – a quien le pagaban $200 mil mensuales para gastos y arriendo- Rodrigo, de 13 años, estuvo secuestrado durante dos años por el grupo de colonos, viviendo en distintas ciudades con la familia de Albert Schreiber y del propio Salvo en Chiguayante.  Después de dos años de negativas sobre su paradero, el menor fue entregado a los tribunales y en las negociaciones participó incluso el obispo de San Bernardo, Orozimbo Fuenzalida.
La historia de Rodrigo es, quizás, una de las más dramáticas: como muchos otros, pasó un verano en la Villa y pidió permiso para estudiar en el lugar, lo que le fue concedido. Su madre Verónica Fuentes intentó retirarlo cuando se hicieron públicas las denuncias de otros menores, pero le respondieron que ya lo había hecho su padre, quien, sin embargo, los  había abandonado siete años antes para formar una segunda familia. El niño – uno de los favoritos del octogenario pedófilo, según el testimonio de otros menores- también fue abusado.
Como autores del delito de sustracción de este menor, previsto en el artículo 142 n° 2 del Código Penal, Pedro Juan Salvo Bahamóndez, Gerhard Wolfgang Mücke Koschitzcke, Gunter Schaffrik Bruckmann,Reinhard Zeitner Bohnau, Wolfgang Müller Altevogt, fueron condenados a tres años y un día. Por el mismo delito, los ministros de la Segunda Sala sentenciaron a Diego Soto Marmolejo, Wolfgang Scheuber Hildebrandt, Elizabeth Urrea Apablaza y Víctor Arriagada Marmolejo -en su calidad de cómplices en el delito de sustracción del menor – a 541 días de pena remitida.
Quizás tenga razón el ex vocero Dennys Alvear cuando dice que la vida de quienes vivieron bajo las órdenes de Schäfer ha sido dolorosa y que los nuevos hijos de Villa Baviera no merecen cargar con esa “herencia”; que un buen inicio para revertir  aquel estigma sea el fallo judicial con los años de cárcel impuestos para cerrar el capítulo y que en las páginas de su libro “dejaré en claro cómo fue mi vida aquí, porque yo no fui ningún delincuente como Schäfer”.

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