¿Quién, alguna vez, obnubilado por la sensación de plenitud total que le provocaba sentir el roce de manos de su pareja, no le juró amor eterno un 14 de febrero? Lástima que la fábula del amor eterno sea sólo un mito, porque esa suerte de hechizo que nos hace caminar como si flotáramos tarde o temprano se termina o, simplemente, se desgasta, siendo sus peores enemigos el tiempo, la rutina y la convivencia.
Hace unos años tuve el privilegio de cenar con el Premio Nacional de Ciencias Humberto Maturana, connotado científico, filósofo, catedrático, un sabio que ha revolucionado el mundo de la neurociencia con sus teorías sobre la Biología del amor. Durante la velada, me entregó valiosas claves sobre cómo lograr que la rutina y la convivencia no terminen matando el amor.
Para él, la base fundamental de una relación duradera consiste en aceptar al otro en su esencia y legitimidad, respetando su propia concepción del mundo. Sólo reconociendo que cada uno es un universo en sí es posible construir una vida en pareja. “Durante la etapa de enamoramiento, uno quiere todas las dimensiones de cercanía con el otro, no le ve ningún defecto y vive en un estado de enajenación, una locura temporal que Platón describió como delirio divino”, me comentó.
Las dificultades comienzan cuando se empieza a compartir el día a día, cama, pieza, baño, tiempos libres y se descubren las imperfecciones del otro. Todos hemos percibido la enorme sombra del desencanto al cabo de unos meses junto al ser amado. Quien diga lo contrario está mintiendo o, tal vez, encontró el Santo Grial de ese tipo de amor, que permanece intacto desde el primer cruce de miradas.
Admitamos que quienes vivimos en pareja transitamos por períodos idílicos, pero también sorteamos tempestades. ¿Qué hacer para mantener la armonía? Según Maturana, hay sentimientos y conductas que deben estar siempre presentes para lograr que el amor permanezca: el respeto, la confianza, la honestidad, la comunicación y la mutua colaboración, todas contenidas en los versos del poeta libanés Khalil Gibran.
“¿Has leído El Profeta?”, me preguntó. “Si lo analizas a conciencia, entenderás que el verdadero amor permite que el amado surja como legítimo otro, respetando su autonomía con una confianza cimentada en honestas y profundas conversaciones, de alma a alma, apoyándose para crecer como seres independientes. Si quienes ansían recorrer un camino juntos lo leyeran, aprenderían a superar las crisis. Léelo”, me recomendó.
Siempre tengo El Profeta en mi velador. Sus versos me recuerdan los postulados de Maturana y también la autonomía que quien ama de verdad debe entregar a su compañero. Qué sabiduría la de Gibran al escribir: “Amaos, pero no hagáis del amor una prisión… dejad que el viento dance entre vosotros… y así permaneceréis juntos hasta que las blancas alas de la muerte disipen vuestros días, porque el encino y el ciprés no crecen uno a la sombra del otro”.