Francisca Aranda: la científica penquista que brilla a nivel latinoamericano

/ 21 de Noviembre de 2022

 

Estudió Química Ambiental, está terminando un magíster en Ciencias, y ya planea su ingreso a un doctorado. Así de inquieta y llena de ideas es esta joven, que fue seleccionada para ser parte del libro 25 Mujeres en la Ciencia, Latinoamérica 2022, gracias al descubrimiento de un biomaterial que podría contribuir a combatir la contaminación causada por los plásticos de un solo uso.

 Por Cyntia Font de la Vall.

Desde niña, Francisca quería ser científica. Incluso, antes de entender lo que eso significaba. Solo sabía que quería mezclar cosas, y ver qué pasaba. Fue así que en esos tiempos combinó todo lo que encontró a mano: agua, tierra, incluso las cremas y champús de su mamá. Todo servía para los “experimentos” de aquella incipiente investigadora.

También sentía curiosidad por saber cómo funcionaban las cosas. Teléfonos, licuadoras y varios otros aparatos fueron desarmados por sus hábiles manos, hasta que su mamá le pidió que ya no lo hiciera. “Nunca me prohibió nada, me dejaba explorar. Pero como era chica, creo que tenía miedo de que me electrocutara, o algo así”, dice riendo.

Hoy, Francisca Aranda (27) es la prueba de que con esfuerzo los sueños pueden hacerse realidad. Y es que, al revisar su currículum, se ve que esos primeros acercamientos a la ciencia, siendo solo una niña, dieron frutos. Hoy, es química ambiental, está finalizando un magíster en Ciencias, mención Química, en la Universidad de Concepción, y ya tiene en la mira su siguiente desafío: un doctorado.

Pero eso no es todo. Este año, la joven fue seleccionada por la multinacional 3M para ser parte de la segunda edición del libro 25 Mujeres en la Ciencia, Latinoamérica 2022, por su desarrollo de un material súper absorbente, de base biológica, que podría contribuir a combatir la contaminación causada por los plásticos de un solo uso.

Esta publicación de 3M busca visibilizar el trabajo de científicas que están generando un impacto positivo en la región, a la espera de que sus historias y proyectos inspiren a nuevas generaciones de niñas a concretar su sueño de ser científicas, tal como Francisca.

La suma de dos pasiones

Pasada la etapa de los experimentos y de desmantelar los aparatos electrónicos de su casa, Francisca sumó nuevas aristas a su afán científico. Relata que su mamá siempre la motivó a buscar más información sobre lo que le interesaba, a leer y a ver documentales de ciencia, de naturaleza, de animales. Fue así que nació su segunda gran pasión: el medio ambiente.

Para cuando cursaba cuarto medio, en el colegio municipal Juan Gregorio Las Heras, de Concepción, ya estudiaba de manera autodidacta Astronomía, Geología y Paleontología, áreas científicas a las que luego se sumaría Química.

Estaba terminando el colegio, y aún no lograba decidir qué carrera estudiar. “Me gustaban distintas áreas de la ciencia. Entonces, era difícil escoger solo una”, recuerda. Sin embargo, una feria en la que se congregaron distintas universidades para mostrar su oferta académica, le ayudó a resolver su dilema. “Quedé encantada con las carreras de Bioquímica y Química Ambiental, así que tras dar la prueba postulé a ambas. Quedé en lista de espera para Bioquímica, pero no quise esperar a ver qué pasaba, así que me matriculé en Química Ambiental en la Universidad Católica de la Santísima Concepción. Ahora, al pensarlo, sé que fue la mejor decisión, porque la carrera combinaba mis dos pasiones: los experimentos y el cuidado del medio ambiente. Además, desde el primer día de clases encontré que esto era lo máximo”.

El más afortunado error

En 2018, Francisca ya trabajaba en lo que sería su tesis de titulación, la que se vio retrasada por “temas logísticos”, dice. Sin embargo, fue justamente lo que pasó en ese intertanto, en ese alargue de las investigaciones para su tesis, lo que le ha valido los múltiples reconocimientos profesionales que ha alcanzado en estos años.

“Estaba trabajando en un proyecto con Danny García, en ese tiempo mi profesor guía, extrayendo algunas moléculas de la corteza del pino, con las que planeábamos hacer biomateriales que pudieran reemplazar al plástico de un solo uso. Era algo súper novedoso, porque no existían en el mercado ni había grandes estudios sobre esto. Pero, además, nuestro trabajo nos llevó a dar con un biomaterial que no existía a nivel de investigaciones”, relata emocionada.

Pero este revolucionario descubrimiento, así como su interés por la Química Orgánica -base del experimento con cortezas de pino-, nació de otros afortunados eventos.

Todo habría comenzado en su tercer año de carrera, cuando sus notas le valieron una pasantía de seis meses en la PUC, donde cursó el ramo de Química Orgánica. “Éramos como 200 alumnos, y 10 funcionábamos como asistentes de laboratorio o de investigación del Doctor Claudio Terraza. En su asignatura aprendíamos a entrar en la investigación, y veíamos las distintas partes de la Química Orgánica… y me enamoré de ella. Pero, a mi regreso, me encontré con que acá no había mucha especialización en la materia. Por eso, elegí Oceanografía como tema para mi seminario de investigación para optar a la Licenciatura en Química”.

Entre quienes presenciaron la defensa de su seminario estaba el profesor Danny García, quien al terminar la actividad la felicitó por su presentación. También le dijo que sabía que le gustaba la Química Orgánica, área en la que él podía ayudarle proponiéndole temas de investigación para su tesis de título, y apoyándola como profesor guía.

“Empezamos a trabajar con biomasa, específicamente corteza de pino, con procesos de extracción y tratamiento de algunas moléculas de interés ya establecidos. Pero, entre medio, cambiamos algunas cosas, lo que provocó que el experimento no diera el resultado que nos habíamos propuesto. Sin embargo, se trató de un error muy afortunado, porque lo que resultó fue un material desconocido… Como no sabíamos bien qué era este biopolímero, consultamos con un especialista, quien nos dijo que, hasta dónde él sabía, este material no existía en el mundo”, detalla.

25 mujeres en la Ciencia

Gracias al desarrollo de este material súper absorbente, biodegradable, antimicrobiano, antifúngico y, sobre todo, una posible solución a los plásticos de un solo uso, Francisca ha recibido varios reconocimientos.

En 2018 participó de The Falling Walls Lab, certamen organizado por la Fundación Ciencia Joven y la DAAD, de Alemania, que invita a estudiantes, profesionales y personas ligadas al mundo del emprendimiento y la innovación a presentar sus proyectos e ideas. “Postulé, me seleccionaron y debí viajar a Valparaíso, donde se hizo la competencia ese año, para presentar presencialmente el proyecto. Obtuve el segundo lugar a nivel nacional”.

A fines de 2020, también recibió un reconocimiento de la Unión Europea, a través de su embajada en Chile, por la contribución medioambiental que significaba su trabajo de investigación.

Y es que este biomaterial, próximo a patentarse -adelanta Francisca-, permitiría darle múltiples usos. “Lo primero es que, gracias a su textura y consistencia, se le puede dar la forma que uno quiera, lo que ya abre un mundo de posibilidades. Por ejemplo, por ser súper absorbente podría usarse para reemplazar al gel que se utiliza en los pañales o en las toallas higiénicas femeninas, que es un compuesto derivado del petróleo, muy contaminante”, explica.

Añade que también podría ser útil para el mundo agrícola. En este caso, bastaría con depositarlo en la tierra, como un sustrato, para que absorbiera el agua de riego que, luego, iría liberando de forma controlada, logrando mantener la humedad de los suelos y materializando un importante ahorro del recurso.

La relevancia de este descubrimiento fue justamente lo que le permitió a Francisca ser seleccionada -de entre más de 550 postulantes- para integrar el prestigioso grupo de 25 científicas latinoamericanas que, con su labor, demuestran cómo la ciencia puede mejorar nuestra vida.

“A fines de 2021 me informaron que había quedado seleccionada para ser parte del libro de 3M. Cuando postulé, lo hice pensando ‘no pierdo nada con intentarlo, y si no gano, da igual’. Pero cuando me llamaron, me puse a llorar… Es que a veces cuesta creer que a gente como uno le pasen estas cosas, porque vengo de una familia de escasos recursos, y estudié en un colegio municipal… Incluso, pensé que era una broma. Le dije a quien llamaba: ¿Seguro que soy yo? ¿No será otra Francisca Aranda?”, ríe.

Tras la notificación de su nombramiento le pidieron guardar el secreto hasta febrero, cuando en el marco del Día de la Niña y la Mujer en la Ciencia se realizó un evento online en el que se dio a conocer a las 25 ganadoras de la versión 2022 de este libro. “Hace un par de meses se hizo en Santiago un conversatorio de ciencia, llamado Diálogos de Impacto de 3M, al que fuimos invitadas las tres chilenas que aparecemos en el libro este año, junto a las ganadoras de 2021. Nos entregaron un trofeo muy lindo, y un diploma, y la posibilidad de hacer un diplomado en el Tecnológico de Monterrey, que es una de las mejores escuelas de negocios del mundo. Fue bastante bueno”, detalla.

Esfuerzo, disciplina, determinación

Francisca Aranda comenta que siempre fue buena alumna. En el colegio, donde le costaban las Matemáticas y se aburría en las clases de Lenguaje e Historia, igual se las ingenió para tener buenas notas. Y, luego, en Química Ambiental, donde reconoce que algunos ramos le costaban, también consiguió salir airosa. “Mis logros son fruto del esfuerzo. Es bueno ser inteligente, pero el éxito se logra con constancia. Puedes ser muy inteligente, pero si no eres disciplinado, no llegas a nada. Yo siempre fui disciplinada en el tema de los estudios, y todavía lo soy. Por ejemplo, yo siempre me he acostado temprano, no me funciona estudiar de noche, así que a las 10 ya estoy durmiendo. Pero también me levanto muy temprano, a las cinco de la mañana ya estoy despierta. Recuerdo que en el pregrado encontré la forma ideal para estudiar: tuviera o no certámenes, dos o tres días a la semana me levantaba a las 3 o 4 de la mañana a estudiar. Y era bueno, porque a esa hora era cuando había más silencio”, sostiene.

Es probable que esa disciplina y capacidad de trabajo la haya heredado de su mamá, para quien Francisca solo tiene palabras de reconocimiento, gratitud y admiración. “Éramos de clase social baja, por lo que mi mamá tenía que hacer grandes esfuerzos para mantenernos. Ella siempre trabajó. Incluso, en mi época de universidad, atendía un negocio y en la noche trabajaba en aseo en un supermercado. Se iba como a las 10 de la noche a trabajar, volvía a las siete de la mañana a la casa, dormía un par de horas y se levantaba para irse de nuevo al negocio. Yo también quería trabajar, pero nunca me dejó. Me decía: ‘Tú solo dedícate a estudiar. Yo trabajo. Porque si trabajas y estudias, no vas a rendir de la misma forma, y quiero que te vaya bien, que tengas buenas notas y saques tu carrera’. Por eso, siempre he dicho que el haber podido llegar a la universidad, y estudiar lo que quería, se lo debo todo a mi mamá”, enfatiza la joven.

Eso sí. Todos los veranos Francisca trabajaba. Lo hizo en Lirquén, como ayudante de cocina, y “sin ni siquiera saber cocer un huevo”, dice entre risas. “Mi función era freír las empanadas. Imagínate: temperatura de verano, dentro de una cocina y friendo… era un calor de locura. Pero tenía que hacerlo, porque con ese dinero me costeaba la matrícula de la universidad y mis cosas”.

La determinación de Francisca también se puso a prueba en 2019. Unas semanas antes de que defendiera su tesis de título, el profesor Danny García, con quien venía trabajando en el biopolímero que habían descubierto, falleció producto de un cáncer.

Perder a su profesor guía justo antes de la presentación de su tesis fue un duro golpe para la joven científica, pues a la dificultad de terminar este proceso sin la orientación del académico, se sumó el dolor de perder a un amigo, con quien había compartido su pasión por la ciencia por varios años. Sin embargo, una vez más, se rearmó. Y, a pesar de la pena, defendió su tesis exitosamente.

Hoy, se encuentra dedicada a la docencia, y ya preparando la tesis de su magíster. En ella, está trabajando con compuestos derivados de elementos naturales, buscando lograr un material capaz de remover contaminantes del agua, específicamente productos farmacéuticos, como los antibióticos. “También he visto otras posibilidades, quizás usarlo para la remoción de metales, de la parte de los lixviriados de las mineras, para así evitar que contaminen los suelos o el agua… La verdad es que tengo muchos planes y muchas ideas. Y de eso se trata, de mezclar el trabajo duro, la constancia y también la pasión, porque uno siempre tiene que estar enamorándose de lo que hace”, sentencia.

 

O’Higgins 680, 4° piso, Oficina 401, Concepción, Región del Biobío, Chile.
Teléfono: (41) 2861577.

SÍGUENOS EN NUESTRAS REDES SOCIALES