El mundo cambia a velocidades no previstas, la técnica avanza vertiginosamente, la economía ofrece espacios de desarrollo que pocos países vieron en la segunda mitad del siglo XX, y las relaciones sociales y políticas no dejan de asombrar a los especialistas, a los actores políticos y, en definitiva, a todos.
Pero la naturaleza humana, epur, non si muove. No muta, no cambia. Y el hombre sigue naciendo, comparativamente con otras especies, más desvalido y requiere un periodo más largo para desenvolverse con autonomía. Ese proceso es la educación, un tránsito que pretende sacar, desde la personalidad que constituye al ser humano, lo mejor que ese ser tiene para realizarse plenamente, contribuyendo colaborativamente al desarrollo, también personal, de todos los que co-viven con él, producto de que la naturaleza es, al mismo tiempo, individual y social.
La aparente dicotomía entre la velocidad de los cambios tecnológicos, económicos, sociales, y la naturaleza humana no cambiante, halla en la educación el puente de adaptabilidad de la naturaleza humana a esos cambios, creados por ella misma.
Ese puente tiene características: es mutable, en cuanto incorpora al proceso educativo los cambios, y también es inmutable, en cuanto a las “especificaciones técnicas” del sujeto que se educa. Así, desde hace tiempo, hay universidades que sólo tienen bibliotecas digitales, que enseñan a distancia, que no tienen gran infraestructura ni grandes dotaciones de profesores de planta y, sin embargo, entregan una educación de calidad y aportan aprendizajes efectivos y herramientas útiles a sus estudiantes. Esto tanto en pregrado como en posgrado, con cualificaciones certificadas para el desempeño en diversos lugares y campos, no sólo en los propios de las disciplinas de grado.
Por otro lado, el puente educativo tiene las características propias del hombre, que sigue siendo el mismo: tiene emociones, procesos de aprendizaje, capacidades de aprehensión, necesidades vitales de afecto, de ayuda, de complementación, etc.
La complejidad del mundo actual, posmoderno, “posverdadero”, no puede prescindir de las características propias de este segundo elemento no cambiante: la persona. Y tampoco de la finalidad del proceso educativo: ella misma. Podrán cambiar las metodologías de enseñanza y aprendizaje, los instrumentos tecnológicos, las formas presenciales o asincrónicas, los contenidos, los propósitos y proyectos educativos, pero la educación seguirá siendo un proceso complejo por el que los seres humanos buscan sacar lo mejor de cada uno y de todos, para convertirse en personas buenas, felices, totales.
La persona y sus características, la humanidad de cada hombre o mujer, son el punto de partida y de llegada que no puede perderse de vista, son la brújula de cualquier propuesta relativa a la educación, en especial a la educación superior.