Karen Thal, gerenta general de CADEM:

/ 28 de Abril de 2022
Karen Thal, gerenta general de CADEM

Lidera una de las empresas de sondeos de opinión más dinámicas de Chile, y la información recabada la lleva a creer que el nuevo gobierno enfrenta el mismo problema que el de Sebastián Piñera, cuando en su primera administración se rodeó de tecnócratas. También tiene datos que develan una brecha entre las percepciones de directores o gerentes de grandes empresas y las de sus trabajadores, los que compartió con los socios de Irade en su visita a Concepción.

Es psicóloga y MBA por la Pontificia Universidad Católica de Chile, parte del Programa de Alta Dirección de Empresas y con trayectoria en los directorios de entidades emblemáticas, como Icare, Hites y SG S.A. Se trata de Karen Thal, gerenta general de CADEM, quien visitó Concepción para exponer a los socios de Irade un análisis estadístico muy profundo. “La relación de las empresas y sus públicos de interés evidencia una enorme brecha de expectativas, sobre todo en los trabajadores más jóvenes y la ciudadanía en general. Desde 2002, al menos, la confianza en el sector privado ha ido cayendo sistemáticamente. ¿Por qué? Porque la élite se miró el ombligo y nadie vio venir la ola”, dijo.

En el camino, Karen Thal también habló de política. Del primer gobierno que no tuvo luna de miel, de las canas que seguramente surgirán en el Ejecutivo al tratar de mantener el sistema sobre ruedas, y el brebaje de crisis que se nos viene para los próximos años: crisis sanitaria, política, social y, sobre todo, económica.

Sin pelos en la lengua, recalcó que desde hace tres semanas el “rechazo” le gana al “apruebo” en el plebiscito de la Convención Constitucional, pero que -cualquiera sea el resultado- no existirá el crecimiento económico suficiente para cubrir los déficits sociales que quedaron a la vista del mundo el 18-O en el mediano plazo: vivienda, pensiones, salud y educación.

Brecha entre directores y trabajadores

-¿En qué, o en cuáles grupos de interés se juega hoy la confianza pública de las empresas?

-La confianza en los empresarios se construye en base a tres dinámicas: la relación de la empresa con los trabajadores, a quienes tienen más cerca; la relación de la empresa con el cliente, que es muy importante y, luego, la relación de la empresa con la sociedad, que incluye a las comunidades, el medio ambiente y los proveedores, entre otros.

Creo que cada vez más se ha hecho importante el cómo las empresas se relacionan con stakeholders que están más lejos que sus trabajadores: la relación de la empresa con la sociedad. Una sociedad que ya no solo espera que la empresa entregue un producto o servicio, sino que también tenga un rol social, un propósito además del económico, que sea un aporte a la sociedad, que esté comprometida con el país y con querer mejorar la calidad de vida de todos. Esto más allá de solo generar empleos o vender algo. Eso es lo que más ha cambiado.

-Usted también ha concluido que hay una brecha en la percepción de líderes empresariales y de trabajadores. ¿En qué se traduce?

-Hace poco hicimos un estudio en conjunto con PricewaterhouseCooper, en el que hicimos la misma pregunta a gerentes generales, directores y trabajadores de grandes empresas, y vimos que hay una brecha gigantesca entre cómo perciben la empresa los gerentes y directores, versus los trabajadores. Por ejemplo, la confianza en la empresa, que es alta en los gerentes y directores, en los trabajadores está bajo el 50 por ciento. Cuando preguntamos si la empresa aporta a la sociedad, los gerentes y directores dicen que sí, pero los trabajadores no opinan lo mismo. O cuando les preguntamos si los gerentes están conectados con la realidad de los trabajadores, el 70 por ciento de ellos dice que sí, pero solo un 20 por ciento de los trabajadores está de acuerdo.

-¿Hay un factor generacional que lo explique?

-Está en los datos. De hecho, donde se produce la principal brecha es en el segmento de los menores de 35 años. Los mayores de 40, en general, se sienten más cerca de los objetivos de la empresa. En cambio, los menores de 35 sienten que la empresa donde trabajan no trata bien a los clientes, a los proveedores y al medio ambiente. Los más jóvenes esperan más, y no sienten que tengan que estar vinculados a una empresa por tanto tiempo en su vida.

-En base a sus datos, también sostiene que empresarios y ciudadanía tienen dolores distintos. ¿Por qué?

-Por muchos años vivimos una desconexión, en que la élite en Chile se ha encerrado en sí misma. Lo dijo Raghuram Rajan, autor de Salvando el capitalismo de los capitalistas: el problema en Chile no es solo la élite como tal, sino que -además- es como un country club, especialmente en Santiago. Comparte lugares de vivienda y vacaciones, espacios de estudio, trabajo, entretención y deportes. Hay dos Chile, y la élite no fue capaz de tomarle el peso a esta desconexión. Del 18 de octubre de 2019 hacia adelante esto reventó, y desde entonces se han producido muchas más conversaciones… La élite resolvió la crisis del 18-O con un proceso constituyente, pero ahora es el conflicto mapuche el que ocupa espacio diario en las noticias nacionales, al igual que la inmigración en el norte.

-Usted plantea que la caída de la confianza en la empresa no empezó el 18-O.

-Así es. Esto partió hace muchos años, en 2002, y quizás no lo
hemos querido ver.

Directorios del pasado

-Los directorios de la empresa IPSA, de acuerdo a sus variables de análisis, son muy estereotipados. ¿Es eso parte del problema que vivimos hoy?

-Creo que las empresas privadas se están quedando en el pasado en la conformación de sus directorios. Desde el mundo privado, estamos acostumbrados a criticar al sector público por ser lento y burocrático, pero Mario Marcel acaba de anunciar que va a haber directorios paritarios en todas las empresas públicas, con lo que le está dando una lección al mundo privado. Un 47 por ciento de las empresas que reportan a la Comisión para el Mercado Financiero tiene “cero” mujeres en sus directorios, y hay un grupo grande que tiene una sola. Si las mujeres son más del 50 por ciento de la población, cuesta entender que para esos cargos solo se encuentren hombres. Eso nos deja en el pasado, y un gobierno joven nos está dando lecciones de paridad. Ahora, esto no solo se da en género, sino también en edad. El promedio etario de los directores bordea los 60 años. Además, las profesiones suelen ser las mismas: abogados e ingenieros civiles. Estamos avanzando, pero falta mucho.

-Usted evidencia una desconexión entre la nueva élite (Convención Constitucional) y la ciudadanía. ¿A qué lo atribuye? ¿Cree que eso lleve a un rechazo en el plebiscito de salida, o que quizás se enmiende el rumbo del texto con tal de que lo trabajado no fracase?

-Cuando se eligió la Convención había una fuerte conexión entre ella y la ciudadanía, que sentía que se elegía a un grupo que los representaba. De hecho, la Convención tiene mucha más diversidad sociocultural que, por ejemplo, el Congreso. Y eso se celebraba. Sin embargo, todos los episodios faranduleros de la Convención fueron dañando su credibilidad: el caso Rojas Vade, la “Tía Pikachú”, convencionales cantando, etc. Eso no ayudó a seguir conectando con la opinión pública.

Sin embargo, lo más importante es que la Convención de a poco fue dominada por constituyentes que vienen de colectivos elegidos por grupos pequeños, que están muy preocupados de defender hasta el fin su propia causa, más que de entender que entre todos deben construir un texto consensuado que represente a todo Chile. Se fueron aprobando cosas que no están alineadas con la mayoría. Por ejemplo, la mayor parte de la gente quiere un solo poder judicial, cree que Chile es multicultural y no plurinacional, no quiere escaños reservados para los pueblos originarios, cree en la propiedad privada y quiere elegir quién administra su fondo de pensiones. Entonces, la Convención se ha ido alejando del sentido común de la mayoría de los chilenos. Y, por ello, hace tres semanas que el rechazo superó al apruebo en nuestras encuestas, y no veo que la Convención esté reaccionando a eso.Sin embargo, lo más importante es que la Convención de a poco fue dominada por constituyentes que vienen de colectivos elegidos por grupos pequeños, que están muy preocupados de defender hasta el fin su propia causa, más que de entender que entre todos deben construir un texto consensuado que represente a todo Chile. Se fueron aprobando cosas que no están alineadas con la mayoría. Por ejemplo, la mayor parte de la gente quiere un solo poder judicial, cree que Chile es multicultural y no plurinacional, no quiere escaños reservados para los pueblos originarios, cree en la propiedad privada y quiere elegir quién administra su fondo de pensiones. Entonces, la Convención se ha ido alejando del sentido común de la mayoría de los chilenos. Y, por ello, hace tres semanas que el rechazo superó al apruebo en nuestras encuestas, y no veo que la Convención esté reaccionando a eso.

-Usted plantea que tanto la ciudadanía como los trabajadores se sienten abusados por las empresas y la élite. ¿Por qué?

-Sienten como abuso que las empresas repartan muchas utilidades, mientras que hay grupos grandes de trabajadores que ganan menos de 500 mil pesos en esa misma empresa. Sienten como un abuso que haya que salir de la casa a las siete de la mañana y volver a las nueve de la noche, o que tengan que pedir un día de vacaciones para recibir una encomienda, que a veces tampoco llega, y llamar a un call center donde nadie resuelve el problema. Sienten abuso en la letra chica, en los contratos de los que no te puedes salir, o solo sales con mucho trámite y pérdida de tiempo. También contribuye a la sensación de abuso la colusión de las empresas, el financiamiento irregular de la política y el daño al medio ambiente.

-En ese sentido, ¿qué opina del “greenwashing”, el mostrarse como una empresa verde?

-No es la idea, y ya no sirve de nada. Las empresas deben ser un aporte social, pero desde lo que hacen, desde su producto o servicio. No saco nada de hacer mis procesos de manera no sostenible, pero destacar que tengo una escuela en tal sector vulnerable.

Reprobados en felicidad

-Según la encuesta Felicidad Mundial 2022, somos el cuarto país más infeliz del planeta. Asumiendo que los resultados son fiables, ¿a qué atribuye ese estado de cosas?

-Tiene que ver con que no podemos estar en un peor momento. Todos estamos saliendo de a poco de la pandemia, pero los chilenos -además- tenemos crisis sobre crisis. Tuvimos un estallido social en 2019, y en marzo de 2020 temimos otro que no se dio por la pandemia. Entonces, tenemos una crisis sanitaria y una económica, sobre otra social y política.

-¿Siente que puede haber un estallido 2.0?

-Sí, pero no sé si va a pasar. Se nos viene un periodo económico especialmente serio, la inflación va a seguir creciendo y la gente va a seguir sintiendo que la plata no le alcanza. Tenemos un gobierno sin luna de miel. ¿50 por ciento de desaprobación antes de cumplir el mes? Eso no lo habíamos visto nunca. Descontento social con inflación, poco crecimiento proyectado para este año. Y ya sea que en el plebiscito gane el apruebo o el rechazo, va a ser por poco. En ambos casos, no vamos a sentir que resolvimos esto con un gran consenso.

Mirar al futuro

-Usted concluye que Chile no va a volver a ser el mismo. Con la información que hoy tiene y su visión, ¿cómo cree que será en 5 o 10 años?

-Lo único que me atrevería a decir es que vamos a avanzar, con apruebo o rechazo, hacia un Estado más cercano a lo socialdemócrata, que no le deje todo al mercado. Aunque no me extrañaría que vuelva la derecha al poder, que haya alternancia.

-El conflicto mapuche, que nosotros tenemos apenas a unos cuantos kilómetros al sur, no parece experimentar avances. ¿Que un gobierno de derecha y ahora uno de izquierda no logren progresar en este tema, significa que no tiene solución?

-No lo sé. Para mí, el conflicto mapuche es el problema más difícil que tiene Chile. Ninguna de las estrategias ha sido efectiva.

Hay quienes dicen que nos estamos pareciendo a Venezuela; otros, a Argentina. ¿Qué cree usted?

-Todos los países son distintos. No creo que vayamos a ser Venezuela ni Argentina. Nos guste o no, todo lo que ha ido pasando lo hemos ido resolviendo institucional y democráticamente. Así que yo soy mucho más optimista.

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