Luego de un viaje en bicicleta que los llevó desde Vancouver a Tierra del Fuego, Thomas y Eva Buschor hicieron de Malalcahuello su hogar y patio de juego de sus hijos. Fundaron La Suizandina, un hotel y restaurante al más puro estilo de una hostal europea y en seis años la transformaron en punto de partida de paseos a los volcanes Tolhuaca, Llaima, Lonquimay y Sierra Nevada.
Thomas Buschor y Eva Maceroni viajaron de Suiza al norte de América para recorrer el continente desde Vancouver a Tierra del Fuego. Pero su viaje no fue el de un turista común: lo hicieron montados en sus bicicletas. Tardaron 20 meses en completar la travesía: 28.500 kilómetros que registraron en varios cuadernos y fotografías como recuerdo de las experiencias que acumularon y de las personas que en el camino se transformaron en sus amigos.
El viaje les sirvió de preludio a la aventura que hoy los tiene ocupados: la administración de un hostal y restaurante a los que bautizaron como La Suizandina. Ubicado a 28 Km. al este de Curacautín, son 50 hectáreas de praderas y cerros con bosque nativo decorados por imponentes montañas con nieves eternas. Cuentan que llegaron a la zona del Malalcahuello con la única intención de encontrar un lugar donde “anidar” como familia, pero al cabo de seis años de duro trabajo, La Suizandina se convirtió en el punto de encuentro de extranjeros y turistas nacionales, que deseaban imponerse de esa geografía que ellos conocen como la palma de sus manos.
América a pedales
Que Tom y Eva tienen espíritu explorador no cabe duda. Ambos no titubearon en hacer el viaje por la Panamericana en bicicleta. Lohicieron después de trabajar un par de años, ahorrando lo suficiente para cubrir todos los gastos del traslado, alojamiento y comidas.
Él se había trasladado desde Altstaetten (St. Gallen) a Burgdorf, cerca de la capital de Suiza (Berna), donde Eva trabajaba como contadora de una compañía fiduciaria. Allí se conocieron. Ya enamorados Tom la convenció para acompañarlo al viaje en bicicleta. “Tom había leído sobre una pareja de suizos que habían hecho el mismo viaje. Estaba tan entusiasmado en hacerlo que tenía dos opciones: quedarme sola en casa o acompañarlo, así es que opté por seguirlo y fue nuestra prueba de fuego como pareja”, reconoce Eva.
En Suiza, Tom aprendió el oficio de panadero repostero. Con diversas estadas en otros países, aprendió inglés, francés y español, por lo que recorrer América no iba a ser un problema. Para ellos, lo importante era atravesar 17 países, cuatro zonas climáticas, entornos sociales muy distintos y paisajes que variaron desde los desiertos de Utah y Atacama hasta las selvas de la Amazonia y Guatemala, y desde los volcanes de Centroamérica hasta la Patagonia argentina.
“Partimos el 1o de mayo del ’95, desde Vancouver. Compramos las bicicletas en San Francisco, California, porque de Suiza no traíamos nada. Volamos a Canadá y comenzamos el viaje”, recuerda Tom. A cada lado de sus bicicletas, las alforjas con el equipaje, saco de dormir, carpa, cocina, alimentos y botellas con agua sumaban varios kilos que cargaron los 20 meses que duró la cicletada. Y si bien no viajaron liviano, sí les resultó bastante económico, ya que estiman que gastaron entre 5 a 10 dólares diarios en alojamiento y comidas.
Canadá, Estados Unidos, México, Costa Rica fueron los países del primer tramo. Volaron a Quito y después hasta Mendoza. Hicieron una escala en avión entre Lima y Cuzco y entre Bolivia y Argentina en bus. Llegaron a Santiago y volaron a Ushuaia para regresar desde el extremo austral en bicicleta hasta Santiago, en una suerte de zig zag por Argentina, aprovechando los pasos fronterizos. El segundo arribo a Santiago lo hicieron en enero del ’97. En noviembre de ese año viajaron a Buenos Aires. Ahí abandonaron los pedales, cruzaron el Paso Los Libertadores y se quedaron en Los Andes unos meses, al cabo de los cuales volvieron a Suiza sabiendo que la decisión ya estaba tomada: Chile sería el país donde formarían una nueva vida en familia.
Enfermos en Centroamérica
A cada giro del pedal se cruzaron con una infinidad de personas. “Toda la gente estaba muy curiosa por nosotros, especialmente los niños. Pudimos conocer a las personas que nos dieron alojamiento y ellos a nosotros”, reconocen. Pero no todo fue a pedir de boca. Lo cierto es que pedalearon bajo la lluvia tropical de Centroamérica, bajo el calor sofocante de desiertos y altiplanos y cayeron enfermos. Tom pasó 3 días en un hospital mexicano, por un taco que comió comprado en la calle. Más tarde, los cambios del clima propios de Sudamérica hicieron que los resfríos los acompañaran una buena cuota del viaje. Dificultades que no fueron suficientes para interrumpir la travesía. Incluso se dieron tiempo para las competencias deportivas. Tom, por ejemplo, en Portillo (Chile) y Río Cuarto (Argentina) se inscribió en sendos campeonatos para mountainbikers, obteniendo en ambos el primer lugar. “Claro, si había pasado 20 meses entrenando”, bromea Eva.
Suiza a los pies de los Andes
De vuelta en Suiza, trabajaron para ahorrar dinero, volver a Chile y elegir el lugar donde echar raíces. “Los únicos criterios que teníamos eran que tenía que estar cerca de la montaña y con mucho verde alrededor”, explica Eva. En esta búsqueda, visitaron una buena cantidad de propiedades en Villarrica, Pucón, el valle de Antuco incluso, pero fue la zona de Malalcahuello la que más se acercó a la estancia que habían soñado.
“Llegamos a este valle y al tiro nos gustó. Empezamos a poner papelitos en las ventanas de Curacautín y pusimos un aviso en la radio local que decía: buscamos un terreno soleado y verde, pero los locutores dijeron que buscábamos un lugar parecido a la casa de la Caperucita Roja, fue muy divertido”, reconoce Tom. Pero fue el director de la escuela de Malalcahuello quien les dio el dato de la propiedad que hoy ocupan como La Suizandina. “Lo recorrimos un poco y lo pensamos como por un mes, porque era muy grande para nosotros, pero al final nos decidimos y lo compramos”, explica Eva.
Limpiar el entorno y la vieja casa principal fue la primera tarea. Corría el año ’98 y el turismo ni siquiera figuraba entre las alternativas de vida para el matrimonio. Al contrario, aseguran que surgió en forma espontánea y que hoy es el proyecto por el que hacen todas sus apuestas.
El despegue turístico
La oferta tradicional de las localidades cercanas no pasaba de las termas de Manzanar y unas pocas cabañas. El turista que llegaba era principalmente extranjero y se dedicaba a caminar, visitar los volcanes y admirar la naturaleza. Más tarde se articularon actividades asociadas al centro de Ski Corralco (a 20 Km. de la Suizandina).
En este contexto nacía el proyecto de los Buschor en la zona. “Los primeros años fueron de mucho armar y desarmar. Remodelamos la casa principal y empezamos a recibir extranjeros que nos pedían el lugar para acampar”, cuenta Tom. La idea tomó fuerza llegando a nombrar el recinto como “El Encuentro”, pero que cambiaron al poco tiempo ya que se prestaba a confusiones. “No faltaron las personas que nos preguntaron si éramos un grupo religioso o algo parecido, entonces después de hacer juegos de palabras bautizamos nuestro lugar como La Suizandina”, explica Eva.
Del camping evolucionaron a una hostería con 28 camas disponibles. Era el tiempo en que vivían en el segundo piso de la casa principal. Ya habían nacido Dario (7) y Maurin (5) y la casa se hizo chica e incómoda para administrar el negocio. Entonces Tom comenzó a construir el hogar definitivo de los Buschor a un costado de la hostería. La hizo con fardos de paja y el techo de pasto verde, características que la hacen única, llamativa e impermeable al agreste clima.
La visita de extranjeros dio paso a los nacionales. Hicieron varios cambios y adecuaron el servicio para ambos tipos de público, siempre manteniendo la calidad de la oferta. Así, el restaurante junto con ofrecer un menú de platos suizos, incorporó recetas mixtas, ampliaron el comedor con grandes mesones para grupos y mesas más pequeñas, del tipo familiar.
El trabajo continuó con el proyecto para la cabaña Brunner, con 18 camas distribuidas en 4 dormitorios con baño privado, living comedor, cocina y calefacción central. La construyó Tom con la ayuda de un amigo, cuyo apellido tomaron para bautizarla. Y como ésta, todas las instalaciones en La Suizandina son hechas a pulso del trabajo de sus propietarios que han sabido dotar de agua , electricidad y calefacción a las instalaciones. Incluso comenzaron la parcelación de una buena parte de las 50 hectáreas, loteo que esperan vender en un mediano plazo.
La ruta de Hansel y Gretel
La Suizandina es el punto de partida ideal para paseos y excursiones por los principales atractivos de la zona. No hay que olvidar que se encuentra en medio de los volcanes Tolhuaca, Llaima y Lonquimay, los más activos de Chile y la Sierra Nevada. En esta rica geografía, se funden los paisajes andinos de montes nevados en cuyas alturas se almacenas las gélidas aguas de lagunas y lagos coloreados por los intensos tonos de bosques de araucarias, ñirres, raulíes y coigües.
Toda la región es aún virgen y llena de senderos que ya han sido transitados por Eva, Tom y el equipo de La Suizandina. De ahí que además del alojamiento y la comida, ofrecen diversos paquetes con excursiones a parques y atractivos naturales cercanos.
Para los niños, el sendero del cuento Hansel y Gretel es una diversión educativa, que en poco menos de 2 Km., los hace conocer la flora nativa y las aves silvestres.
El futuro de La Suizandina es promisorio. Tom, Eva y los niños se han incorporado a la comunidad, pese a las diferencias culturales. Y acercarse a ellos es muy fácil, porque son una pareja muy sencilla y cálida, ejemplo que Dario y Maurin siguen al pie de la letra, mezclándose con los turistas, conociéndolos y dejándose conocer como lo que son, una familia que ha hecho del lugar una pequeña Suiza con todos sus atractivos y al alcance de todos. Contactos al teléfono (45) 1973725 y en el email [email protected]