La nana: cómo hemos cambiado

/ 21 de Septiembre de 2009

“Anda a verla al cine más cercano y a la vuelta, abrázala. Cuídala, ya que las buenas nanas son como los amigos. Para toda la vida”, recomendaba uno de los numerosos comentarios sobre La Nana, la película de Sebastián Silva que inspiró uno de nuestros reportajes de esta edición, en el que a través de las historias de un grupo de asesoras de hogar quisimos conocer la realidad actual de quienes ejercen este oficio en Chile. Una actividad tan antigua como nuestra historia, y que ha evolucionado en forma paralela a la realidad económica y social del país. Los cambios en los roles, en las exigencias, en los derechos y hasta en las expectativas de estas mujeres calzan perfectamente con los cambios culturales, sociales y laborales producidos en el país. Porque aunque el nombre con el que se les llama ha variado en el tiempo, la figura de la mujer que realiza el trabajo doméstico en una casa ajena ha existido desde los albores de la nación; sin derechos y sin ser remuneradas al principio, las esposas o hijas de los inquilinos cumplían esa función casi por una cuestión de costumbre en las casas patronales. A comienzo del siglo pasado, las migraciones del campo a la ciudad hicieron que muchas chilenas encontraran en este tipo de trabajo una oportunidad de aportar económicamente a sus familias. Fue así como surgió la figura de la nana puertas adentro, un servicio que por décadas fue exclusivo para las clases más acomodadas del país, donde se daban casos de “nanitas” que alcanzaban a servir hasta a tres generaciones. Con el tiempo, el desarrollo económico del país hizo que dentro de la clase media aumentara la demanda por trabajadoras de casa particular o de asesoras de hogar, como se les dice ahora. Hoy, con un país con menos pobres que hace 30 años y con más oportunidades para acceder a la educación, el oficio de nana parece ir en retirada. Cada vez cuesta más encontrar candidatas, porque ser asesora de hogar es el futuro que los padres ya no quieren para sus hijas. Y en su reemplazo, tal como consigna el film de Sebastián Silva, han aparecida las nanas extranjeras, preferentemente peruanas y ecuatorianas, dispuestas a ocupar las vacantes que las locales rechazan. ¿Una muestra de que estamos en vías de desarrollo?
Tal como en resto de la clase trabajadora, ellas han logrado conquistas laborales. Derechos, salarios que gradualmente deberán asimilarse al mínimo, y una norma que asegura sus días de descanso, son garantías de las que todas están conscientes y dispuestas a exigir.
Si hasta la crisis económica reciente se ha dejado sentir en la actividad. Términos de contratos, disminuciones de horas o despidos también han golpeado al servicio doméstico, como lo relatan las protagonistas de este reportaje: todas nanas, de esas a la antigua, puertas adentro, que han pasado sus vidas sirviendo a otros y siendo casi como de sus familias. Casi, tal como la historia de la protagonista de la película.

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