Es el paciente que más tiempo ha estado internado por Covid-19 en el Hospital Las Higueras, y muchas veces estuvo al borde de la muerte. Sin embargo, Guillermo logró sobreponerse a las múltiples complicaciones que le impuso la enfermedad y, aunque aún está en proceso de rehabilitación, está feliz porque pudo volver a casa, con su pareja y su pequeño hijo.
Por Cyntia Font de la Vall P.
2021 casi no existió para Guillermo Loeza Arqueros (25). Fue un año que transcurrió entre las sombras de la sedación a las que las complicaciones de su cuadro por Covid le condicionaron. Dormía y despertaba en intervalos irregulares, permaneciendo por meses en una suerte de vigilia constante que -de a ratos- no le permitía estar seguro de cuál era la realidad, o hasta dónde llegaban los sueños en extremo vívidos que experimentaba mientras estaba adormecido.
Nueve meses estuvo internado en el Hospital Las Higueras, de Talcahuano. 270 días que comenzó enfrentando una grave neumonía que obligó a sus médicos a conectarlo a una membrana de oxigenación extracorpórea (ECMO), y que siguió con una serie de eventos y complicaciones propias de su gravedad y del tipo de dispositivos que debía usar.
Relata que debió soportar vías y cánulas conectadas en distintas zonas de su cuerpo, vivir una esternotomía, una laparotomía, una traqueostomía, varios cuadros de septicemia y dos drenajes de abscesos hepáticos, y que hoy su cuerpo está lleno de cicatrices. Pero no le importa, dice, “porque son la muestra de que soy un sobreviviente”.
Una hipoxia “feliz”
Guillermo no tiene claro cómo se contagió. Afirma que él y su pareja eran muy responsables con su cuidado, pues no querían poner en riesgo a su pequeño Agustín, nacido en agosto de 2020. Salían de casa solo lo necesario, “siempre con la mascarilla adecuada, y bien puesta, y preocupándonos de lavarnos las manos cada vez que podíamos”.
Era marzo de 2021 y, por el WhatsApp del edificio en que vivían, se enteraron de que su vecino estaba contagiado de Covid- 19, y que haría la cuarentena en su departamento. “Nunca tuve contacto con él, pero uno se pone a pensar que quizás los dos tocamos el interruptor de la luz o las barandas de la escalera. No sé”.
Guillermo estaba estudiando Ingeniería Mecánica Automotriz y solo le faltaba realizar la práctica laboral, la que había postergado por la pandemia y para acompañar a su pareja durante su embarazo y los primeros meses de vida de su hijo. Por las noches, trabajaba cuidando una casa cercana, a la que había optado por llegar en bicicleta para evitar los riesgos de contagio de subirse a la locomoción colectiva.
“Me contagié a fines de marzo o abril”, comienza tratando de recordar con exactitud los hechos que, reconoce, están un poco confusos desde que empezó a cursar la enfermedad. De lo que sí se acuerda es que no había podido vacunarse contra el Covid-19, pues los jóvenes de su edad aún no eran llamados para inocularse. También tiene claro que sus primeros síntomas fueron malestar estomacal, un poco de dificultad para respirar, y fiebre elevada que, de a ratos, llegaba hasta 41 grados. “Inmediatamente, fuimos con mi pareja a hacernos un PCR, del que nunca nos avisaron el resultado”, se queja. “Contactamos a unos conocidos del área de la salud, y fueron ellos quienes nos dijeron que éramos positivo, así que llamamos a la Seremi (de Salud) para decir que queríamos irnos a una residencia sanitaria”.
Fue así que llegaron al hotel El Dorado, en Concepción, donde Guillermo siguió con malestares y fiebre elevada, que su mujer trataba de bajar con paños fríos y los analgésicos que le daban en el lugar.
Un par de días después, al ver tan bajos sus niveles de saturación de oxígeno, los funcionarios de la Seremi decidieron trasladarlo a un hospital. “Recuerdo que me sentía relativamente bien. No era tanto lo que me costaba respirar, pero me dijeron que se trataba de una ‘hipoxia feliz’”.
El Dr. David Kraunik, jefe de la Unidad de Paciente Crítico (UPC) del Hospital Las Higueras, explica que la hipoxia silenciosa o “feliz” es un estado en el que la persona no siente dificultad respiratoria, falta de aire o aceleración de la respiración, a pesar de que su nivel de oxígeno en la sangre es extremadamente bajo. “Esto es muy peligroso, pues puede privar al cuerpo de aire sin dar síntomas y dañar irreparablemente órganos vitales, si no se detecta a tiempo”, dice.
Guillermo recuerda que no entendía por qué lo pusieron en una camilla para sacarlo del hotel y subirlo a la ambulancia, si él sentía que podía caminar. “No tenía idea de que estaba tan mal”, dice. Y recién ahora comprende la preocupación en la cara del paramédico. “Me miraba como pensando: este cabro no va a sobrevivir”.
Antes de dejar el hotel, le dijo a su pareja que no se preocupara, que todo iba a estar bien, y que en unos días ya estarían en casa, con su hijo. “Y de ahí pasaron nueves meses hasta que pude cumplir lo que le dije”.
Complicaciones de una estadía prolongada
Ya en el hospital, pudo enviar algunos mensajes a su familia diciéndoles que estaba bien. Y al día siguiente, avisándoles que lo iban a intubar. “Creo que estuve consciente un par de días, pero no estoy seguro. Desde entonces no recuerdo bien nada más, aunque me han dicho que me sedaron y que vine a despertar unas semanas después”.
De ahí en adelante, una nube de confusión le esconde lo transcurrido en los meses siguientes, periodo en que más de una vez estuvo al borde de la muerte, relata el Dr. Kraunik. “Guillermo entró a la UCI por una neumonía grave por Covid-19. Había estado con ventilación mecánica pero, desgraciadamente, hizo una falla respiratoria catastrófica, lo que implicó que el soporte de ventilación mecánica no fuera suficiente para mantenerlo con vida mientras se resolvía la infección. Por ello, debimos conectarlo al ECMO”.
El jefe de servicio detalla que fueron 112 los días que el joven debió mantenerse conectado a esa máquina, casi cuatro meses en que cursó otras complicaciones y que el equipo de salud debió luchar para estabilizarlo en reiteradas oportunidades. “Fueron varias las veces que creímos que no lo iba a lograr, y los eventos que fueron afectando su estado a lo largo de los casi siete meses que estuvo en la UCI, generaron que requiriera sedación muchas veces, en distintas etapas de su estadía”.
-Mientras estaba sedado, ¿Guillermo era consciente de lo que sucedía a su alrededor?
“La estadía de un paciente extremadamente grave, como estuvo Guillermo, tiene distintas fases. La primera, involucra que la persona está sedada y no tiene ninguna conciencia de lo que está ocurriendo, aunque hoy sabemos que eso no impide que tengan algunos recuerdos incompletos de ese periodo. Luego, cuando están más estables, se comienza a retirar la sedación, y recién entonces el paciente empieza a tener más conciencia de lo que está pasando”.
-¿Por qué no se le mantiene sedado permanentemente para evitarle molestias y dolores?
-”Hay que aclarar que a todos los pacientes los manejamos con analgésicos, para ayudarles con el dolor, pero solo a algunos además con sedación. De acuerdo con lo que estén necesitando, es el grado de sedación que manejamos. Esto, porque si bien sedarlo nos facilita algunas intervenciones de soporte o procedimientos invasivos, y pudiera ser parte de una estrategia para otorgarle comodidad, debemos ponderar los beneficios versus los problemas que pudiera ocasionarle ese estado al paciente”.
-¿Cuáles son los riesgos de mantener la sedación?
-“Básicamente, la sedación prolongada se asocia a la posibilidad de pérdida de habilidades cognitivas. En pacientes sin daño neurológico anterior pueden ser cambios muy sutiles, pero en pacientes de mayor edad o que ya tienen un deterioro previo, puede implicar complicaciones o secuelas muy serias. Es por ello que la sedación debe usarse por el mínimo tiempo posible, y ese mínimo debe ser en el contexto de una indicación justificada en beneficio del paciente”.
El Dr. Kraunik agrega que no solo la sedación puede tener efectos no deseados. La estadía prolongada en la UCI también puede ocasionar problemas físicos, motores, funcionales e, incluso, psicológicos. “Imagínate lo que significa sacar a un chiquillo de 25 años de su vida por casi un año, alejarlo de su círculo familiar, de sus actividades habituales y, en su caso, perderse de estar con su pareja y su hijito, que está recién comenzando su vida. Todo eso, sin duda, tiene implicancias en cómo se relaciona con su entorno. A eso se suma la desorientación por no tener clara su realidad, no tener conciencia del tiempo, y el obvio temor de no saber si se va a recuperar o no. De verdad que es una situación muy fuerte”.
Y así lo dan a conocer distintos estudios, que señalan que muchos de los pacientes que sobreviven a la UCI desarrollan trastornos ansiosos o del ánimo o, incluso, estrés postraumático.
Un estudio publicado en 2021 en la Journal of American Medical Association, realizado en Italia a pacientes que habían estado hospitalizados por Covid-19 arrojó que un 30,2% de ellos había desarrollado trastornos de estrés postraumático. En particular, episodios depresivos (17,3%), episodios hipomaníacos (0,7%), trastornos de ansiedad generalizada (7%) y trastornos psicóticos (0,2%). Guillermo, que ya lleva casi tres meses de alta, y que al parecer no ha desarrollado ninguno de estos síntomas abiertamente, sostiene que la posibilidad de ver seguido a su familia, gracias a las constantes excepciones que hacía en su caso el equipo de salud del hospital, le habría ayudado a superar la angustia e incertidumbre de su situación.
“No podía confiar en mi mente”
Mientras estuvo internado en la UCI, el joven reconoce que lo que más le complicaba era no poder confiar en lo que su mente le mostraba como real. “Son muchos los periodos de mi estadía que no recuerdo. Creo que a ratos despertaba y era consciente de lo que pasaba a mi alrededor… Aunque puede ser solo idea mía, y quizás nunca desperté”, se cuestiona.
De lo que sí se acuerda claramente es de los muchos sueños que tuvo, todos tan reales que -mientras soñaba- podía jurar que estaban pasando de verdad.
“Un día desperté y estaba mi familia alrededor de la cama. Traté de moverme, pero no pude. Miré mi cuerpo y casi me morí al ver cómo estaba, todo destrozado, con edemas por todos lados, y conectado a máquinas. Fue entonces que recordé que había chocado en el auto, y en mi mente reviví claramente el accidente, que había sido cerca del aeropuerto. Fue como si lo volviera a vivir en cámara lenta. Pude ver cuando el auto se salió del camino, cuando mi cuerpo empezó a irse hacia adelante, a estrellarse con el vidrio. Vi cómo el auto se iba deformando por el impacto, cómo saltaban los cristales, sentí el dolor de mi cabeza atravesando el parabrisas. Recordé cuando llegó la ambulancia a tratar de sacarme, y cómo perdí la conciencia (…) Cuando me dijeron que ya habían pasado cinco años, me puse a llorar, les reclamé pon no haberme despertado antes, y veía la cara de desesperación de mi familia. Podía escucharme gritándoles, pero no era cierto. Mi familia realmente estaba ahí, pero yo no podía hablar porque estaba con la traqueostomía… Yo podía jurar que estaba hablando, me escuchaba a mí mismo en mi mente, pero no era real”, relata aún sorprendido Guillermo.
Dice que ese día le costó mucho convencerse de que estaba ahí por el Covid, y no por un accidente automovilístico y que, aunque había perdido varios meses de su vida, en ningún caso habían pasado cinco años.
Sueños como ese, y otros aún más angustiantes, se repitieron a lo largo del tiempo en que Guillermo dormía y despertaba. Los sueños cambiaban, pero la angustia por nunca saber si realmente estaba viviendo lo que creía o si seguía soñando era constante.
Un cumpleaños distinto
A las 23.59 horas del 7 de julio de 2021, un minuto antes de que fuese su cumpleaños número 25, el equipo de turno en la UCI del Hospital Las Higueras entró a la unidad y se acercó a la cama de Guillermo cantando Cumpleaños Feliz. Llevaban guantes quirúrgicos inflados a modo de globos, carteles con buenos deseos y fotos del joven y de su familia, las que pegaron a su alrededor. “Fue una linda sorpresa. Me pusieron en una tablilla tilt, que me ayudaba a estar de pie, y me llevaron un helado de agua de piña y un chocolatito… Ya días antes habíamos hecho pruebas de que podía comer sin que lo ingerido llegara a mis pulmones, así que -a falta de torta- elegí el helado para celebrar mi cumpleaños”, cuenta.
Pero la celebración continuó. Al día siguiente, le avisaron que lo llevarían a un procedimiento, y comenzaron a movilizarlo “con todo y tanque de oxígeno”. “Lo raro es que iban por el pasillo diciendo: ‘Despejen, despejen, código 7’, que es para los casos de Covid. Y, de repente, ahí estaba mi familia gritando: ¡Sorpresa! Me emocioné mucho, porque nunca pensé que ese cumpleaños iba a poder pasarlo con mi familia. Estaban mis papás, mi pareja, mi hermana y mi cuñado. Gestionar eso fue un gesto muy lindo de la gente del hospital”, dice de nuevo emocionado al recordar ese momento que -afirma- le dio fuerzas para seguir adelante.
“Estuve muchas veces a punto de morir”
Y ¡vaya que necesitó esa cuota extra de ánimo!, pues en sus meses de internación Guillermo debió enfrentar múltiples complicaciones que, no solo lo llevaron a perder más de 50 de los 104 kilos con que llegó al hospital, sino que también fueron eventos que pusieron en riesgo su vida.
“Cuando me conectaron al ECMO, me pusieron una cánula femoral y otra en el cuello, la que se reventó, así que tuvieron que hacerme una esternotomía de urgencia. Me abrieron el pecho para reparar la vena y en la operación, mi cuerpo no dio más… Dicen que tuvieron que masajearme el corazón con la mano para que volviera a latir”, relata Guillermo.
Añade que también vivió cuadros de septicemia, infecciones intrahospitalarias, una cirugía en la lengua y una laparotomía exploratoria, y que debió ir dos veces al Hospital Regional para que le drenaran líquido del hígado. “Cada cierto tiempo había venas que se debilitaban, que se tapaban, que irrigaban mal… Me cuentan que muchas veces estuve a punto de morir pero, por suerte, no lo recuerdo. Solo cuando ya había salido de la gravedad desperté completamente”.
Hoy sus brazos están llenos de marcas “por todo lo que me inyectaron y conectaron”, y sus piernas tienen lo que parecen “quemaduras de cigarro”, resultado de los puntos de fijación de la cánula que le instalaron por la vía femoral. “Tengo el abdomen con cicatrices que llegan hasta la espalda, y este parche (indica su cuello) que cubre el estoma de la traqueostomía, que aún no ha cerrado (…) Todo eso fue duro, pero no tanto como afrontar la realidad y darme cuenta de que perdí nueve meses de mi vida. Eso sí duele, porque me perdí los primeros meses de mi hijo, sus primeros pasos, sus primeras palabras y celebrar con él su primer cumpleaños”, se lamenta.
Una recuperación excepcional
Tanto el virus de Covid-19 como los tratamientos invasivos y la inmovilidad prolongada generaron en Guillermo complicaciones que ha debido intentar revertir con rehabilitación, proceso que inició precozmente cuando aún estaba en la UCI. Así lo señala el médico fisiatra de la UPC, el Dr. Leonardo Suazo. “Iniciamos temprano el proceso de rehabilitación para tratar de aminorar las secuelas físicas y funcionales que se asocian a un cuadro como el de Guillermo, que estuvo semanas sin movilización espontánea”.
Añade que los pacientes Covid principalmente enfrentan complicaciones cardiovasculares y cardiorespiratorias, porque pierden capacidad funcional, lo que implica que se cansen y sientan que les falta el aire al moverse. Eso iría de la mano con la “miopatía de paciente crítico” (pérdida de masa muscular), que puede complicarse con la neuropatía (daño en los nervios).
“El otro sistema comprometido es el fonoaudiológico, porque el hecho de estar intubado y tener un elemento extraño (traqueostomía) genera parálisis de cuerdas vocales. Eso significa que el paciente tiene que trabajar para recuperar la voz y la capacidad deglutoria, que también se ve afectada porque las cuerdas vocales ayudan a tragar”, explica.
Debido a su largo periodo de inamovilidad, Guillermo presenta una miopatía de paciente crítico severa. Sin embargo, gracias a su juventud y su buen estado de salud previo, el pronóstico es alentador. “Le faltan hitos por lograr, pero ya es prácticamente autovalente en sus actividades de la vida diaria: se viste solo, se baña solo, come solo, y eso es en gran parte gracias al trabajo de kinesiólogos y terapeutas ocupacionales. Además, la fonoaudióloga le ayudó a recuperar su voz y a deglutir sin problemas. Va bien encaminado, pero debe seguir su proceso de rehabilitación, sobre todo su entrenamiento cardiorespiratorio y muscular, porque refiere que aún se cansa al hacer cosas (…) La recuperación de Guillermo ha sido excepcional, porque salió de ECMO, estuvo muchísimo tiempo en Cuidados Intensivos, perdió más de 50 kilos y, aun así, sus secuelas parecen ser mínimas”.
¿Por qué a mí?
Guillermo reconoce que, si bien estar hospitalizado tanto tiempo fue un proceso difícil, aprendió cosas que nunca olvidará. “Me di cuenta de que la familia es lo más importante, y que ante situaciones como esta son lo que uno más extraña. Su apoyo, su cariño, eso es lo que uno más necesita para salir adelante. Fueron un pilar fundamental en mi proceso de recuperación”.
Agradece que siempre estuvieran pendientes, y que lo visitaran a pesar de las incomodidades que les significaba. “Tenían que entrar cubiertos completos, con gorro, mascarilla, antiparras, escudo facial, guantes, batas y hasta cubrezapatos. Se lo transpiraban todo, pero igual venían a verme. Yo lo pasé mal, pero ellos también sufrieron mucho, porque más de una vez les dijeron que no lo iba a lograr y que tenían que despedirse de mí”.
Asimismo, agradece la dedicación del personal de salud. “Me ayudaron mucho, tuvieron lindos gestos y con varios se formó un vínculo que todavía mantengo. En la UCI, todos me decían que no me diera por vencido, que siguiera luchando. Mi fonoaudióloga se esmeró en que yo pudiera volver a hablar, a pesar de que más de una vez lloré de frustración porque no lo lograba. Y en rehabilitación, mi ‘kine’ y los terapeutas ocupacionales me siguieron exigiendo cuando yo decía que no podía más, que me dolía demasiado. Y ahora, gracias a todos ellos, estoy vivo, puedo caminar, hablar y hacer casi todo por mí mismo. Hoy, hasta me vine manejando solo”, dice sin ocultar su orgullo.
Pero sobre todo, agradece a su pareja, que debió hacerse cargo sola de su hijo estos meses. “Estar tanto tiempo hospitalizado fue difícil. La pena y la soledad de a ratos me ahogaban. Sentía una opresión en el pecho, me faltaba el aire, y me preguntaba ¿por qué a mí? Pero después entendí que la pregunta no era por qué me había enfermado, sino por qué había sobrevivido. Y era para volver con mi familia, y aprovechar el tiempo con mi pareja y mi hijo (…) Estoy orgulloso de cómo ella enfrentó todo esto, y cómo se preocupó de que aunque mi hijo no pudiera verme, supiera que yo era el papá. Por eso, cuando volví a la casa, y él fue hacia mí, gritándome ‘Papá’, todos los meses en el hospital se me olvidaron”.